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Las drogas y el sexo se cuelan en las chiquitecas de Cali

El País estuvo presente en algunas de estas fiestas, donde se ven desde concursos de besos con extraños hasta cubículos para cualquier actividad, como el sexo.

3 de junio de 2012 Por: Redacción de El País

El País estuvo presente en algunas de estas fiestas, donde se ven desde concursos de besos con extraños hasta cubículos para cualquier actividad, como el sexo.

Le dicen el ‘cuarto oscuro’. Está al fondo del local, detrás de la tarima, subiendo las escaleras. Una vez adentro, todo es tinieblas acompañadas del incesante golpe del reguetón que hace retumbar las paredes. No se permite prender ni la luz de un celular. Aunque lo llamen ‘el cuarto’, en realidad es todo un segundo piso compuesto por al menos media docena de una especie de cubículos que se asemejan a depósitos para escobas y trapeadores. Se sienten tierra y cemento suelto en los zapatos. Huele a viejo.En uno de aquellos cajones separados por muros de concreto hay una adolescente que aparenta unos catorce años. Está arrodillada ante otro joven que tiene los pantalones abajo. Cinco pasos más allá, dos chicos se abrochan rápidamente sus jeans al escuchar que alguien se acerca. En la esquina, arrinconados, dos muchachos y una adolescente se confunden en una sola masa. Mientras, abajo, la fiesta está en su punto más alto, cuando son las siete de la noche. Safiro, como la mayoría de las chiquitecas de Cali, funciona de 3:00 p.m. a 8:00 p.m., sólo los domingos. El ‘perreo’, como los jóvenes llaman a esta rumba, es, en teoría, para menores de edad. Un reportero de El País que se sumergió en el mundo de estos sitios de entretenimiento constató que los visitantes van desde los trece años y que se cuelan mayores de edad que a veces “acompañan” a los menores. El local no supera los 20 por 30 metros y está ubicado en Calle 23 DN con Avenida 5 A, en el barrio San Vicente, en el norte de Cali. La pista de baile está rodeada por una fila de sofás que sirven de apoyo durante el baile del ‘choke’. Se trata de una especie de reguetón con golpe acentuado y repetitivo de caja electrónica que los muchachos bailan imitando poses sexuales. Contorsiones y movimientos pélvicos muy intensos caracterizan este modo de diversión, que se pone en práctica entre parejas de distinto o el mismo sexo. Incluso, hay momentos en los que el baile lleva a los protagonistas a escenas acostados en el suelo, uno sobre el otro. Para la mayoría, la jornada de diversión comienza alrededor de las 2:30 p.m., dando vueltas por la Avenida Sexta con los amigos. Se parecen mucho entre sí: delgados, las niñas con ‘shorts’ cacheteros y ombligueras, los niños con pantalones apretados, camisas de colores ácidos y cortes de cabello en forma de crestas de distintos niveles. Se premia a los que llegan temprano con la entrada a tres mil pesos. Quienes ingresen después de las 3:00 p.m. pagan cinco mil. En el sitio se venden gaseosas, agua y mecato. Y aunque el rumbero-periodista intentó conseguir varias veces licor en la barra, no se lo proporcionaron. Sin embargo, *Carlos, uno de los menores que asiste con frecuencia a esta chiquiteca, confiesa que al terminarse la fiesta se ven en el piso de los baños ‘patas’ (colillas) de marihuana, cigarrillos y hasta jeringas usadas. Pocas cosas sorprenden a quienes frecuentan este sitio: un travesti adolescente, con minifalda de puntos rosados y blusa azul anudada a la altura del pecho, de cuando en cuando convence a alguien de visitar el ‘cuarto oscuro’ (según cuenta *Carlos). Un joven de no más de quince años con síndrome de ‘down’ se mueve entre la multitud y baila solo. Dicen que por lo general alguien tiene que darle los $1.500 del pasaje para que regrese a su casa, pues adentro lo roban. Se cuenta que una vez entró una niña de seis años en compañía de su hermana de 14. La visita, según relatan, no duró mucho porque la pequeña lloró desesperadamente hasta que ambas tuvieron que irse. Afirmaciones de otro muchacho en medio de la rumba dan cuenta de que algunos domingos hay shows de desnudos. Cuando eso sucede, asegura, las puertas del local se cierran. Las luces se apagan y sale una exuberante mujer, quien se quita el brasier, muestra los senos y a veces se deja tocar. Un día, sigue el relato, la Policía irrumpió, pero alcanzaron a esconder a la mujer. Luego, la fiesta siguió.Día del ‘Entuke’Otro domingo, esta vez a las 5:00 p.m. en Lulú Electro, en la Calle 16N con Avenida 8, barrio Granada. Un adolescente de al menos 16 años sale dando tumbos, aparentemente drogado.“Este man está muy mal...”, decían sus amigos. La requisa para el ingreso es minuciosa, con revisión hasta en las plantillas de los zapatos. Por llegar tarde no fueron $7.000 los que hubo que pagar por la entrada, sino $10.000. Una vez se atraviesa la puerta, se observa a un hombre y una mujer adultos bailando cada uno en una pequeña tarima. Él, vestido sólo con una tanga negra. Ella, con un traje de baño de dos piezas del mismo color. En el mundo de la rumba juvenil, este sitio es reconocido como lugar de encuentro para menores homosexuales, por lo que es común ver bailar ‘choke’ entre hombres. Ese día había un show especial: el ‘Concurso del entuke-entuke’. En el medio de la pista, con la música apagada, a voluntarios de ambos sexos se les vendan los ojos. Los mezclan, les dan vueltas y en medio de su oscuridad eligen al azar a una pareja para besarse. Ganan quienes aguanten más tiempo. Esta vez fueron unos cinco minutos. Luego vino el concurso del ‘Beso picante’, igual al anterior, sólo que con un labial con una mezcla de ají. Durante el primer certamen entraron al establecimiento cuatro agentes de Policía que verificaron que en la barra no se estuviera vendiendo licor. Lo corroboraron y se quedaron a ver el 'show'. Una visita quedó pendiente, a la chiquiteca Tambora, en la Avenida 3N con Calle 44, barrio Vipasa. Según se informó en la Estación de Policía de La Flora, el sitio dejó de funcionar como chiquiteca el pasado 1 de mayo, fecha en que se presentó ahí una gresca entre menores.“Los muchachos se citaban en este establecimiento los días domingos a través de las redes sociales para pelearse”, dijo el mayor Carlos Andrés Correa, comandante de esta estación.Esta versión la refuerzan habitantes del sector. “Esos muchachos armaban disturbios que acababan en la calle y terminamos todos pagando”, dijo un morador del barrio.Alejandro*, de 17 años, cuenta que durante año y medio asistió a Tambora. Afirma que adentro había alcohol y drogas. “Eso era muy feo, se escucha ragga (mezcla entre reggae y reguetón) y ‘choke’. Había jíbaros que vendían alcohol y drogas que entraban camufladas”, dijo.Las explicacionesBladimir Arce, conocido como ‘Blacho’, es el administrador de Safiro. Explica que tiene todos los permisos y que su negocio funciona como Salón de Eventos. “Cuarto oscuro, licor y droga, jamás. Sencillamente se hacen fiestas de 2:00 p.m. a 5.00 p.m. Y muchas veces la Policía va y mira. Ni siquiera se les deja fumar afuera”, dijo. ‘Blacho’ añade que en el lugar no se hacen 'shows' de streaptease, sino de 'Go Go Dancers', donde las mujeres bailan y no se quitan la ropa, espectáculos que además no se hacen todos los domingos y que tienen fines de mercadeo “para llamar la atención de los jóvenes”. Agregó que “las veces que hacemos los desfiles se utiliza la parte de atrás y allá no puede estar todo el mundo. De hecho no es un cuarto oscuro. Hay luces que ni se pueden apagar porque cuando se suben los switches ya no se vuelven a bajar”.“Mi papá es una persona importante en Cali e hicieron una denuncia también. Pero eran personas envidiosas para perjudicarme”, puntualizó.Alberto Gutiérrez, conocido como ‘Ovni’, administrador de Lulú Electro, también tiene sus explicaciones. Dice que el evento del domingo 20 de mayo, en el que El País presenció el ‘Concurso del entuke-entuke’, se realizó por única vez y que tenía autorización del Municipio: “la Policía de Adolescencia estuvo allá y vio buen manejo”. Agregó que tiene permisos y que el uso del suelo del local lo especifica como “discoteca”. Sobre el concurso de besos opinó que “hoy en día un beso es muy normal. Ahora, de un beso a un acto pornográfico, es algo muy diferente. El evento no era obligatorio. Ellos (los menores) lo hacen por sus propios medios. Hay muchos sitios que hacen cosas peores y ahí sí no están al frente de eso...”.Rumba para chicos, preguntas para grandes.*Nombres cambiados por solicitud de las fuentes.Lo que dicen los expertos: desorientación y falta de opcionesPara el psicólogo Eduard Hernández, qué clase de control están ejerciendo los padres frente a las actividades que realizan sus hijos, es la pregunta que debería hacerse la ciudad frente a las situaciones que se pueden presentar en espacios como las chiquitecas.“Ya hemos pasado la época de cuando el domingo era el día del compartir familiar, donde la diversión era el ‘paseo de olla’ o ir juntos al centro recreacional. Hoy en día los padres le han soltado el tema de la diversión a sus hijos, dejándolos que salgan solos con sus amigos”, dice Hernández.Gloria Amparo Montoya, docente de bachillerato y madre de familia de un adolescente, asegura que entre sus alumnos hay visitantes asiduos a las chiquitecas y considera que la “soledad” en que permanecen los muchachos es lo que los mete cada vez más en esta actividad.“Los padres se concentran en sus trabajos, por necesidad o por costumbre, y los hijos quedan expuestos a compañías o entretenimientos de las que no se tiene ningún control”.A su vez, Christian Silva, consejero Municipal de Juventudes de Cali, dice que faltan oportunidades de actividades distintas para este sector poblacional. “En la ciudad hay mucho talento que se está desperdiciando en las calles. Hacer cultura y arte, a través del baile o cualquier otra expresión, debería ser una misión de la Alcaldía. Deberían darse más convocatorias para jóvenes que quieran educarse en diferentes aspectos”, dijo Silva. De otra parte, Xiomara Rodríguez, coordinadora del grupo juvenil Llama de Amor Viva, de la iglesia de El Templete en Cali, afirma que “el problema no está en la existencia de las chiquitecas, sino en la falta de orientación de los jóvenes que asisten a este y otros espacios inadecuados”.“Hay que decir que no siempre las ideas de los jóvenes son malas. Por eso debemos acompañarlos. Hay que hacerlos sentir que son parte de la vida familiar y social. Esa sensación los puede salvar de la perdición”, concluyó Rodríguez.Elizabeth Villa, presidenta de Corpolatin, única fundación en Cali con línea de atención gratuita para niños y adolescentes de la ciudad (106), expresa que espacios como las chiquitecas desorientan a los menores. “El referente en estos menores está en el placer. Pensemos en los jóvenes que no tienen orientación ni siquiera de sus padres. Son ellos los que actúan por lo que ven en referentes de los medios y terminan haciendo de sus proyectos de vida un degenero”, manifestó Villa.

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