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Periodista Raúl Echavarría B., recordado tras 25 años de fallecido

Raúl Echavarría Abad evoca la obra y figura de su padre, quien fuera la primera víctima de la mafia en la prensa.

25 de marzo de 2012 Por: Redacción de El País

Raúl Echavarría Abad evoca la obra y figura de su padre, quien fuera la primera víctima de la mafia en la prensa.

El 17 de septiembre de 1986, la historia del periodismo en Colombia se partió en dos. Ese día, la mafia aparentemente del narcotráfico (se cree porque nunca la investigación fue a más), decidió acallar por las balas las voces que se levantaban en su contra desde los medios de comunicación.La primera víctima fue don Raúl Echavarría Barrientos, entonces subdirector del diario Occidente. Poco antes de las 7:00 de la noche de ese día y cuando el periodista llegaba a su residencia del barrio San Fernando en un vehículo de la empresa, dos hombres en moto lo abordaron y uno de ellos le propinó tres tiros. El de la cabeza fue mortal.Su hijo, el médico Héctor Raúl Echavarría Abad que estaba de turno en el Hospital Universitario del Valle adonde fue conducido, no pudo hacer nada por salvarle la vida.Al año siguiente, la mafia cometió un segundo magnicidio, esta vez en Bogotá: el de don Guillermo Cano, director de El Espectador. Allí el país se dio cuenta de que los varones de la droga eran capaces de todo para mantener su negocio perverso.“Yo siempre tuve esa sensación, que fue el primer gran homicidio hecho por los narcotraficantes al periodismo, que era su decisión confrontar a la sociedad que se les oponía. Todo cambió rápidamente a partir de ese momento”, expresa el médico Héctor Raúl Echavarría Abad, su hijo, quien parece la viva estampa de su padre.Veinticinco años han pasado, casi 26, desde el magnicidio de Raúl Echavarría Barrientos. Y desde entonces hasta la fecha han sido asesinados en Colombia alrededor de 126 periodistas, según cifras de organizaciones gremiales. Las intimidaciones y presiones sobre la prensa se han sofisticado, pero no cesan.El día anterior a su asesinato, don Raúl había escrito una columna en Occidente donde apoyaba decididamente la extradición para los narcotraficantes (a la que le tenían pavor) y esa pudo ser su sentencia de muerte. Su hijo recuerda que “escribió una serie de columnas, a veces en el editorial, a veces en el Molino de Viento, donde tomaba unas posiciones muy verticales frente a la corrupción política y sobre todo frente al narcotráfico y era consciente del riesgo. Pero él decía que la labor de un periodista era tomar esas posiciones”.Por eso, cuando se le pregunta ¿qué cree que representó don Raúl Echavarría para esta sociedad?, su hijo no duda en responder: “lo que él le legó a la comarca fue un ejemplo de dignidad, de coraje, de valor civil. La gente que adopta esas posiciones son héroes en sus países”.Y debía tener mucho valor civil para enfrentarse a los carteles de la época como se enfrentó, porque pese a ser consciente del riesgo que corría al afrontarlos, no tenía guardaespaldas ni carro blindado, ni llevaba chaleco antibalas. “Eso se empezó a usar años después, porque no parecía que ellos (los narcos) fueran capaces de atreverse a tanto”, dice Héctor Raúl.Pero no sólo a ellos se enfrentó con su pluma. También señaló a los corruptos, a los políticos que se salían de los cauces morales, a los ciudadanos anticívicos. “Era un hombre que se comprometía de manera cotidiana; él escribía su columna, los editoriales y dos o tres notas todos los días, en una vieja máquina Remington con un cigarrillo nacional en sus labios, muchos años de su vida, hasta que un día decidió cortarlo radicalmente, y desde luego un café.“Asumía el rol de periodista con inmensa responsabilidad y disciplina. Él decía que pocas personas en la sociedad tenían el compromiso de salir cada día con un producto acabado que se exponía a la opinión pública y que no se podían equivocar”, recuerda su hijo.Un hombre sensible Raúl Echavarría Barrientos nació en Fredonia, un pueblo ubicado en las estribaciones de las montañas del sur de Antioquia y empezó a trabajar en el periodismo desde muy joven. En El Colombiano dio sus primeros pasos, luego vino a Cali traído al Diario del Pacífico. De allí Laureano Gómez lo llevó a El Siglo, en Bogotá, y luego vino a trabajar a El País, en Cali, donde estuvo muchos años. Después decidió aceptar la oferta del periódico Occidente del que fue subdirector hasta el día del magnicidio.Siempre fue muy exigente con sus colaboradores, pero también muy afectuoso con ellos. Y, para sorpresa de muchos, detrás del hombre severo que fue, había un corazón sensible y solidario. “De hecho, en mi casa con mucha frecuencia tuvimos gente venida a menos, que él se la llevaba a vivir a la casa mientras se recuperaba”. “Mi madre llegó a tener miedo, porque aparecían personas extrañas, de muchos años usualmente y él les daba albergue porque las había encontrado en situaciones muy precarias. Era un hombre de compromisos, extremadamente sensible”, dice el médico Echavarría Jr. Sus amigos dicen que era un hombre de muchas anécdotas. ¿De esas historias cuál es la que usted más recuerda?“Alguna vez estando en Santa Marta de paseo con mi madre a ella se le ocurrió pensar que si Sanandresito de Cali era tan entretenido para ella, cómo serían los Sanandresitos de La Guajira por donde entraba todo, entonces convenció a mi padre de que fueran; tomaron un bus y era el bus en que viajaban los contrabandistas. De allí él hizo una serie de crónicas, cuatro o cinco, que las tituló ‘La Costa Nostra’. Eso parecía un escrito de Gabriel García Márquez, contaba cómo los contrabandistas reunían el dinero para sobornar los retenes de la aduana o de la policía y cómo ciertos motociclistas de los policías que eran más estrictos con la tarifa los asustaban. Y lo hizo tanto de ida como de regreso, era un mundo sórdido y él lo describió con mucha peculiaridad. Era un gran escritor, un hombre sensible”...La aviación, los toros y España como país fueron sus temas favoritos. Escribió dos libros sobre aviación, incluida la historia de la Fuerza Aérea encargada por su comandante.Bajo el seudónimo de Raulete, escribió de toros en los diarios y los comentó en radio al lado de Fernando González Pacheco, uno de sus grandes amigos, como lo eran José Gers y Pardo Llada.Tenía un inmenso respeto por España, su cultura y su tradición, y alguna vez fue condecorado por el gobierno ibérico. “En la casa -dice Héctor Raúl- hay un inmenso diploma firmado por el generalísimo Francisco Franco: ‘caudillo de España por la gracia de Dios’, decía abajo de la firma”. Raúl admiraba al general.Después de 25 años, el legado de don Raúl no parece haber sido sólo una pelea contra molinos de viento. “Creo que finalmente el país tomó una decisión frente al narcotráfico -dice Héctor Raúl- y las personas responsables están extraditadas o murieron y eso fue por efecto de una posición del Estado que creo que fue consecuencia de todas las personas que tuvieron el valor de enfrentarlos y morir en ese proceso (como don Raúl) y sirvió como un proceso (un sacudón) colectivo de sociedad”.

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