Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez, Azbpo. de Cali
En el segundo domingo de adviento encontramos varios llamados que los personajes protagonistas de este tiempo nos hacen inspirados por Dios.
El profeta Isaías hace el anuncio de la tierra nueva que el Señor nos promete, y que se convierte no en una quimera irrealizable, sino en la meta que juntos podemos alcanzar. La imagen que utiliza el profeta es muy diciente: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor”. La paz no es tanto una conquista, sino un don. La paz, cuando es fruto de consensos humanos, es frágil y se rompe con facilidad. Sin embargo, la paz que viene de Dios, cambia los corazones de piedra en corazones de carne. El adviento es un tiempo propicio para prepararnos y disponernos a trabajar por la paz.
San Pablo dirá que todo lo que se ha enseñado en el nombre de Jesús, nos sirve para que “mantengamos la esperanza”. Es decir, para que no nos desanimemos ante las adversidades, los desafíos, los problemas y realidades a veces dolorosas de nuestros tiempos, que seamos capaces de superar las rivalidades, de reconocernos hermanos y de ser capaces de respetarnos mutuamente. La caridad evangélica es la base de la paz.
“Voz del que grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Aquí Juan el bautista, nos exhorta a prepararnos adecuadamente para la llegada de quien vendrá a bautizar con “Espíritu Santo y fuego”, es decir, a Jesús, el Mesías. Y para ello esa preparación requiere de una actitud constante: la conversión.
Un mensaje contundente trae el salmo de este domingo, el salmo 71, al presentarnos el gran sueño y propósito del adviento: “que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”.
Cuando tomamos conciencia de los grandes problemas que tenemos y somos testigos de que cada día el mundo se está hundiendo en la incertidumbre, en la pobreza, en la inequidad, en las injusticias y en la muerte de tantos, especialmente jóvenes, podemos tender a perder la esperanza.
Hoy, iluminados por la Palabra de vida, es necesario hacer el esfuerzo de fortalecer la esperanza, de creer en que un día la paz, que es el mismo Cristo, florecerá en nuestro mundo.
La liturgia de este domingo nos invita a la paz interior y a confiar en el Señor que vendrá para iluminar nuestra vida. ¡Ven Señor, no tardes más en venir, necesitamos tu paz!