Que no nos falte la risa, por difícil que sea la circunstancia. La risa espontánea, la que se manifiesta sin pedir permiso. La que sana, relaja y fortalece, la que estrecha y acerca. La que nos distingue de las otras especies. Al concluir el año e inicio de uno nuevo, en el calendario occidental, vale la pena rememorar su singularidad, origen e importancia. Más en un país como el nuestro en el que la risa es a veces un acicate de supervivencia.
Aristóteles definía al ser humano como Homo Ridens. Desde entonces, hace más de dos mil trescientos años, mucho se ha escrito, especulado e investigado sobre la risa, que es distinta a la simple gesticulación y vocalización identificada en otros animales. La risa en el Homo Sapiens conlleva procesos cognitivos, emocionales y sociales complejos, que la hacen única, pues evidencia su capacidad de experimentar y de expresar el humor.
La risa involucra componentes del sistema nervioso entre ellos el núcleo accumbens (del sistema de recompensa cerebral que genera placer y motivación ante estímulos gratificantes) y la amígdala cerebral (clave en el almacenamiento y procesamiento de emociones) liberando endorfinas, dopamina y adrenalina, las hormonas que aminoran el dolor y generan sensación de placer y bienestar, reduciendo el cortisol (la del estrés).
Pero, más allá de la explicación bioquímica, lo cierto es que la risa nos hace sentir bien; mejora el estado de ánimo, fortalece el sistema inmunológico y reduce la ansiedad. Por eso se le considera sanadora, pues aligera las cargas, nos conecta con otras personas, ayuda a liberar la ira y a perdonar. Si fuese poco, algunos estudios indican que protege el corazón, alarga la vida, y quema calorías (importante en los propósitos de año nuevo).
Mi madre dice que de niño reía con frecuencia a carcajadas y con los años me enserié. No creo sea el único ni totalmente cierto, aunque las preocupaciones y deberes llegan con el tiempo. Además, la risa en los niños está relacionada con el desarrollo del cerebro y la personalidad. Tiene sentido, pues a temprana edad no se suele estar en capacidad de comprender conceptos abstractos, juegos de palabras, dobles significados y las bromas.
El sentido de humor varía entre personas y dependiendo de la situación se acentúa o disminuye en personas con esta característica. Influyen la cultura y el contexto social, las experiencias de vida, la personalidad, cognición, psicología y madurez emocional. La capacidad de reírse de uno mismo no todos la tienen y algunos por timidez suelen reprimir las carcajadas. Cosa distinta es la risa como burla, expresión de prepotencia y humillación, que nunca falta.
El tan mentado, poco practicado y en muchos aspectos anticuado Manual de Urbanidad de Carreño recomienda la “risa educada”; moderada, cálida, discreta y sin carcajadas fuertes ni ruidosas para no incomodar a los demás. Sugiere llevar un pañuelo en caso de que esta humedezca los ojos y para tapar la boca. Por fortuna, pocos siguen hoy a pies juntillas las enseñanzas del ilustre venezolano en lo que a la risa espontánea se refiere.
“La risa es el lenguaje del alma”, dijo el poeta chileno Pablo Neruda. Es, además, gratuita. Reír mucho, solos, con los amigos, la familia y con los seres queridos. Como niños, sin pañuelo. Ese es mi deseo para todos en estos días de Navidad y al despuntar el 2026. Que no nos falte la risa, y más en un año decisivo para Colombia en el que la sensatez estará nuevamente a prueba, y en el que un traspié nos saldría caro, enmudeciendo la risa, silenciando el alma. Que no nos falte la risa, nunca, sin olvidar lo que está en juego.