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La vida vista desde abajo, el drama de las personas pequeñas en Cali

Hace dos semanas una discoteca en Bogotá ofertó como show la pelea de dos enanos. ¿De qué tamaño es la indiferencia con una comunidad que nadie se ha ocupado de medir en el país?

13 de abril de 2014 Por: Jorge Enrique Rojas | Editor Unidad de Crónicas

Hace dos semanas una discoteca en Bogotá ofertó como show la pelea de dos enanos. ¿De qué tamaño es la indiferencia con una comunidad que nadie se ha ocupado de medir en el país?

Mientras escucha la historia, sus ojos se quedan fijos. No se elevan buscando el cielo de la imaginación ni se escurren por suelo. Solo se quedan ahí, suspendidos en este presente que también ha sido pasado: hace dos semanas Kinky, un reconocido sitio de rumba de la zona rosa de Bogotá, organizó The Wild Brunch (el brunch salvaje), fiesta sabatina con mesas reservadas a millón y medio de pesos y entradas que el 29 de marzo se vendieron a cincuenta mil. Por ese dinero los asistentes tenían derecho a un bufete, algo de licor y un show central que muchos festejaron con carcajadas gigantes: dos enanos dándose golpes.Con el torso desnudo, pantalonetas satinadas y guantes, los hombres aparecieron disfrazados de boxeadores en un ring improvisado en medio de la discoteca para simular una pelea a tres asaltos. Como fue un combate fingido, sin sangre ni dientes volando; como no hubo ninguna tragedia más grande que la indignación de esos dos hombres vestidos de burla, todo lo que pasó esa tarde en Kinky estuvo a punto de ser una simple anécdota más entre los excesos a los que todos nos hemos ido acostumbrando que sea sometida la gente pequeña. Pero por fortuna esa pelea y su organización, representación a escala de la ignorancia de algunos, fue denunciada por Lina Posada, quien estuvo ese sábado en esa fiesta.Lina, una chica que había asistido sin saber que el show central sería una pelea de enanos, el lunes siguiente contó en Blu Radio lo que había visto hasta cuando empezó el combate y ella abandonó el lugar. A raíz de lo que dijo, la prensa tituló artículos en tono de repudio y los responsables del espectáculo salieron a dar declaraciones asegurando que no hubo explotación y que cada uno de esos hombres recibió 280 mil pesos por el acto. “Ellos viven de eso, de hecho cuando se les acabó el trabajo en la Plaza de Toros de Bogotá tuvieron que buscarse oportunidades. Tenían trabajo fijo y entonces yo los adopté”, dijo ese mismo día Ángelo Arias, quien fue el encargado de contratar a los pequeños boxeadores.María Isabel Ramírez escucha todo sin mover los ojos. No los mueve como suelen moverse mientras la imaginación busca imágenes nunca antes vistas. Sus ojos son azules como el cielo de verano y en la tarde del miércoles 9 de abril permanecían quietos quizás porque todo eso ya lo han visto. Una y otra vez. Aquí y allá. Una y otra vez: María Isabel tiene 52 años y mide 120 centímetros. Su hija, de 24 años, es apenas dos centímetros más alta, calza 34. María Isabel cuenta que en el barrio Alfonso López de Cali, donde vivió hace tiempo, llegaron a lanzarle piedras cuando caminaba por la calle: ¡Enana! ¡Enana! ¡Enana! Le gritaban hombres de todos los tamaños. Subida en una poltrona recostada contra un muro del apartamento donde vive, en el barrio Los Alamos, al norte de la ciudad, la mujer se asoma por la ventana.En Los Enanitos Toreros, crónica que en el 2006 Alberto Salcedo hizo para la revista Soho exponiendo la dimensión de algunos de los dramas de la gente pequeña de este país, el periodista escribió que “(…) Los enanos que no desafían la cornamenta de una vaca, los que no se contorsionan de manera estrafalaria sobre la barra de un bar, los que no se desnudan en las fiestas de despedida de solteros, los que no actúan como hazmerreír de ferias, son un cero a la izquierda, un yerbajo del rosal. Excluidos del mercado laboral, deben resignarse a ejercer, a ratos, oficios no calificados. Sus estudios son precarios, en parte por discriminación y en parte por la ignorancia de ciertos padres, que consideran una pérdida de tiempo darles educación. Ni siquiera cuentan, literalmente, como ciudadanos rasos ya que los censos de población los desdeñan”. En esa época, una estimación calculaba que en el país había siete mil personas diagnosticadas de enanismo. Ocho años después ese cálculo ya es número obsoleto. Pero no porque haya un censo y alguien sepa dónde están, quiénes son y en qué condición se encuentran, sino justamente por todo lo contrario. María Isabel dice que es así. Que la exclusión, la discriminación, la falta de opciones que tienen personas como ella y su hija, siempre han estado ahí, a la vista de todos y a la vez invisibles para todos. María Isabel tiene el pelo rojo. Viste un blusón sin mangas y zapatos azules. Para encontrar ese par, tuvo que caminar dos días seguidos. “¿Usted se ha puesto a pensar que nadie hace zapatos para nosotros?”. Desde la poltrona, María Isabel le alza la mano a una vecina. Ya nadie le lanza piedras en la calle. Lo que pasa ahora, dice, es que a veces los desconocidos la tocan: le rozan un hombro, le ponen los dedos sobre la cabeza, de pronto le acarician una oreja. “La gente cree que tocar a un enano trae buena suerte”. La hija de María Isabel se llama Angélica y, como ella, tampoco trabaja. Una vez llevó una hoja de vida a un restaurante pero al dueño le dio miedo que la chica no fuera capaz de sostener una bandeja con vasos. Una de las propuestas más serias que le han hecho es que se vaya a trabajar a una casa de citas. Por esa razón, explican madre e hija casi al tiempo, es que lo ocurrido en la discoteca de Bogotá no les extraña. “Muchos de nosotros se dedican al rebusque. La gente no confía y les toca hacer lo que salga. Nosotros más bien somos los que dependemos de la suerte”. Desde hace años, la de las dos mujeres está a salvo gracias a un milagro: un hombre que en las plazas de toros viste mallas azules y lleva una capa roja atada al cuello.***Carlos Dueñas tiene una estatura promedio, mide 1.68, pero desde hace once años es el presidente de la Asociación Pequeños Gigantes de Colombia. En el 2003, cuando a su segunda hija le faltaban dos meses para nacer y fue diagnosticada con acondroplasia, la más común forma de enanismo, él decidió empezar a luchar para conseguir el apoyo que presentía no iba a encontrar cuando su niña lo necesitara. Carlos afirma que el enanismo es la discapacidad más particular de todas porque es la única que causa risa: “Por culpa de la magia, la superstición, los cuentos, la fantasía, ese tipo de discriminación ha sido asociada históricamente así”. Carlos habla muy serio al otro lado del teléfono. Pocos saben de las dificultades médicas que tienen esos hombres y mujeres que tanta gente mira por encima del hombro. Pocos saben, al verlos correr huyendo de un toro o encaramados sobre un parlante anunciando el menú del día, que muchos de ellos tienen que someterse a dolorosísimas cirugías para que sus piernas aguanten el peso del cuerpo. Que otros sufren del oído y que otros padecen dificultades para respirar mientras duermen. Que en la adultez algunos padecen estrechamiento del canal de la columna lumbar y que otros más terminan retorcidos por la artritis.La segunda hija de Carlos se llama Laura y tiene 11 años. En el colegio se sienta en un pupitre adaptado para su tamaño y su papá dice que es una niña feliz. La Asociación ha servido para que cientos de personas como ella encuentren apoyo a sus padecimientos más frecuentes, para que se ayuden entre todos, para que no se sientan solos ante los problemas que nadie ve. La Asociación por ejemplo, tiene un modelo de carta que hace llegar a los colegios cuando un alumno con enanismo es matriculado: “(…) Si hay algún trato especial que quisiéramos que intenten, en todas las situaciones que sea posible, es tratarlo de acuerdo a su edad y no a su estatura”, dice en un aparte. En la sede de la Asociación hay un directorio con más o menos 500 número telefónicos. Carlos cree que esa libreta es el censo más aproximado que existe en Colombia. Apenas este año el Ministerio de Protección social empezó a censar el enanismo en el país, así que la pequeña presunción es más bien una gran certeza: oficialmente nadie sabe nada de ellos. Ni en Bogotá, ni en ninguna parte. Y tampoco hay un inventario de los abusos a los que muchos son sometidos. En la Personería de Cali, es el caso, no hay registrada una sola denuncia al respecto. John Nicolás Rodríguez mide 130 centímetros y calza 35. Desde hace 26 años tiene un negocio de videos en La 14 de Calima. Antes trabajó tallando muebles de madera y vendiendo chance. Nico, como le dicen todos, nació en Armenia y cuando tenía 12 años una vez llegaron a su casa preguntando por él. Cuando su mamá abrió la puerta, los emisarios de un circo de barrio dijeron algo que se escuchó por toda la casa: ¿Señora, en cuánto nos vende el enano?Nico tiene ahora 50 años y dice que de no ser por el apoyo de sus padres y la familia dueña de ese centro comercial donde trabaja, su vida quizás sería una incógnita gigante. Todos los días, para llegar del barrio Los Almendros hasta Calima, Nico se transporta en un Mazda HS rojo con los pedales adaptados. Hace diez años pagó 150 mil pesos por el arreglo. En un cubículo donde caben él, dos butacas, una centena de películas y los equipos que de vez en cuando usa para transformar una filmación VHS en un DVD, el hombre eleva los ojos al cielo de la imaginación: “Me lo pregunto todos los días, ¿qué voy a hacer el día que no pueda sostener el carro?”Los problemas de un pequeño en la ciudad son tan grandes para ellos como diminutos para quienes no tienen idea de cómo se ve la vida desde abajo. Nico, por ejemplo, una vez se quedó atascado en la registradora de un bus y la gente que iba allí, en vez de ayudarlo, se dedicó a reírse de su lío. El transporte, pues, resulta dramático. Ir a los bancos también. Es lo mismo que pasa en los cines, en los teatros, en los aeropuertos, en las panaderías: los mostradores son imposibles para ellos. Y así también los teléfonos públicos, las bancas de las iglesias, conseguir ropa, restaurantes con mesas a su medida, gimnasios con máquinas que les sirvan. La suerte de los enanos, poetizados en el cine y los libros, mostrados como seres inmunes ante las adversidades, es fantasía que no se conjuga en la cotidianidad de un lugar como Colombia. Aquí, los ‘pulgarcitos’ rara vez logran salir de la panza del lobo, como pasa en el cuento de Los Hermanos Grimm que narra las peripecias de ese niño tan grande como el dedo de una mano. Nico, mirando al suelo, dice que en todo caso nada es tan duro para ellos como el amor: “Uno encuentra cariño, casi nunca amor”. Hace dos años la mujer con la que estuvo casado por 12 años, sacó las cosas de la casa y se fue. Pero el amor, cuando es una tromba de verdades, no se fija en dificultades ni tamaños. Con sus 122 centímetros, Angélica, labios rosa y nariz de muñeca, es mamá de dos niñas: Jermaion, que tiene 4 años y le llega a los hombros, y Nadira que anda por el año. El papá, que se llama Pedro, mide 1.77 y calza 40; el pelo negro, los brazos largos, sonrisa de superhéroe: desde hace 12 años, Pedro es Superman en las fiestas taurinas. Junto a Los Enanitos Toreros, saltando becerros, haciendo acrobacias, recibiendo cornadas, ha recorrido el país viendo en todos lados la misma suerte, las mismas burlas, el mismo desconocimiento del drama ajeno. Alguna vez, por eso, estuvo cerca de irse a los golpes con alguien que insultó a los hombres con los que trabaja.Pedro y Angélica llevan seis años juntos. Se conocieron en la Plaza de Toros de Cali, cuando ella, para llevar a su mamá, entró como periodista solicitando una entrevista. En ese tiempo estudiaba comunicación social. María Isabel, la mamá de Angélica, dice que ese hombre de verdad es Superman: “Mantiene la casa, plancha, cocina, lava. Además nos alcanza las cosas en el supermercado y nos tiende la ropa en el alambre. Si no fuera por él, imagínese: ¿Quién nos iba a dar trabajo? ¿Quién nos iba a alquilar un sitio para vivir?”María Isabel tiene un sueño. Uno grande que ella ve en el cielo azul de la imaginación: tener una fundación en Cali donde pueda ayudarle a personas como ella y su hija. Asociarse con gente que los oriente en los problemas más frecuentes, brindar apoyo sicológico, abrir una bolsa de empleo que les permita conjurar propuestas tan bárbaras como la de dos hombres pequeños dándose golpes por un puñado de billetes. Dar la pelea para que el Estado reconozca sus derechos. María Isabel Mueve los ojos. Superman está sin uniforme. Afuera, el cielo infinito se ve gris y revuelto.

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