El Evangelio de hoy nos sitúa en un lugar muy familiar para el pueblo de Dios: el templo. Un templo hermoso, imponente, hecho con grandes piedras, regalo del esfuerzo humano para honrar a Dios. Y, sin embargo, Jesús nos sorprende diciendo que “no quedará piedra sobre piedra”. No es un anuncio para sembrar miedo, sino una invitación profunda a mirar dónde está realmente puesta nuestra confianza.
Cuando lo aparentemente firme se derrumba.
En la vida hay cosas que creemos seguras, casi eternas: la salud, el trabajo, la familia, las estructuras sociales, incluso la Iglesia entendida como institución humana. Pero Jesús nos recuerda que todo lo construido por manos humanas es frágil. Y que, por eso, solo Dios es roca firme.
Jesús nos habla hoy de guerras, terremotos, persecuciones, confusión. Son realidades que también vemos en nuestro mundo: violencia, injusticia, polarización, pobreza, corrupción, familias divididas, corazones cansados. Y, sin embargo, Jesús dice algo profundamente liberador: “Ni un cabello de su cabeza perecerá. Con su perseverancia salvarán sus vidas” (Lc 21,19).
La perseverancia no es aguantar por aguantar. Es permanecer fieles al Evangelio aun cuando todo alrededor parece derrumbarse. Es seguir haciendo el bien cuando otros prefieren el camino fácil. Es sostener la esperanza aun cuando todo invita al pesimismo. En tiempos de crisis, la tentación es encerrarnos, defendernos, buscar seguridades que nos tranquilicen. Jesús va por otro camino: nos pide dar testimonio, abrir la vida, confiar en que el Espíritu Santo nos dará la palabra y la fuerza.
Cuando la Iglesia atraviesa momentos difíciles, cuando nuestras familias viven tensiones, cuando nuestro país está herido por la violencia y la injusticia, Jesús nos repite: “No tengan miedo”. Porque nuestras vidas están en manos de un Dios que nunca falla.