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¿Qué hay detrás del 'boom' del tatuaje en Cali?

Recuerdos, esa parece ser la constante en los caleños consultados por El País para tomar la decisión de tatuarse. Informe.

4 de septiembre de 2016 Por: Yefferson Ospina | Reportero de El País

Recuerdos, esa parece ser la constante en los caleños consultados por El País para tomar la decisión de tatuarse. Informe.

[[nid:573443;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/09/ep001170790.jpg;full;{Durante la última década la práctica de los tatuajes ha tenido un aumento vertiginoso en Cali. En los 90, estaba ligada al mundo de la delincuencia. Hoy se tatúan todo tipo de personas.Fotografías: Jorge Orozco | El País}]]La mujer tiene 55 años y se hacía su tercer tatuaje. Una cadena que recorre el cuello de su pie y termina en un crucifijo. A los 40, su hija le regaló de cumpleaños el primero. Ya mismo está planeando hacerse el cuarto. La tienda donde la tatúan se llama Zebra y está en el sur de la ciudad.    Al otro lado de Cali, en Italo Esquivel Studio, un agente de la Policía se tatúa la fecha de su nacimiento en un brazo. Es su iniciación, su entrada, porque espera hacerse otro. Aún no sabe muy bien qué, pero regresará, dice. Ese mismo día, los tatuadores del estudio realizarán al menos tres tatuajes, que es el promedio diario, según dice Italo Esquivel, dueño del lugar.  En Zebra, dice Armando Barbosa, su dueño, al menos cinco personas llegan cada día para realizarse un tatuaje: personas como ella, la mujer de 55 años, o el policía del otro estudio, o un hombre de 60 años que decidió satisfacer el deseo que tenía desde los 20, o una mujer que trabaja como abogada, una enfermera, un periodista, un hincha de un equipo de fútbol o el jugador de ese equipo o un gerente de alguna empresa.  “Vienen todo tipo de personas”, dice Armando.  Italo, quien tatúa hace más de 8 años, cuenta que quienes deciden pasar por las agujas para impregnar en su piel una imagen que los acompañará para siempre,  lo hacen porque tienen algo para decir, algo que de algún modo han tenido guardado y no han sabido  cómo manifestar. Armando, quien es actualmente el más antiguo tatuador en Cali con 23 años en el negocio, dice por su parte que, cuando se habla de tatuarse  hay dos tipos de personas: quienes lo hacen por convicción, por expresar algo que ha permanecido en ellos mudo, y quienes lo hacen sin saber muy bien por qué, por simple moda o por una apuesta.   Ambos coinciden en algo: al margen de las razones, en los últimos años Cali ha experimentado un crecimiento vertiginoso de personas tatuadas  y de tiendas de tatuajes. Y, dicen, la demanda sigue creciendo... ¿Por qué? ¿Por qué una práctica con  más de 5 mil años de antigüedad y que en los noventa era asociada con ex-presidiarios y delincuentes,  se ha convertido, ahora, en una inclinación que cada vez se populariza más?  *** 

Para entenderlo habría que ir a la historia. La primera tienda de tatuajes en Cali, que también fue la primera en Colombia y en Suramérica, se abrió a principios de  los 80 en el barrio Bretaña y su dueño fue Leonardo Ríos. Leonardo había aprendido a tatuar en Coney Island, New York, en los años 60, y a finales de los 70 decidió regresar al país para iniciar el negocio.

Leo’s Tatoos, como llamó a su estudio –  que aún se encuentra en la Calle 10 con Carrera 23 A – llegaba a un país y a una ciudad en donde los tatuajes eran una práctica ligada fundamentalmente al bajo mundo. Incluso, por esos días, los tatuajes se hacían en su mayoría en el interior de las cárceles con agujas capoteras que se envolvían en hilo y se usaban manualmente.  El principal negocio, justamente, consistía en corregir los tatuajes de quienes se los hacían en aquellas prisiones o en las calles de un modo completamente artesanal. Leonardo utilizaba una práctica semejante al sténcil, basada en el uso de plantillas con diseños preconcebidos. Tatuarse y ser un tatuador era para entonces una práctica que se movía en la clandestinidad y que la alta y la media sociedad caleña equiparaba al crimen, la prostitución y la venta de drogas.  En 1993 apareció Zebra, fundada por Armando Barbosa, que se convertiría en la primera tienda en Cali en realizar tatuajes con diseños originales. La primera sede  fue abierta en la Avenida Sexta con Calle 24 N y, en plena década de los 90, coincidió con la apoteosis de la vida nocturna en lo que era la zona rosa de la ciudad.  “Allí empezó la  popularización de los tatuajes. En plena zona de rumba, nosotros empezamos a atender a un montón de gente que llegaba a tatuarse en medio de la efusión de la fiesta, al estilo Las Vegas... Incluso, empezamos a trabajar en la noche, como otro local de la vida nocturna de la ciudad. Ahí empezó a cambiar un poco la idea que la sociedad tenía del tatuaje, aunque todavía faltaba mucho”, cuenta Armando.  Sus mayores clientes, sin embargo, eran los miembros de clubes de conductores de motos Harley Davidson que querían pintarse cráneos, imitando a los harleistas norteamericanos.  A mediados de los 90 el narcotráfico también escribió un capítulo en el negocio de los tatuajes en la ciudad. Puede resultar paradójico pero, dice Armando, los subordinados de los jefes del Cartel de Cali le dieron un impulso a la práctica tatuándose no solo ellos mismos, sino haciendo tatuar a sus novias.  “Hay que decirlo. Ellos podían hacerlo porque para esos días tatuarse era muy costoso. Hacerse un ‘tattoo’ era para las clases altas, o para ellos, que tenían el dinero suficiente. Así que empezaron a marcar a sus novias y así el negocio pudo sostenerse por varios años”.  Fue a principios de este siglo, hacia el año 2005, que se produjo el ‘boom’. El canal estadounidense People + Arts empezó a transmitir un reality de televisión llamado Miami Ink, en el que un grupo de artistas del tatuaje mostraban cómo trabajaban en su tienda en Miami. El reality se veía no solo en EE. UU., sino en toda Latinoamérica.   Armando como Italo y varios artistas tatuadores entrevistados coinciden en lo mismo: la aparición de Miami Ink es como el “Después de Cristo”: la historia del tatuaje en Colombia se partió en dos. En la década de los 90 en Cali no había más de cinco estudios de tatuajes. Durante los últimos diez años el crecimiento ha sido torrentoso: según las cifras de la Secretaría de Salud, en Cali hay 64 centros de tatuajes legalmente constituidos, sin contar con los sitios ilegales y quienes tatúan en sus casas o a domicilio. ***[[nid:573459;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/09/tatoo4sep16n1photo04.jpg;full;{Dos mujeres exhiben sus tatuajes en una feria de este 'arte'. Fotografía: Jorge Orozco|El País}]] Heinar tiene 28 años. Lleva dos elefantes en el antebrazo derecho con la inscripción Resiliencia. Decidió hacerse el tatuaje por dos razones. La primera, un vínculo afectivo con su padre, que colecciona pequeñas figuras de elefantes de diferente material y tamaño. La segunda tiene que ver con una crisis personal luego de dejar su trabajo en Cali para ir a Bogotá.   “Salí hacia una ciudad con unas expectativas que fueron colmadas, sí, pero llegué a un sitio que para mí era hostil. Me sentí extraño, solo y no estaba satisfecho con el tipo de vida que llevaba. Decidí regresar a Cali, pasando por encima de la idea de que eso era retroceder en mi carrera profesional o que era una especie de derrota. Pero lo hice, era más importante mi felicidad  y luego de pasar por esas dificultades, me tatué para no olvidar nunca esa experiencia que transformó mi vida”. Escogió ese animal porque es uno de los más inteligentes sobre el planeta. “Es significativo. Son los únicos animales que lloran y entierran a sus muertos...”.  Mariana, de 35 años, lleva unos pájaros envueltos en rezagos de nube en la parte derecha de su pecho. Hace dos años recibió una puñalada en ese lugar cuando un hombre le robó su celular. Decidió tatuarse porque quería esconder la cicatriz de la herida y darle un significado. “Los pájaros  quieren decir que por encima de todo se impone la vida, la libertad”. Es como lo dice Italo Esquivel: la gente que se tatúa lo hace porque tiene algo para decir. Por su puesto, continúa, muchos lo hacen sin tener muchas razones e incluso por pura moda o tendencia.  “La gente debe saber que hacerse un tatuaje no es tan simple, porque te va acompañar toda la vida. Lo que nosotros hacemos en mi estudio, además del tatuaje, es ayudar a las personas para que piensen muy bien lo que van a hacerse y puedan llevar algo digno de lo que no se arrepientan”.  Ahora bien, si alguien tiene algo que decir de sí mismo, ¿por qué elige hacerlo a través de un tatuaje? 

“Una afirmación de la individualidad”

Viren Swami, psicólogo de la Universidad de Westminster, Inglaterra, publicó un estudio comparado de las personalidad de quienes se tatúan y quienes no lo hacen. Swami sostiene que tatuarse es básicamente un intento por afirmar la individualidad. Una especie de vuelta a lo tribal: así como en algunas tribus indoamericanas se tatuaban para distinguirse de otras, el hombre contemporáneo lo hace para distinguirse de otros.  “Es un acto de rebeldía. La sociedad actual tiende a lo uniforme, a crear modelos. El tatuaje puede entenderse como una forma de afirmar la individualidad sobre esa opresión de la sociedad sobre las personas”, dice Swami.  El estudioso concluye, además, que a la decisión de tatuarse subyace, sean cual sean las razones, un elemento estético. “Además de una afirmación de individualidad, las personas se tatúan para decorar su cuerpo. La decisión también es estética”.  Puede ser un poco paradójico, pero el psicólogo encontró también que no hay diferencias muy marcadas entre las personalidades de quienes se tatúan y no lo hacen. “No se puede afirmar un rasgo psicológico específico de alguien que se tatúe respecto a quien no lo hace”, sostiene Swami.  Pero las razones pueden ser muchas otras, o al menos eso es lo que dicen quienes deciden fijar para siempre una imagen en su cuerpo. Heinar, por ejemplo, admite que su tatuaje fue también una catarsis luego de la crisis que tuvo en su vida. William, un hombre de 63  años, se tatuó una V envuelta en pequeñas flores en su pierna derecha para recordar a Valentina, una de sus nietas para quien él ha sido su padre.  Una imagen, una historia Las tendencias son muchas, explica Armando Barbosa. Para los 90, los tatuajes que más se realizaban eran caricaturas de la Warner Bros como Bugs Bunny, el Pato Lucas o el demonio de Tazmania. Por otro lado, estaban los cráneos y las figuras tribales, la mayor parte, resultado de una influencia de cantantes de rap y rock norteamericanos.  Ahora mismo los tatuajes preferidos por los clientes son el signo matemático del infinito, con infinitas variaciones de nombres, tamaños o adornos como plumas, flechas, animales, etc; los mandalas, los pájaros, los nombres en caligrafías diversas, así como los rostros o imágenes precolombinas.  “Toda esta explosión ha estado asociada, además, a la tendencia de estrellas deportivas, musicales, televisivas o del cine que cada vez se tatúan más”, dice Armando.  Una perfecta ilustración de eso es, por ejemplo, el hecho de que en la última final de la Liga de Campeones, entre el Real Madrid y Atlético de Madrid, de los 22 jugadores que estaban en la cancha,  15 tenían tatuajes en su cuerpo, sin contar a los de la banca e, incluso a Diego Simeone, director técnico del Atlético. En febrero de 2015, el futbolista sueco que entonces jugaba para el Paris Saint Germain, Zlatan Ibrahimovic, celebró un gol en un partido de liga mostrando 50 tatuajes temporales que se había hecho en su dorso con nombres de niños afectados por el hambre y los conflictos en todo el mundo. La celebración hacía parte de una campaña por los derechos de la niñez de la que Ibrahimovic quiso hacer parte. Cada tatuaje, dijo el futbolista en una rueda de prensa, tenía su propia historia. En cierto sentido, esa es la razón esencial para tatuarse: contar una historia que no se desea olvidar.  Felipe, de 25 años, se tatuó en octubre del año pasado el rostro de su abuelo. Lo hizo un año después de que falleciera. “Luego del funeral encontramos entre sus cosas fotografías de cuando era joven. Yo nunca las había visto porque él no permitía que nadie buscara en lo que era suyo. De él tengo todos los recuerdos de mi infancia, así que decidí que no quería olvidar su rostro de juventud y lo quería llevar para siempre”, dice. Es innegable. Cada tatuaje es una historia hecha imagen. 

Siga leyendo la segunda parte de este informe: si está pensando en hacerse un tatuaje, tenga en cuenta estas recomendaciones.

 

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