Por César A. Balbín Tamayo, obispo de Cartago

«Vamos alegres al encuentro del Señor». Estas son las palabras con las que hemos acompañado el salmo responsorial y que al comienzo de este nuevo año litúrgico y que inicia con el tiempo del adviento, interpretan bien los sentimientos que nos deben acompañar por estos días. El motivo por el cual debemos caminar con alegría, es que ya está cerca nuestra liberación. El Señor viene, el Señor está cerca: con esta certeza emprendemos el itinerario del Adviento, preparándonos para celebrar con fe el acontecimiento extraordinario del Nacimiento del Señor.

El Adviento es tiempo de esperanza, en la que fuimos salvados (Rm 8, 24), la que no defrauda (Rm 5, 5), según palabras del apóstol Pablo, que nos recordaba el papa Francisco en este año de la esperanza. Ese niño es la gran esperanza del mundo, de las personas, de nuestra patria, de los pobres y de los que sufren. En un mundo que asiste a constantes conatos de guerras, cuando no es que la vive en carne propia, la esperanza nos ayudará a seguir siempre adelante. En un país como el nuestro donde la polarización política, el desencanto, la violencia, la muerte de jóvenes, el ultraje a tantas mujeres, son el pan de cada día, será la esperanza las que no mantenga en pie, y con la cabeza en alto.

Esperar contra toda esperanza (cfr. Rm 4, 18), a esto estamos llamados. Todos «necesitamos tener esperanzas -más grandes o más pequeñas-, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar» nos recordaba el papa Benedicto XVI en la encíclica Spes Salvi n. 31. Que la certeza de que solo Dios puede ser nuestra firme esperanza nos anime en este tiempo de adviento y de Navidad.

A esta muy recomendada esperanza, sumemos la vigilancia, que es la palabra clave de este período litúrgico. Para ello tenemos que estar en vela: «Estad en vela, porque no sabes qué día vendrá nuestro Señor» (Mt 24, 42). Jesús, que en la Navidad vino a nosotros y volverá glorioso al final de los tiempos, no se cansa de visitarnos en los acontecimientos de cada día.

Escuchemos la invitación de Jesús en el Evangelio y preparémonos para revivir con fe el misterio del nacimiento del Redentor; preparémonos para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos de la vida, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad; preparémonos para encontrarlo en su venida última y definitiva: Él es la gran esperanza.