Así es la terapia de la risa para curar el dolor en hospitales de Cali
Ser clown hospitalario tiene horarios, responsabilidades y un método. La vocación, indispensable para ponerse la nariz roja.
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26 de feb de 2016, 12:00 a. m.
Actualizado el 20 de abr de 2023, 05:28 p. m.
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Ser clown hospitalario tiene horarios, responsabilidades y un método. La vocación, indispensable para ponerse la nariz roja.
[[nid:511670;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/02/masallaa5feb26-16n1photo01.jpg;full;{La Fundación Doctora Clown cura enfermos con terapias de risa. Las realizan en instituciones como la Clínica Rey David, la Clínica infantil Club Noel, el HUV e Imbanaco. Además, hacen presencia en los hogares geriátricos. Esta es su historia.Fotografías: Jorge Orozco | Voz en off: Camila Cardona}]]Mientras Viviana García hacía una terapia de la risa en uno de los cuartos del sector de oncología de la clínica de Imbanaco, escuchaba que desde otra habitación un niño lloraba fuertemente. En ese llanto sentía un dolor, una angustia y un desespero que desmoronaban segundo a segundo su corazón de madre. Ese fue el día en que Viviana o mejor, Ernestina Cocorina, personaje que interpreta como clown hospitalario, flaqueó por completo.Una de las cosas que les recalcan en su formación de payasos hospitalarios es que nunca deben llorar ni dejar que sus vidas se reflejen en las situaciones de los pacientes. Es por eso que uno se abstiene de preguntar qué tienen, cómo se llaman o cuál es la edad. De esas cosas es mejor no saber, asegura Viviana. Pero ese día sintió que no podía contener el deseo de saber quién era el de ese llanto. En un diálogo interno se repetía desesperada y escondiendo las lágrimas: ¡Se supone que debo ser fuerte! ¡debo ser fuerte! Alejandro Morales, conocido también como Peter Powell, el explorador más valiente, estaba presente en ese misma escena y dice que la recuerda como un momento bonito, en el que confirmó que ser clown hospitalario es una labor vocacional. Buscaron entonces al chico del llanto inagotable y se enfrentaron con el repetido y doloroso panorama de un niño que con tan solo ocho años debe entender que tiene cáncer y que tiene que ser operado. Las lágrimas no eran solo de dolor, sino de agotamiento y de tristeza. Alejandro continua explicando con un discurso lleno de pasión, cómo los lamentos inconsolables desaparecieron al terminar la terapia musical que le llevaron. Ahí es cuando uno regresa a casa tranquilo, sintiendo que cumplió con el deber, dice. Ser clown hospitalario, explica, es un trabajo como cualquier otro, con responsabilidades y cronogramas, solo que aquí la alegría es la mayor ganancia. Tanto Alejandro como Viviana estudiaron artes escénicas y trabajan de tiempo completo en la fundación Doctora Clown, que se alimenta de recursos derivados de algunos proyectos que ejecutan a la par de su labor de voluntariado y del apoyo de la comunidad. Con ellos también están Julieth León, Elioth Barrera y Luis Fernando Giraldo, los dos últimos, músicos profesionales. Aparte de ellos hay voluntarios que donan parte de su tiempo a esta misión y que se vinculan por días o por horas. La fundación Doctora Clown llegó a Colombia hace 18 años, tras un viaje de Luz Adriana Neira a Europa. Allá se acercó a esta técnica terapéutica y decidió traer el modelo por primera vez al país. Hoy es la directora nacional de la organización. Desde ahí surgieron diversas fundaciones que buscan llevar la terapia de la risa a personas con diferentes padecimientos. Los dos primeros años, relatan, fueron una ardua búsqueda de apoyo, con un camino difícil. No era sencillo que las entidades de salud confiaran en la idea de apoyar la curación por medio de la risa. Poco a poco esta apuesta fue ganando fe y adeptos. El bichito de la alegría picaba cada vez a más personas, con lo que se logró que la fundación hiciera presencia en Cali, Medellín, Pasto, Barranquilla, Manizales, Pereira y Bucaramanga. Ser el personaje Minutos antes de empezar la terapia en el pabellón de quemados del Hospital Universitario del Valle, Casimira, una palenquera muy alegre, interpretada por Julieth León, cuenta cómo construye su clown. Cada parte del maquillaje va formando nuestra identidad y cada personaje tiene algo que ver con lo más profundo de nuestro ser, pues tiene tus miedos, tus gustos, tus características, tiene tu alma. El momento más íntimo de esa transformación es ponernos la nariz, pues aunque es un acto simbólico, nos identifica como payasos, solo ahí dejamos de ser la persona y nos volvemos el personaje, explica. Narración de cuentos, trucos de magia, música (desde canciones infantiles hasta boleros), hacen que la interacción se facilite y haya comunicación. No es solo ir y hablar, si no escuchar qué les gusta o qué no les gusta a los pacientes, esto hace que se desahoguen un poco, comenta. Cada miembro de este equipo de defensores de la risa recibe formación a través de un taller intensivo que les brinda herramientas de creación de personaje. También están las visitas de observación, en las que los nuevos ven cómo se interviene en una terapia. Esto les permitirá, explican, que cuando les llegue su momento puedan tener las herramientas necesarias para hacerles sentir a los niños y adultos que pese a cualquier situación física, en ese momento su vida tiene magia, y que esa magia convierte ese hospital con paredes blancas, en un lugar lleno de colores. Reír es vivir Ya casi se acerca el momento de entrar al pabellón de quemados del HUV. Todos esperan ansiosos en una habitación aledaña que les facilitan y es ahí donde comienza la fantasía. Antes de salir de la habitación hacen un circulo de energía (como lo llaman ellos) tomándose de la mano. Se brindan frases de cariño, sonrisas y tiempo de alegría preparándose anímicamente para empezar la terapia. El ambiente que los espera afuera es pesado. Al salir a escena lo primero que ven es una pequeña en una camilla con gran parte del cuerpo vendado debido a las quemaduras. Sus ojitos tristes, al verlos, de inmediato muestran algo diferente, se tornan mas brillantes. Ella no despega su mirada de los clown, viendo como uno a uno salen de esa habitación. Uno de los clown se acerca a jugar con la niña y, con su guitarra, le canta una canción. Para la pequeña de las vendas parece que, al menos por un instante, todo hubiera cambiado. Se trata, dice Mayra Dávila, en su personaje de Salserín, de una maravillosa constante: a medida que entran al lugar, desaparecen las caras tristes y brotan tímidas o generosas sonrisas. Más hermoso es vivirlo que oírlo, concluye. Al terminar la jornada hacen otro circulo, esta vez para canalizar todas las energías y dejarlas ahí. El desahogo es imprescindible en la rutina del clown hospitalario. Al irse a casa, ya sin la nariz roja que los caracteriza, se calman los ánimos y aparecen los repasos mentales de lo que fue la jornada. En algo coinciden y es en que una sola sonrisa vale toda la pena.
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