Un excéntrico y acaudalado compañero de universidad ha amasado una gran fortuna gracias al ejercicio de su profesión, manteniendo un bajísimo perfil, lo que le hace pasar desapercibido porque ni una narcotoyota ni un mercho utiliza para desplazarse.

Su vida transcurre entre Cali y un fincononón en el centro del Valle y su placer más grande son los viajes y la culinaria. Precisamente por esto último me llamó para invitarme a un almuerzo luego de casi 5 años sin saber de su vida y milagros.

Accedí a tan gentil invitación a la cual asistieron no más de cuatro comensales, todos ellos viejos compañeros de las lides santiaguinas.

Lo insólito del convite fue la presentación de un inodoro que importó del Japón y quiso que lo estrenáramos para lo cual nos ofreció de entrada una ensalada a punta de pitayas y de plato fuerte lo que él lo llamó colerín lentejas rematando con un dulce de leche cortada, laxantes para mí de efecto inmediato.

Luego de las explicaciones de rigor justificando semejante inversión, nos llevó a conocer tremendo trono que ubicó en una torrecilla del tercer piso con una espléndida vista sobre el Valle del Cauca, y sorteó entre los asistentes quién evacuaría primero y haciendo una trampa que no le perdono, me correspondió tan escatológico honor.

Así que luego de varios comentarios de carácter técnico y logístico, me encerré en el lugar acompañado de una provocadora música ‘antiestítica’ y unos videos inenarrables a la espera del llamado del estómago, y tras muchos retorcijones y sonoros llamados de alerta, el ‘postre’ no se hizo esperar.

Fue así como me despojé de mis prendas interiores y a los pocos instantes fluyó lo que sabemos de manera copiosa y abundante. Una vez terminada la evacuación, de manera automática aparecieron chorros de agua que lavaron el receptáculo, perfumándose el recinto con vaporosos olores a flores del campo.

Pero vino ahora lo más horrible: como no había papel por ninguna parte se encendieron las luces de un tablerito con unos botones y una voz muy sensual de mujer que en perfecto español dijo que oprimiera el botón número uno lo cual provocó unas fuertes bocanadas tibias de agua en los alrededores del lugar de los hechos.

Acto seguido, hube de oprimir el botón número dos que fue otra gran expulsión de aire caliente que seco velozmente mi piel, rematando con un tercer botón que me dio la opción de perfumarme por allá abajo, optando entre diez lociones por la Johann María Farina (aunque había Guccis, Ferragamos y Louis Buitton entre otras).

Sin duda se trató de una experiencia inolvidable, pues jamás pensé que los desuetos bidets y menos el papel higiénico iban a ser reemplazados por estos inodoros que cuestan sin instalar 50 millones de devaluados pesos.

La pregunta que me surgió fue cuál era el comportamiento de estos inodoros con las mujeres y la respuesta no se hizo esperar: el inodoro tiene un programa especial para que estos procedimientos sean unas caricias íntimas imposibles de superar por humano alguno.

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Posdata. ¿Será que hago una rifa de un inodoro de estos y los fondos obtenidos los destinamos a los comedores escolares?

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Posdata 2. Yo hablo bien de Cali. Hazlo tú también.

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Posdata 3. Nos unimos o nos jodimos.