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El Colegio María Auxiliadora es una de las instituciones más afectadas por la pandemia, por eso buscan apoyo para continuar su operación | Foto: Aymer Andrés Álvarez - El País

CRISIS ECONÓMICA

La campaña con la que exalumnas 'salvan' al tradicional colegio María Auxiliadora

Egresadas y actuales alumnas de esta institución educativa lideran la campaña colaborativa 'Cuestión de Corazón', con la que buscan que este espacio siga formando los hombres y mujeres del futuro.

12 de abril de 2021 Por: Redacción de El País

Cuando el emblemático Colegio María Auxiliadora inició su labor educativa, hace un centenar de años, las hermanas salesianas nunca llegaron a imaginar que enfrentarían una crisis como la que hoy vive el mundo, y mucho menos que sus aulas estarían vacías y que el cierre definitivo de la institución se sentiría próximo.

Pero tampoco imaginaron que el amor de sus egresadas y sus actuales alumnas (ahora reducidas a un pequeño número) por ese tradicional espacio educativo, les haría buscar toda suerte de ayudas para mantenerse en pie.

Varias de ellas gestionaron una campaña colaborativa llamada ‘Cuestión de Corazón’, con la que recaudaron 305 millones de pesos, dinero que le permite a la institución seguir educando a la población caleña y, ahora, formar bachilleres bilingües, de manera mixta.

Hoy, piden a los caleños y vallecaucanos seguir apoyando este espacio educativo para que continúe formando, con grandes herramientas para la vida, a los hombres y mujeres del futuro. El próximo año escolar, que inicia en septiembre, tendrá pre-matrículas a partir del 13 de abril de 2021.

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de los niños, sin maltrato

“La Asociacion del Exalumnas de Colegio María Auxiliadora de Cali, expresa inmensa gratitud a las personas que apoyarón la Campaña ‘Cuestión de Corazón’, para recaudar $300 millones, meta que se logró el 25 de marzo. Con este capital semilla asumimos el reto de recibir la administración total del plantel educativo a partir del año lectivo 2021-2022”: Adriana García, presidenta Asociación de Exalumnas

Mi colegio, mi casa, mi hogar

Carta de María Cristina Yusti de Salazar (exalumna del Colegio):

“A diferencia de todas mis queridas compañeras, yo no contaba con otra casa diferente a mi colegio. Era ese el único lugar donde yo me sentía segura, amada, respetada y valorada.

Entré muy niña al internado, como resultado de un hogar fallido, pero el Señor colocó en mi camino a un Ángel de la Guarda, el Tío Gabriel, quien se encargó de mi educación y tutoría. Y, como era un prestigioso médico muy ocupado y además soltero, le quedaba difícil la tarea.

Fue entonces cuando, debido a la relación de él como médico con la comunidad, tuvo la feliz idea de confiar mi educación a las monjas Salesianas. Desde entonces entré bajo el manto de mi Auxiliadora querida, a la edad de 6 años, ahí encontré mi hogar y en las monjas todo lo podía necesitar.

Mi primer encuentro con las Salesianas fue en Choachí. Un pequeño pueblo de Cundinamarca, enclavado en la montaña. Un lugar pintoresco, frío, remoto para mí, pero ellas lo hicieron cálido y acogedor. Encontré una directora maravillosa, Sor María Poggio, una italiana tierna y cariñosa. Una verdadera Santa, puedo asegurarlo, su prioridad siempre fuimos nosotras.

Cuando me hacía merecedora (y lo fui muchas veces) de ir hasta el despacho de la directora como castigo, ella siempre con esa bondad tan suya trataba de defendernos ante las hermanas y les decía “Hay que tener mucha paciencia con estos angelitos, porque son muy jóvenes” y sin desautorizarlas, procedía a imponer el castigo. Este consistía en colocar un banquito al lado de su escritorio para arreglar un cajón del mismo. Sólo que dicho cajón permanecía siempre lleno de estampitas y medallitas de María Auxiliadora, acompañadas por caramelos y chocolatinas, y siempre decía: “Cuando acabes, puedes tomar las que quieras”. Era una dicha de castigo y por lo tanto yo era asidua a tal comportamiento.

¡Dios la tenga en su Gloria! Fue mi primera directora y al llegar al colegio de Cali fui tan afortunada que nuevamente la encontré ahí. Era una enamorada de Cali. El sol para ella era muy importante y nos hacía notar que vivíamos en una cuidad dorada.

Durante toda mi estadía en el colegio hubo otras directoras. Todas muy especiales y ejemplares. Sor Lía Montoya, Sor Emma Acosta y la encantadora Sor Barbarita Caicedo, quien gracias a Dios nos acompaña todavía. Recuerdo que, como era la interna más pequeña, tenía derecho a jugar a las muñecas, pero mis muñecas debían de permanecer en un sitio especial. El cuarto de Ñoñito, un personaje tierno e inocente que endulzó mi niñez con cantos, música y juegos. Ella era mi compañera de juegos y les hacíamos ropa a las muñecas.

Se podría decir que mi niñez transcurrió como hija de las monjas. Rara vez salía a vacaciones porque yo prefería quedarme con ellas y fue así como viajando con ellas, conocí casi todos los internados y colegios de la inspectoría: Soacha, Chía, Popayán, Bogotá y La Cita, donde quedaba el noviciado. Pasé allá varios 5 de agosto y tuve el honor de verlas hacer sus votos y profesiones.

Detestaba las ‘Obediencias’; les tenía pavor pues eran los mandatos mediante los cuales cambiaban las monjas entre los colegios. Las lágrimas de ese tiempo todas las derramé por las obediencias. Apenas las niñas se iban de vacaciones, yo me mudaba del cuarto piso al segundo, donde quedaba la enfermería. Ahí estaría más cerca de las hermanas al quedarme sola.

Fue siempre con ellas con quienes celebré todo en mi niñez y juventud. Mi Primera Comunión con un almuerzo con ellas. Mis 15 años con un té y mis compañeras en el colegio. Mi primera fiesta: ellas me llevaron a comprar el vestido y me arreglaron (no quiero ni pensar como quedé) pero me fui feliz. Y hasta mi matrimonio, pues me ayudaron a hacer la maleta de la luna de miel y como no me permitieron casarme en el colegio porque no era parroquia, entonces me casé dos veces.
Una en la iglesia de Santa Filomena y remate en el colegio. Estaba la capilla llena esperándome, las monjas cantando y yo volví a hacer mis votos ante la Virgen y coloqué en su altar mi cinta de Hija de María y mi ramo de novia.


Como era de esperar, aprendí a hacer de todo, porque no era permitido el ocio en ningún momento, y los momentos eran muchos. De modo que aprendí a bordar en todas las formas, a tejer con toda clase de agujas, a hacer encajes de bolillo, macramé y demás. A dibujar y a pintar con las más maravillosas profesoras y verdaderas artistas. A repujar el cuero, a trabajar el pergamino, caligrafía de pluma recortada, arreglar la capilla, hacer los floreros, colocar las velas y hacer los manteles para el altar.

Fui monaguillo, campanera y me dejaron muchas veces el incienciario, cosa que me encantaba. Fui feliz, realmente feliz. Ellas no dejaron que la vida me lastimara, ni que me embargara nunca un sentimiento de inseguridad. Ellas me dieron seguridad, confianza y esperanza.

Me enseñaron a soñar, a superarme y a valerme por mí misma, para enfrentarme a un mundo que para mí había sido hostil. Ellas fueron mis madres, mis confidentes, mis educadoras, mis consejeras y sobre todo mis amigas. Ante todo, mi mejor ejemplo.

Cuando alguna vez salí de la clínica por motivos de salud, fue al colegio a donde fui a recuperarme, esa era mi casa. Todas fueron maravillosas conmigo, pero dentro de esa pléyade de ángeles hubo un ángel muy especial, mi ‘Mami’, como la llamaba. Sor Leticia Sánchez, a quien hoy quiero rendir mi mayor tributo de amor y gratitud. Dios ya la tiene en su Gloria.

Cuando hoy veo a mis compañeras, sus hogares preciosos llenos de valores humanos, sus vidas todas llenas de amor y adornadas con grandes dones, sus hijos, y sus nietos todos valiosos a la sociedad, entonces entiendo el verdadero sentido de la educación Salesiana.

Seguimos todas nuestra amistad a lo largo de los años, no importa si vivimos o no cerca, nos enseñaron a ser así. Lo que nos une es más que amistad, es sentimiento de fraternidad, es una verdadera hermandad. Los sufrimientos, enfermedades, luchas, éxitos y alegrías son de todas y las compartimos al unísono de nuestro amor por la Auxiliadora.

Por eso no puede irse el colegio de Cali. La ciudad necesita esa clase de mujeres formadas así, Cali necesita esas madres, esos hogares, esas profesionales. A ellas quiero decirles hoy: ¡Gracias! Porque les debo lo que soy. Y todo lo que he logrado.

Cuando crecí y por haber estado siempre con ellas, creí que tenía vocación religiosa. Ellas me hicieron ver que no era vocación religiosa, era apego, y eso no era suficiente. Fue entonces cuando comenzaron a sonar las campanitas del amor, y ellas estuvieron ahí también. Conseguí mi primer novio y como no vivía en Cali, la Hermana Directora después de las palabras de las buenas noches me entregaba siempre las añoradas cartas. Cuando me visitaba en Cali, me permitían salir con él, “pero a las 7:00 p.m., la niña debe de estar acá”. Hecho cumplido.

A raíz del Concilio Vaticano Segundo, los internados de las ciudades se terminaron. Solo quedaron los de provincia. Cursaba yo entonces tercero de bachillerato y entonces quede sola en el internado, las demás salieron a sus casas, pero esa era mi casa. Por tres años fui la única interna del colegio. Me trasladé entonces del cuarto piso, donde quedaban los dormitorios, a una pequeña alcoba que queda arriba de la capilla. Fue espectacular, me sentía mucho más cerca de la Virgen.

Cómo imaginarán, yo casi hacia vida monacal con las hermanas. Al graduarme de bachillerato, fueron ellas quienes estuvieron pendientes de mi ingreso a la Universidad del Valle y los exámenes. Dos de ellas hicieron conmigo los cursos preparatorios. Me presenté a la facultad de Ingeniería Electromecánica y durante el primer año de universidad seguí viviendo en el colegio.

Al segundo año llegó una Madre General de Italia a hacer una visita, y claro, encontró mi estadía como una rara anomalía; decretó que me debía ir del colegio y entonces pasé por la prueba más dura. Abandonar mi colegio y mis monjas. Pero también me habían preparado para eso. Lo sufrí. Lo superé y seguí adelante. Fue entonces cuando encontré al compañero de viaje que María Auxiliadora me tenía preparado. Tal como lo había soñado: el mejor estudiante del colegio de Santa Librada y de la facultad de Ingeniería Química. Juicioso, perfecto. El mejor hijo y sería, además, el mejor papá para mis hijos.

Sobra contarles que, al irnos a vivir a Bogotá, las hermanas me consiguieron un apartamento al frente del colegio, llamado El Externado, y fueron nuevamente mi mayor apoyo, las abuelas y enfermeras de mis hijos y demás… Gracias a sus enseñanzas mi hogar fue un sitio donde no solamente mis hijos encontraron abrigo. El Señor nos dio dos hermosas sobrinas como hijas, y claro que ellas ya también son salesianas. Tuve la suerte de que estudiaran en Sor Valse.

Y otros niños también encontraron acogida en nuestro hogar. ¡Gracias a Dios! ¿Qué más podría yo decir de mi colegio? Lo sigo amando, lo añoro y en esa capilla alcanzo la máxima cercanía con Dios. Estoy pues feliz de que las salesianas permanezcan en Cali.

A todas las queridas hermanas salesianas les dedico estas palabras, muchas de las que me acompañaron, diría yo la mayoría, ya están con el Señor, pero tanto para ellas cómo para las que felizmente nos acompañan, va mi sincero sentido de agradecimiento y amor por siempre. Gracias mil. Dios las bendiga y las guarde”.

El 24 de mayo, los caleños podrán participar de la subasta de imágenes religiosas, trabajos de artistas y otras sorpresas, haciendo su aporte
en www.armatuvaca.com y la cuenta de ahorros número 146621362, del Banco
de Bogotá.

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