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Raúl H. Ortiz, arquitecto caleño. | Foto: Aymer Andrés Álvarez / El País

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"En nuestra ciudad falta cultura urbana": Habla Raúl H. Ortiz, el arquitecto de la Cali moderna

Habla el hombre que creó muchos de los sitios por donde usted transita a diario.

30 de junio de 2019 Por: Aura Lucia Mera y Beatriz López 

Raúl H. Ortiz, el arquitecto que proyectó alrededor de 150 obras en Cali, el Valle del Cauca y otros sitos del país, y cuya impronta quedó grabada en universidades, iglesias, clínicas, capillas, conventos, colegios, edificios, el Centro Cultural de Cali y hasta un sector del Mío, acaba de lanzar su libro ‘Ladrillo a Ladrillo’, que resume toda una vida de intensa actividad como pionero de la modernización arquitectónica de Cali a finales del siglo XX y principios del XXI.

Fue condecorado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos con el premio a toda una vida ‘Fray Pedro de Herrera’, quien fuera encargado por cédula real de dirigir la construcción del templo de San Francisco, que se inició en 1800 y concluyó en 1827, “una de las obras más representativas de la ciudad y precursora inconsciente de Raúl H, en el manejo importante y nítido del ladrillo”, según Ely Burckhardt.

Ortiz afirma que “aunque existe una motivación en algunos círculos selectos de configurar una memoria urbana, no hay una opción masiva como debería ser. Dentro de la escolaridad debería ser obligatorio tratar la historia de Cali, abordándola de forma integral”.

Al referirse al Plan de Ordenamiento Territorial, POT, considera que las decisiones las toman comités reducidos sin posibilidad de apelación, pues muchas veces son contratistas externos y de otras ciudades.” De esto se deriva que algunas zonas de la ciudad tengan unas normas que hacen imposible el desarrollo de edificaciones nuevas.

Cuando le preguntamos sobre la viabilidad de construir un Metro en Cali, para solucionar los problemas de movilidad, señala que se identifica con el “tren de cercanías y utilizar las vías férreas que ya existen.”

Lea también: 'Este es el proyecto de arquitectura de un caleño que rinde homenaje al río Cali'.

En su sede ubicada en el Edifico Terrazas, donde se nota su pasión por el ladrillo y los espacios de luz, enmarcado todo con bonsais, dialogamos con este hombre maravilloso que administra desde hace 20 años un párkinson y sigue lleno de proyectos, poniendo un toque mágico en cada obra.

Íconos destruidos

¿Por qué en Cali existe la tendencia a eliminar íconos como el Palacio de San Francisco, el Batallón Pichincha, el Alférez Real y espacios urbanos como el Parque de los Estudiantes, la Alameda de la Calle Quinta y la Avenida Colombia?

Por falta de una cultura urbana, entendiéndose esto como la comprensión integral de la ciudad. Se manifiesta en un bajo aprecio por la historia de Cali, y por tanto, de su patrimonio arquitectónico. Si nos atreviéramos a hacer una encuesta entre los más jóvenes por estos íconos y espacios urbanos, me temo que el resultado sería decepcionante.

¿Somos una ciudad sin memoria urbana?

Diría que existe hoy una motivación en algunos círculos selectos, de configurar una memoria urbana. Pero no es una opción masiva. Dentro de los colegios debería ser obligatoria la historia de Cali abordándola de forma integral, económica, cultural, deportiva y recreativa.

Hay quienes afirman que en el proyecto de reforma del Centro Cultural, la Secretaría de Cultura y Turismo no incluyó a Pedro Mejía, Jaime Vélez y a usted, cuyo diseño trabajaron con Rogelio Salmona, y el cual que mereció el premio nacional de la SCA de 1990. ¿Es cierto?

El proyecto de reforma del Centro Cultural existe a nivel de un plan director que elaboramos con el arquitecto Pedro Mejía, contratados por la Secretaría de Cultura. Para llevar a cabo este plan es necesario que el edificio sea solo centro cultural, y disponer de todo su espacio. El punto de vista logístico y administrativo, debe existir una gerencia de dicho centro.

¿Está de acuerdo con al arquitecto Benjamín Barney en que los males urbanos que aquejan a la ciudad son su fealdad, desorden, deficiente movilidad y creciente inseguridad?

A Barney le he leído esos conceptos, pero también lo he leído hablar de su belleza natural, de su arborización, de sus ríos, de su luz, de su gente, de su música y de su alegría. Sin desconocer los males enunciados, la única manera de “construir ciudad” de una forma positiva que invite a los ciudadanos a ser proactivos y aportarle a la ciudad lo que esté a su alcance.

¿Por qué una entidad como la Sociedad Colombiana de Arquitectos
no es tenida en cuenta por los alcaldes de turno, a la hora de elaborar el POT, privando a la ciudad de un manejo idóneo, estético y profesional en asuntos como la proliferación de edificios en sitios de riesgo y la descontaminación de los ríos que atraviesan la ciudad?


Volvemos al principio cuando decíamos que una comunidad que no valora su historia, no valora la opinión de un gremio como la SCA, a pesar de que esta ha sido reconocida por el gobierno nacional, como entidad consultiva del Estado colombiano.

La forma de participación y desarrollo del POT, pretende ser democrática consultando la opinión ciudadana a nivel de comités y reuniones amplias, pero no las siento tan defectivas, pues las decisiones las toman en comités reducidos, sin posibilidad de apelación, personas que muchas veces son contratistas externos y de otras ciudad.

Entre los arquitectos, como en todas las profesiones, existen divisiones a la hora de calificar los diseños. Recuerdo que la misma FES, el Museo de la Tertulia, la Torre de Cali y el Túnel de la Avenida Colombia, fueron criticados en sus inicios. Los arquitectos, como buenos humanos y caleños, no somos objetivos al referirnos al trabajo de los colegas y caemos algunas veces en críticas superficiales.

Las Megaobras

¿Considera que las Megaobras contribuyeron a modernizar la ciudad?

Diría que se desatrancaron la ciudad que estaba reclamando obras viales y de servicios de educación y salud y, aunque no se ha completado en su totalidad, han impactado positivamente la ciudad.

Las antiguas casas solariegas del centro y del barrio Centenario, han sido derruidas para convertirlas en garajes, o dejarlas a merced del tiempo.
Se deterioran y en muchos casos son guarida de drogadictos, como la casa de dos pisos al final de La Escopeta.

Cuando me refería a la norma urbana existente que han congelado ciertas zonas de la ciudad, el barrio Centenario es una de esas, pues el valor de la tierra hace muy costoso el proyecto que por norma se pueda hacer. Esto invita de forma equivocada a demoler las casas y convertirlas en solares o zonas de parqueaderos.

¿Cuál sería la solución para resolver el problema de la movilidad en Cali: metro, reacondicionar la existente red del tren., o seguir insistiendo en el MÍO?

Yo me identifico con el tren de cercanías y utilizar las vías férreas que existen; esto puede llevar a un sistema de tren rápido que comunique todo el Valle del Cauca y su sistema de ciudades, permitiendo vivir en Cartago y trabajar en Cali.

Espacio y luz

Desde pequeño apuntaba a ser único. Su nariz respingada y esa eterna sonrisa llena de picardía y su imaginación para inventar juegos, travesuras, aventuras fantásticas, lo identificaban con Daniel el Travieso.

Esos veraneos en la carretera al mar, en la época feliz donde los papás subían a sus hijos durante los tres meses de vacaciones, y los vástagos no volvían a bajar a la “civilización” marcaron con huella indeleble el carácter de sus “veraneados”.

Raul H. mostró su liderazgo. Encabezaba la pandilla infantil, organizaba patrullas para comerse todas las moras silvestres de las lomas, retaba en el columpio de vuelo, arrancaba helechos, los prendía a ver si se podían fumar... Cabalgatas, comitivas en ollas oxidadas, relatos de fantasmas o excursiones para atrapar culebras y alacranes... Y era de los menores... Sin embargo su “tropa” obedecía.

Quiso ser médico, pero la “casualidad” de pronto le descubrió su amor por la arquitectura.

Por seguir, incanzable, en esa búsqueda del poema perfecto que conjugan el espacio y la luz.

Don Bernardo Ortiz, su padre, fue un comerciante nacido en Santa Fe de Antioquia. Se radicó en Cali como representante de Goodyear y su inteligencia y simpatía lo consagraron hijo de esta ciudad.

Un personaje alegre, rumbero, caballista y gran empresario. Vivió a fondo y murió joven, a los 60 años. En cambio Etelvina, su esposa, fue la encargada de la moderación, el gusto por el arte y el amor incondicional por sus hijos, muchos. Vivió hasta los 104 años.

Actualmente en la familia de Raúl se reúnen 16 arquitectos. Es como el virus artístico que se les contagió a todos. Su hija María Paula lo describe muy bien: “Mi papá y la arquitectura son uno solo. Él no ha sido papá a secas, sino papá arquitecto, hijo arquitecto, hermano arquitecto y abuelo arquitecto. Mis gafas de arquitecta vinieron con un manual de instrucciones y me fueron entregadas personalmente por mi papá. Mi mirada de arquitecta, que aprendí de él, está presente en cada trazo, costura y corte que hago”.

Su hijo Bernardo recuerda: “Siempre había en casa una mesa de dibujo... Veo eco de esas líneas precisas en la forma como cortaba un huevo frito, la forma irregular del huevo quedaba sometida a una retícula. Lo mismo con las hojas de lechuga. La forma como me amarraba los zapatos. Los arcos de los cordones quedaban alargados y, por una razón misteriosa, verticales. Cuando salíamos a caminar, él miraba la ciudad, cada detalle, desde las carretillas de reciclaje hasta las intervenciones urbanísticas”.

Su esposa, Patricia Rivera Cabal, dice de él: “He tenido el privilegio de compartir no solo con el arquitecto sino muy especialmente con el hombre de carne y hueso, una persona con un corazón grande, generoso, amoroso, amigo de sus amigos, solidario, valiente. Descubro cada amanecer a un hombre incansable, con horizontes amplios e ilimitados.
Le doy gracias a Dios por tenernos y disfrutarnos”.

Raúl continúa con su cara pícara de Daniel el Travieso.

Acepta desde hace 20 años un Párkinson. Lo acepta. No lucha contra él. Sigue lleno de proyectos e ilusiones, poniendo un toque mágico en cada obra, en cada conversación. Sonrisa a sonrisa. Ladrillo a ladrillo. Verso a verso.

Ladrillo a Ladrillo

En el más reciente libro de Raúl H. Ortiz, ‘Ladrillo a ladrillo’, están los testimonios de quienes conocen a este arquitecto y así se expresan sobre su vida y obra.

Álvaro Thomas Mosquera, arquitecto, cuenta: “Cuando llegué a la Univalle en 1962, para terminar mis estudios de arquitectura, no me había percatado de que la luz dimensionaba el espacio mejor que la frialdad del metro. Llegaba de la Universidad Nacional donde zumbaba hegemónico el funcionalismo Corbuciano (mecánica de planta). También, no pocas veces, se enredaba el discurso arquitectónico con la pintura, la escultura y la literatura (el tema del lenguaje empezaba a dar sus primeros pininos de la mano de la semiótica). En la Javeriana de Raúl H debía pasar lo equivalente. No se había logrado asimilar que la vida, la tecnocultura, el viento, la lluvia, el sol, el ritmo al caminar y sobre todo el sentido común, son referentes cientos para definir el contexto y la espacialidad del hecho arquitectónico. Esa miopía, de alguna manera, también resultó paradójica. Por lo menos de una década atrás, el maestro Heladio Muñoz con una sorprendente definición, había cerrado un debate de modo contundente. La disparó a boquejarro para contrastar el funcionalismo a ultranza de un profesor venido de Argentina: ‘La arquitectura es un problema de diseño y calidad ambiental’, proféticamente sintetizaba así lo esencial de nuestra práctica como diseñadores, postulando que el concepto de unidad se enraizaba en la diversidad. Han pasado 54 años. Aparecieron trabajos de grado, teóricos (los famosos ‘libros de Petete’) por pretender hacer ciencia social, se produjo una discutible arquitectura.

Se expulsaron profesores y se impuso un respetable Decano. Solo se detuvo el anatema cuando Heladio y Libia Yusti –a quienes nadie podía acusar de radicales- saltaron a defender lo que quedaba del eco de su memoria fundacional.

Así, en lo fundamental, eran las cosas cuando llegó de Bogotá Raúl H, Ortiz, quien fue el segundo decano de la serie de decanos de una saludable transición. He escuchado calificar su gestión de flexible, incluyente y abierta. ¿Por qué? Pregunté a quien así opinaba: ‘Se volvió a hablar de arquitectura, sin el temor de ser calificado de empírico o idealista’, contestó”.

Por su parte, el arquitecto Germán Samper Gnecco, expresa de Raúl H. Ortiz: “Tiene una esencial sensibilidad a los materiales y a las tonalidades. Sus obras se sienten estables estructuralmente, que es diferente a buenos cálculos, labor de los ingenieros. Trabaja en Cali y conoce el clima. Siempre hay armonía con la naturaleza y se empalma con los alrededores”.

En 1972 Raúl H. Ortiz —cuenta el arquitecto José León Cerón—, regresa a su lugar de origen para, en forma continua, emprender su labor. “Su prestigio le ha permitido trabajar en multiplicidad de temas en los que por su dominio profesional ha tenido mucho éxito. Ha diseñado, entre otros, viviendas, colegios, hospitales, terminales de transporte terrestre, aeropuertos, oficinas, clubes, hoteles, centros de exposiciones. Y todos sus trabajos se caracterizan por manejar en forma equilibrada conceptos como claridad conceptual, habilidad compositiva, apropiado uso de los materiales, limpieza estructural y preocupación por el entorno”.

Algunas obras

Casa Goldenstein.

Edificio Puerta de Hierro.

Esquina Normandía.

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