Desde algún lugar de la clandestinidad a la que el gobierno de su país la tiene sometida, la mujer más visible de la política venezolana recibió en la madrugada latina del viernes una llamada que la dejó sin palabras y a la que solo atinó repetir: “oh, my God”. Poco después de digerir lo que estaba ocurriendo, el anuncio previo a su designación como ganadora del Premio Nobel de Paz 2025, manifestó lo siguiente: “Espero que entienda que esto es un movimiento. Es el logro de toda una sociedad. Soy solo una persona. Desde luego, no lo merezco”.
A las once de la mañana, en Noruega, la noticia se hizo oficial. María Corina se convirtió así en la vigésima mujer en recibir el Nobel de Paz, antecedida por la defensora de los derechos humanos de las iraníes, Narges Mohamamadi, en 2023; así como en la segunda latinoamericana en alcanzar el reconocimiento, que en 1992 se le otorgó a la guatemalteca Rigoberta Menchú, por su defensa a los pueblos indígenas.
María Corina fue proclamada como la valiente y comprometida defensora de la paz, a quien se le otorgó el Nobel “por su incansable trabajo en la promoción de los derechos democráticos para el pueblo de Venezuela” y también, como “uno de los ejemplos más extraordinarios del coraje civil en América Latina en tiempos recientes, que ha demostrado que las herramientas de la democracia son también las herramientas de la paz”.
De inmediato, el mundo reaccionario desplegó sus voces frente a la noticia, que no salió ilesa de la falsa política y el oportunismo. Pero más allá de la palabra fácil, que confronta y desprestigia, hay un símbolo de fuerza y coraje, representado por una mujer que lleva décadas impulsando un movimiento de cambio, a costa de su tranquilidad. Así que reducirla a una golpista fracasada es tan injusto como mezquino.
La crisis migratoria venezolana es una de más grandes del mundo contemporáneo, con alrededor de ocho millones de personas que tuvieron que salir de su país, inmerso en una realidad socioeconómica y política inestable y carente, que los arroja y despoja. No se puede ocultar con discursos ideológicos lo que viven en carne propia quienes hoy resurgen lejos de su tierra porque no tuvieron cómo subsistir, cómo llevar lo básico a sus hogares y cómo forjar un presente y futuro para sus familias. Eso no es política, eso es humanidad.
Y también lo es combatir la ‘venezofobia’, que tanto daño nos ha hecho, al estigmatizar a quienes cohabitan nuestras ciudades; Cali con una gran población venezolana, cuyos acentos se detectan entre tantos oficios de servicio con que nos topamos a diario. No hemos sido ausentes a lo que ocurre en Venezuela, no podemos ser indiferentes a su situación.
Muchos dirán que el Nobel es un capricho politizado; pero lo que en verdad hay detrás del premio a María Corina es un poderoso mensaje al mundo; un recordatorio de lo que pasa aquí, en nuestro vecindario, del valor y la coherencia, pese a todas las adversidades; de la fuerza de una mujer que como tantas otras en el mundo, desde sus tribunas se levantan y renuncian a la comodidad para hablar fuerte y con carácter, en la defensa de derechos universales como la democracia, la dignidad, la libre expresión, la salud, la educación, la libre empresa, la vida misma.
En resumen, cómo bien lo dice la proclamación de la líder venezolana, “María Corina Machado encarna la esperanza en un futuro diferente, uno en el que los derechos fundamentales de los ciudadanos se protegen y sus voces se escuchan. En este futuro, la gente será libre de vivir en paz”. ¡Grande y valiente, María Corina! @pagope