Chile, que durante la época de la Concertación dio ejemplo de muchas cosas que podrían ser imitadas, resolvió ahora darnos el ejemplo de cómo no debe hacerse una Constitución Política.

El denominado ‘estallido social’ dio lugar a una especie de mandato popular para elaborar una nueva Constitución que sustituyera la diseñada por los asesores de Pinochet. Se trataba de sustituirla porque desde su vigencia ha sido reformada cincuenta o más veces. Curioso que no se hubiera intentado reformar los aspectos que se consideraban menos tolerables de esa Carta.

En 16 meses se han realizado dos intentos para obtener una nueva Constitución por la vía de un referendo. El primer intento tuvo un predominio del pensamiento de izquierda y la población no aprobó el texto que fue sometido a su consideración. El domingo pasado, se sometió al mismo procedimiento un texto que tuvo influencia preeminentemente desde la derecha. Y el 56% de los votantes lo rechazaron. Ni los unos ni los otros han sabido interpretar el querer mayor de la ciudadanía.

Se sabe que el referendo no es el mejor vehículo para que la opinión pública adopte un texto complejo. Y una Constitución es eso y mucho más. En nuestro tiempo, con los nuevos mecanismos que influyen la opinión pública, los que han estudiado el tema no tienen dificultad en decir que el resultado de esta herramienta electoral será negativo. Así lo fue para la izquierda y ahora para la derecha. La Constitución Europea, el tema de la continuación o no del Reino Unido en la Unión Europea, el Acuerdo de Paz en Colombia son ejemplos contundentes sobre la inviabilidad electoral de textos complejos.

Lo que estos dos referendos han revelado en Chile es que se requiere construir un consenso en torno de temas que, al parecer, ya están identificados. Y habría que reflexionar sobre si aun con un texto que recoja ese consenso sería posible obtener la aprobación popular. Asunto difícil. Por ahora el gobierno no se ve interesado en propiciar la continuación de este debate constitucional que, sin duda, obstaculiza la tarea de gobernar. Y se habla, por todas partes, de que hay ya una fatiga electoral con el tema y que sería mejor dejar pasar los años para proponer, una vez más, este debate. El Gobierno de Boric se siente satisfecho porque no tiene que entrar a implementar una Constitución que no coincide con todas sus concepciones políticas, existe la satisfacción de haber propiciado dos propuestas que han fracasado, pero que han contado con las garantías suficientes para que su legitimidad no estuviera en duda.

Desde lejos, uno tiende a considerar que en Chile están viviendo un sectarismo constitucional. Y, si es así, han tenido fortuna en que ninguno de los textos haya sido aprobado. Es que no conviene un desacuerdo en materia tan fundamental. Eso es prolongar, innecesariamente, una disputa que puede tener consecuencias muy graves. Una Constitución es ante todo el reflejo de un gran consenso político, de lo que se llama un acuerdo sobre los temas fundamentales. Y ello es lo que permite convivir en santa paz por muchos años. Esa es la tarea política que deben cumplir los dirigentes en una sociedad. Una Constitución es, finalmente, la expresión de gran compromiso político. Los ejemplos están a la vista.