A veces pienso que en Cali nos falta sentirnos más orgullosos de lo que somos, de lo que tenemos. Por ejemplo, el festival Oiga, Mire, Lea, que ha posicionado a la ciudad como un sitio de referencia para las letras, un punto de encuentro de grandes escritores.
Coordinado por Catalina Villa, exeditora de Gaceta —esa revista que tanta falta hace los domingos—, gracias al Oiga, Mire, Lea he podido entrevistar a varios de los escritores que más leo y admiro, y con quienes jamás imaginé que podría sentarme a conversar. Es un privilegio que siempre agradeceré.
Uno de esos escritores es el español Juan José Millás, el único autor que me hace reír hasta llorar con sus crónicas y columnas. Cuando lo entrevisté para este periódico, me sorprendió que, en realidad, es un señor que habla y escribe muy serio. No se propone hacer reír, y sin embargo lo logra de forma natural.
“He llegado a la conclusión de que el humor en mi literatura es un efecto colateral. No está buscado. ¿Y por qué se produce? Creo que se produce por el modo en que me acerco a las cosas. Me gustan mucho recursos como la ironía, el pensamiento paradójico, que tienen la virtud de abrir agujeros por los que se puede ver la maquinaria de la realidad, y ahí aparecen todas las contradicciones del ser humano, y esas contradicciones, al mismo tiempo de conmovernos, nos producen risa. Por eso digo que el humor que yo no busco es un efecto secundario de las técnicas que utilizo para acercarme a los temas que trato”, me dijo con total seriedad.
Gracias al Oiga, Mire, Lea, pude sentarme a charlar durante más de una hora con la cronista mexicana Alma Guillermoprieto. Ni siquiera en el taller de crónica que ella dictó en Guadalajara, México, pude hacerlo. En el lobby del hotel Torre de Cali, dijo unas palabras que, varios años después, tienen más vigencia que nunca:
“Creo que todavía al periodismo le faltan abismos por explorar. No es buena la situación. El periodismo impreso va a dejar de existir. Hay intentos de hacer un periodismo moderno que ya han fracasado. Lo que no logran todavía descifrar es cómo ganar suficiente dinero para pagarles a los reporteros en este nuevo mundo de Internet. No hay un modelo. Y creo que una de las razones por las cuales los asesinatos en México han sido tan infames —los asesinatos de reporteros— es porque a los pobres no se les respeta, y los reporteros son unos pobres más. Y eso es parte de la derrota en general del periodismo”.
Por el Oiga, Mire, Lea también pude conversar largo con el escritor mexicano Jorge Volpi. Me contó que disfruta mucho de las entrevistas, pero que detesta las fotografías y, por ende, a los fotógrafos. Sin embargo, aquella mañana el fotógrafo de El País le pidió posar por todo el lobby del hotel donde se encontraba y Volpi, pese a todo, aceptó. “Poso porque no hacerlo me parecería grosero, pero preferiría evitarlo”.
Aquel día charlamos sobre sus métodos para escribir. Es algo que siempre busco: esculcar en las maneras de los escritores que admiro para quizá “robarme” algo, apropiarlo para el periodismo.
“Yo, más que un estilo, busco el tono para cada libro. Y siempre escribo con música. La que más me gusta es la clásica, la ópera, pero oigo un poco de todo. Eso no quiere decir que pueda hacer las dos cosas a la vez. Es más bien como una especie de entrar y salir de la música a la literatura. Estoy escribiendo y casi no oigo lo que está sonando. Pero la música es tan poderosa que, en algún momento, me saca: dejo de escribir, oigo un momento, regreso. Ese es mi sistema. Para mí, la música es más grande que la literatura”, me dijo Volpi. En su conferencia en la Biblioteca Departamental, que estaba a reventar, agregó: “La literatura importa por una ficción: la ficción de que te resuelve o te ayuda a entender la vida, aunque la vida no tenga sentido”.
Gracias al Oiga, Mire, Lea, entonces, en Cali podemos conversar con quienes nos enseñan a mirar la vida de otra manera, al tiempo que nos recuerda que esta ciudad también sabe contarse con la palabra.