Lunes por la mañana. Gris y desangelado, nubarrones. El cielo está triste, las nubes guardan sus lágrimas, tal vez para derramarlas por la tarde. Madrugo a una cita. Siento una especie de escalofrío, una sensación extraña. Calles vacías, no sé si estoy soñando que estoy atravesando la ciudad o de verdad lo hago.
Al regresar es la misma sensación, pero más dolorosa. Escuadrones de policías en puntos clave, ejército, silencio… El aire está pesado. Cali en alerta, amenazas de asesinar a sus dirigentes, cualquier punto de reunión puede estar en la mira de los asesinos.
El domingo 24, la velatón al anochecer con cientos de personas reunidas en memoria de los muertos y heridos en ese atentado matrero, fruto de mentes dementes sedientas de sangre. Horror.
Leo y releo la columna escrita en la revista Cambio, la única revista seria que existe en este país. Su autor Jaime Honorio Gonzales, periodista, abogado, guionista, ganador de varios premios importantes, frentero y sin pelos en la lengua y sensibilidad a flor de piel, nos comparte:
“La ciudad intenta salir del horror. La gente llora, camina meditabunda, habla en voz baja. El pueblo, otra vez, ha puesto sus muertos. Seis familias destruidas, seis vidas sesgadas, seis parroquianos que no le hacían mal a nadie, seis víctimas mortales de un ataque por la espalda, artero, miserable.
Cristian Leandro, 24 años, trabajador en una empresa de reciclaje, papá de una niña de año y medio.
Jhon Alexander, 24 años, jugador de fútbol, en su barrio ayudaba en la coordinación de los comedores comunitarios.
Jhon Elder, 59 años, taxista de profesión y cerrajero de corazón.
Martha Lucia, 51 años, profesora de preescolar del Colegio Gabriel García Márquez, iba en la moto con su esposo.
Juan Diego, 17 años, soñaba con ser un futbolista profesional.
Una joven embarazada de cuatro meses...”.
“Alias Marlon comanda ese Grupo de la Muerte autollamado Jaime Martínez. No tiene perdón de Dios, ni de nadie”.
Me tomo el derecho de repetir las palabras del periodista de Cambio para que Cali las conozca. Para que los nombres de estas víctimas inocentes no caigan en el olvido tan pronto.
Los ataques terroristas a Cali han sido recurrentes. La tragedia de la Base Aérea no puede tomarse como un hecho aislado. Recordemos la volqueta bomba en la Tercera Brigada, Batallón Pichincha, ahora medio resguardada por unos conos de tránsito para alejarla un poco de futuros atentados.
Los CAI también protegidos por conos y vallas son blancos de la demencia y la sed de sangre. Las constantes amenazas y ataques en Jamundí y ni hablar de la vía Cali - Popayán. Sumemos la actual confrontación entre grupos armados en tres municipios del Valle: Riofrío, Trujillo y Bolívar.
La Violencia, con mayúscula, se ensaña de nuevo. Curioso que el Presidente en todo su gobierno o desgobierno haya abandonado este departamento y su capital a su suerte, sin apoyo de ningún tipo.
No le perdona a Dilian Francisca Toro que lo contradijera en una ocasión, ni al alcalde Alejandro Eder que pertenezca a la clase empresarial definitiva en el desarrollo de esta región. Resentimiento y soberbia, resultado: sangre inocente derramada, policías agredidos, asonadas, el imperio de los violentos andan a sus anchas.
Cali y el Valle no se dejarán arrinconar. Las lágrimas y esa tristeza infinita quedan grabadas en el alma, pero nos uniremos y seguiremos adelante con el corazón roto, pero con la frente en alto.
Los miserables asesinos no se saldrán con la suya. Ni los grupos ávidos de muerte tampoco. Ya llegaron refuerzos, apoyemos las autoridades, denunciemos, ni un paso atrás.
Este lunes de desolación en las calles de Cali no se puede repetir. Cali ha demostrado unión, respeto, armonía, alegría en encuentros masivos como la Cop 16. El Petronio, la feria decembrina. Ningún paso atrás, sin importar la ideología política. No tenemos que pensar lo mismo para vivir en paz.
Miserables. Miserables. Cobardes escondidos en el monte, abasteciéndose de armas letales, alcahueteados muchos en aras de una ‘Paz total’, que ha vuelto a cubrir la tierra de sangre.