Ecopetrol morirá. No por culpa del petróleo o porque se acabe en Colombia. Tampoco porque el mundo deje de necesitarlo. Morirá, si la estrategia de aniquilación a la que la ha sometido el Gobierno avanza y se perpetua; si se consolida la prohibición a toda nueva exploración -que terminará marchitando la producción- y si sus menguadas utilidades se siguen destinando a proyectos menos rentables o ajenos al sector para pagar favores.
La estrategia es letal: No explorar más condenando al país a perder la autosuficiencia en petróleo en los próximos cinco a seis años -como ya ocurrió con el gas- y a no producir una sola gota más de crudo entre siete a diez años; vender los proyectos de hidrocarburos en el exterior, empezando por el de fracking en los Estados Unidos, y destinar las utilidades de Ecopetrol únicamente a fuentes de energía renovables y a proyectos ajenos al sector.
Los nueve meses restantes de la actual pesadilla y las elecciones serán determinantes. Petro insistirá en la venta de la operación de Ecopetrol en la cuenca del Permian (pese a ser su negocio más rentable, equivalente al 15 % de su producción de petróleo y al 10 % de las reservas probadas) para lo cual pronto tendrá el control casi absoluto de una Junta Directiva que, en lugar de defender a la empresa, se pliega a los delirios del Presidente.
Si ello no fuese lo suficientemente estúpido, Petro aspira a invertir parte de los recursos de esa venta -léase bien- a la compra de una compañía de fertilizantes prácticamente quebrada, propiedad del gobierno venezolano. La única explicación posible a esa locura es pagar de vuelta el millonario apoyo económico que pareciera recibió de Maduro para la campaña, luego de tres años de intentos fallidos de pagar esa deuda comprándole gas.
También ha manifestado interés en adquirir una compañía de comunicaciones filial de Interconexión Eléctrica Nacional, ISA, de la que Ecopetrol es socia mayoritaria, dizque para revivir a la extinta Telecom, privatizada por ineficiente y no competitiva. Otro embeleco estatista de Petro. Eso sí, todo con dinero de Ecopetrol, esquivando los rigores de la ley de contratación y aprovechando que aún cuenta con recursos mientras le llega la hora final.
Por eso la alarma de un grupo de expresidentes de Ecopetrol, de exmiembros de la Junta Directiva, exministros de Minas y Energía y exaltos funcionarios, académicos, expertos y columnistas conocedores del sector, y su llamado urgente a los organismos de control para que impidan semejante despropósito. Para que protejan a Ecopetrol antes de que el presidente de la misma, Ricardo Roa, y la Junta Directiva, la terminen de apuñalar.
Daga mortal que descuartiza las entrañas de la empresa con la complicidad del ministro de Minas y Energía, Edwin Palma, quien, al igual que sus antecesores, en vez de defender el sector petrolero, lo destruye. Le pudo más ser burócrata efímero y lagarto eterno que velar por el futuro de la empresa que le dio de comer por más de veinte años. Hoy traiciona al sindicato que presidió y a sus trabajadores, opuestos al marchitamiento de la compañía.
Matar a Ecopetrol es la consigna. Con sevicia. Mientras tanto, exprimirla; echar mano a sus recursos para negocios turbios, menos rentables o simplemente ilógicos. Daño que no afectará a este gobierno sino a los que vienen y que sentirán los ciudadanos con más impuestos y menos inversión. Por eso, los únicos con la capacidad legal de parar ese detrimento patrimonial demencial son el Contralor y el Procurador; de la Fiscal mejor no hablar. Y los colombianos, eligiendo a un presidente honorable. No más criminales gobernando.