El retiro de la visa de los Estados Unidos al presidente Gustavo Petro es otro reflejo más, grave sin lugar a dudas, del desgaste y la tensión a los que el mandatario ha conducido las relaciones de Colombia con el país que ha sido hasta ahora su mayor aliado en los más diversos frentes. Pero sobre todo, es el ejemplo de lo que sucede cuando se lleva a límites extremos el activismo político y la necesidad de protagonismo, mientras se desconocen las normas más elementales de la diplomacia internacional y se tergiversan las exigencias de la geopolítica global.

Por más que desde el Gobierno Nacional se pretenda dar explicaciones, nada justifica que Petro aprovechara su visita al país norteamericano para participar en la Asamblea de la Organización de Naciones Unidas y saliera a una calle de Nueva York, megáfono en mano, a incitar a los soldados estadounidenses a desobedecer a su comandante en jefe. Es claro que la pretensión del Presidente de Colombia era generar una reacción inmediata de la Casa Blanca, tal como sucedió, y que poco le importaban las consecuencias de sus actos para el país.

Lo de menos es el retiro de su visado, al igual que peso inerte tiene su argumento de que no lo necesita al ser ciudadano italiano. En el centro de la discusión tampoco pervive la causa de Gaza, la que en teoría generó su agitación en una vía neoyorquina, que lo llevó además a pedir ante la ONU la conformación de un ejército internacional, que él mismo lideraría, para combatir a Israel y defender a los palestinos.

No, lo que al final queda -además de la evidente incompetencia en el manejo de la política exterior del actual Gobierno Nacional, que empeora con la renuncia solidaria de los miembros del gabinete, incluida la Canciller, a la visa estadounidense-, es la estocada definitiva a unas relaciones bilaterales ya de por sí heridas, situación que impacta de manera directa a Colombia y poca trascendencia tiene para los Estados Unidos.

Lo peor puede venir ahora para nuestra Nación. En riesgo está la descertificación condicionada en la lucha contra el narcotráfico, que aún no tenía repercusión real en las ayudas económicas; adicionalmente Trump podría incrementar los aranceles más allá del 10% que impuso en abril pasado; y no se puede descartar que, además del desatino de su acto en Nueva York, la solidaridad de Petro con Nicolás Maduro termine desviando la ofensiva de la Casa Blanca en contra del régimen chavista, que avanza en el Caribe, hacia territorio colombiano.

Así, el impacto del que, sin duda, es el mayor ejemplo de torpeza diplomática de este gobierno en cabeza del Presidente de la República, iría para la economía, la seguridad, la estabilidad nacional y la confianza ciudadana.

La responsabilidad de que ello llegue a suceder recae en exclusiva sobre Gustavo Petro. El mandatario con su demagogia, su afán de protagonismo y su desconocimiento consciente de las normas básicas de la política exterior, no solo arrastró a Colombia al peor momento de sus relaciones bilaterales con los Estados Unidos; también echó a perder la oportunidad de que la discusión sobre la tragedia humana que ocurre en Gaza, se diera con el nivel y la seriedad que la compleja situación amerita.