Cómo olvidar el tiempo que trabajé en El País, si le dediqué media vida. Fue mi escuela. Allí aprendí y maduré.
Muy joven, apenas iniciando mi vida laboral, como secretaria ejecutiva de la Asociación Holstein, recibí una llamada telefónica de Beatriz López. Me invitaba a trabajar con ella en la redacción. “No sé nada de periodismo”, le dije. Y me contestó: “Yo le enseño”. Fue así que, a mis 23 años, inicié mi trabajo en la redacción de este diario, que se convirtió en mi segunda casa y donde más tarde encontré también mi vocación de servicio espiritual, gracias a una invitación de Álvaro José Lloreda y Beatriz Bueno.
En la redacción eran largas las jornadas. Planeábamos, escribíamos, diseñábamos, reíamos y llorábamos. Escuchar a Rodrigo Lloreda en las reuniones de editores era enriquecedor. Indiscutible la visión del país y del mundo que él tenía. ‘El periodismo es un trabajo demoledor’, le escuché decir un día a Álvaro José. Y sí. Es un producto que nace y muere el mismo día. Y somos humanos.
Las glorias de los buenos temas o las chivas duraban solo un día, pero las equivocaciones quedaban en el corazón. Dolían, porque el compromiso era total. A pesar de todo, esa época fue vida para mí. Fui de las que pasó de la máquina de escribir a los computadores. Desde el teletipo y el k+trasmita hasta el internet de hoy.
Cómo olvidar a Jorge Arturo Sanclemente, que hasta para decirnos que la nota no era lo que esperaba, y la rompía, lo hacía con su fino humor. Los regaños venían más bien por el lado de Beatriz López, mi maestra. Recuerdo el día en que el jefe de Recursos Humanos me visitó para informarme que, como la empresa había logrado un buen momento económico, nos iban a hacer un aumento extra. El mío fue de $50 mil pesos. En esa época era plata... Lo primero que hago cada mañana es leer el impreso. Es como una adicción. ¡Feliz cumpleaños, empresa querida!