Desde hace mucho tiempo, y viendo los desastres que genera el gobierno Petro, añoro el rol que cumplió en la historia del país un veterano dirigente empresarial: Hernán Echavarría Olózaga (1911-2006).

El patriarca antioqueño empujó con eficiencia las empresas de su familia, entre ellas Coltejer y Corona, sin jamás dejar de opinar y asumir posiciones públicas sobre la suerte del país.

Contrario a lo que sucede hoy, cuando nuestros empresarios se conforman con distribuir artículos y chats repetidos entre repetidos destinatarios, sin invertir en la política, Echavarría, como presidente de la Andi, lideró en 1957 el paro nacional que tumbó del poder a Rojas Pinilla.

Él, en una avioneta particular, tiró volantes en Barranquilla pidiendo la renuncia del general. Promovió universidades y centros de pensamiento para enfrentar lo que no estuviera correctamente hecho en Colombia, como la caída del Grupo Grancolombiano por la manipulación del precio de acciones, pues Echavarría dirigió la Comisión Nacional de Valores.

Tenía los cojones siempre bien puestos. A sus 85 años, se enfrentó al gobierno de Ernesto Samper por considerar indigna su presidencia, dada la financiación de su campaña con dineros calientes. No logró su caída, pero dejó huella indeleble de dignidad y pundonor.

¿Cuál es el Echavarría Olózaga del gobierno Petro, con todos los talones de Aquiles que este ha dejado por su ineptitud y mala calaña? Algunos gremios han tenido posiciones verticales; otros han dejado mucho que desear, en gran parte por el temor a las regulaciones públicas de sectores de la economía que podrían ser afectados por el presidente vengativo en un berrinche espacial cualquier domingo. La otra razón es que las posiciones de los directores de los gremios requieren de la mayoría de sus juntas, y esta es muy difícil de lograr por las composiciones tan diversas y que, además, usualmente allí no están los dueños de las empresas, sino sus empleados, lo cual hace timoratas las decisiones.

Por eso es tan valiosa la participación de ‘liberos’ como Echavarría, jugadores independientes que hablen con dureza y libertad, inspirando a sus colegas a asumir posiciones claras, financiar estrategias mediáticas y apoyar candidatos claves, pero lamentablemente esos héroes hoy están escasos.

Cuando vimos a Miguel Uribe Londoño en el duro viacrucis luchando por la vida de su hijo, nos fuimos sintonizando con él, como padres y seguidores de los temas públicos. Con el lamentable deceso de Miguel Uribe Turbay, Miguel padre se fue acercando más a los televidentes colombianos: la estrecha relación con su hijo, su compartir sobre la situación del país, la obsesión por la seguridad y la paz, la actitud de María Claudia Tarazona, afectuosa y respetuosa con su suegro, quien perdía a su único hijo y al mejor de sus amigos.

Pensé, este señor, que además lleva la sangre Echavarría en sus venas, puede ser ese jugador frente a tantos candidatos sin posibilidades de ganar, pero que aportarán a una eventual derrota. A él nadie le negaría la validez de ser el mejor interlocutor, sin aspiraciones personales, pero con el deseo de hacer realidad la Colombia por la que su hijo y su esposa, Diana, dieron la vida.

Este respetable señor se hizo conocer de todo un país y está llamado a jugar un papel histórico de aglutinador, de voz autorizada para motivar procesos de selección y de unión.

Pero de pronto Miguel Uribe Londoño bajó del Olimpo donde lo requeríamos y se volvió el 5 del CD y el 79 en la lista de aspirantes. Le esperan momentos muy difíciles, escuchará las infamias que no merece en este momento y será un jugador más, cuando lo necesitábamos por encima de los partidos, haciendo la labor admirable que nos enseñó don Hernán, su antepasado que tanto añoramos.