A Petro no le importan los palestinos ni lo que sucede en Gaza. Le tiene sin cuidado que mueran niños en esa o en cualquier guerra, incluida la de Colombia. Utiliza la sangre y el dolor ajeno si le conviene, lo ha hecho toda la vida y desde el inicio del Gobierno. Es selectivo en los muertos que deplora y festeja, lo vemos en Venezuela, Oriente Medio, Ucrania y Colombia, independiente de a quién se lleva por delante y del daño que causa.
Si le importaran los palestinos habría apoyado el plan de paz de Trump que contempla el fin inmediato a la guerra, la liberación de los rehenes, el retiro de las tropas de Israel, el desarme y amnistía de los de Hamás, una fuerza temporal de seguridad, un gobierno de transición con palestinos y la reconstrucción de Gaza, para propiciar las condiciones de un proceso creíble que lleve a la autodeterminación y creación del Estado Palestino.
Hueso duro de roer para los sectores radicales de lado y lado que se niegan a reconocer el Estado de Israel o el de Palestina en Gaza. Por menos, un fanático israelí asesinó en 1995 al Primer Ministro de Israel, Yitzhak Rabin, tras firmar con Arafat el Acuerdo de Oslo que reconocía a la Autoridad Palestina y está a Israel. De ahí el respaldo creciente al plan de paz, con excepción del presidente de Colombia quien no demoró en fustigarlo.
Petro está feliz con la guerra. Debió echar camándula para que Hamás no lo aceptara y Netanyahu, encolerizado, arrase con más hospitales. Mientras más sangre, mejor. Sus oraciones parecieran no haber sido atendidas, pues el cese del fuego se abre paso. Como que le va a tocar volver a trinar de los muertos en Colombia, echar al traste ese discurso y pensar en otra causa mesiánica para cuando le toque irse a las buenas o a las malas.
Esa guerra le ha dado munición para distraer la atención de la descomposición del país y en días recientes, de la imputación contra su hijo no criado, la noticia de la violación de topes electorales no solo de su campaña sino de la del Pacto Histórico al Senado, los señalamientos patéticos entre ministros patéticos, una ley de financiamiento que huele a cadáver, las extrañas cifras de empleo del Dane y de nuevo las masacres en el Cauca.
Guerra que le ha servido también para que le quiten la visa norteamericana. Desde abril bregó a que sucediera y al verla venir armó el show del megáfono para hacerlo ver como una persecución política. Similar hicieron varios del gabinete y, como la mayoría de los colombianos no tiene visa y a miles se la han negado, no le será difícil encontrar adeptos. Leña seca y crujiente para las elecciones del próximo año además de billones en rama.
Llegó a decir que iría a pelear en Gaza. Lo más probable es que ya no tenga que hacerlo, lástima. Ojalá ese arrojo de valentía le diera para empuñar un arma, esta vez legal, e ir a combatir no tan lejos y en otro idioma: en el Cauca y Catatumbo. Y, no satisfecho, convocó a los encapuchados para hostigar a la ANDI, como lo hace con otros gremios, en retaliación por el rechazo de los empresarios a sus declaraciones en Nueva York.
Morirán engañados los palestinos de aquí y de allá si creen que a él les importa ellos y que su bandera en el salón del Consejo de Ministros responde a un sentimiento genuino. De ser así, habría reaccionado distinto a la propuesta de paz y como otros mandatarios tragarse el sapo de quien la lidera. No lo hizo ni hará, repito, porque a Petro y al Pacto Histórico les conviene que siga la guerra. No le sirven los palestinos vivos, le sirven muertos.