Hace poco la palabra ‘resolver’ se volvió tendencia en redes sociales. Pero, ¿qué significa exactamente ‘resolver’?

Quien resuelve es rápido, ágil, eficaz, llega con soluciones y no con un listado de obstáculos en mano, pregunta menos y ejecuta más, se pone en marcha y hace lo que tiene que hacer sin antesalas, sin largas meditaciones, sin dubitaciones, sin excusas, sin esperar que otros le resuelvan, sin dilaciones.

Igual aplica para todos los géneros: una persona que resuelve es, en resumen, lo opuesto a la pereza, la antípoda de la pasividad. Va. Hace. Llega. Habla. Llama. Decide. Busca. Encuentra. Ejecuta. Lidera. Crea salidas. Abre caminos. Hace que ocurra. Destraba. No espera que le pidan, da sin esperar. En resumidas cuentas… ¡Resuelve!

No pasa de agache, no espera que las cosas se resuelvan solas, no mira para otro lado mientras los demás se echan al hombro el gran peso de las responsabilidades compartidas. No es cómodo, ni tranquilo, ni relajado, ni fresco, ni adormilado, ni lleno de disculpas, ni delegador compulsivo, ni autoindulgente. Básicamente, un adulto funcional, al que no le basta con existir como gran aporte a la humanidad.

La gente que resuelve es cada vez más difícil de encontrar, y la queja se repite al interior de las organizaciones, tanto públicas como privadas, que viven la pandemia de la rotación constante de cargos, con las costosas consecuencias del tiempo perdido.

Quien no resuelve va a la sombra de quien sí resuelve. Y así, en la bicicleta estática que no va a ningún lado, aunque parezca moverse, pasa meses, años, décadas y la vida entera parasitando las organizaciones.

Es tan bajo el estándar que vemos gente nombrada en importantes cargos nacionales, no para que resuelva, ni para que piense, ni para que ejecute, sino porque ‘no es mal tipo’ o ‘ha demostrado ser leal’. En el peor de los casos para que, en medio de su inoperancia, deje robar. O porque no resolver crea caos, y del caos se puede pescar como en río revuelto.

Cuando ya es demasiado evidente que pasan los meses y no resuelven, hay que rotar, echarle la culpa a que ‘no los dejan trabajar’, o decir que el trabajo requiere otros 4, 20, 40, 100 años, y luego ya no será su problema quién venga a resolver porque ya estarán, literalmente, muertos.

¿Cambio generacional? ¿Ideología? ¿La romantización del ningún esfuerzo? ¿Redes sociales que entrenan la mente para el estímulo corto y la satisfacción inmediata? ¿Síndrome de burn-out generalizado? ¿Desencanto con una ética de trabajo que no condujo a acortar los abismos sociales? ¿Mentalidad de todos los derechos y ningún deber? El antídoto podría y debería ser: resolver.