No era necesario que el presidente electo en el discurso de celebración de la victoria dijera que Colombia cambió el 19 de junio. Y digo que era innecesario porque bastaba con ver la tarima desde la cual dirigió el primer mensaje a la Nación. Allí no hubo delfines; no estaban los líderes empresariales; no aparecieron los dirigentes de los partidos que votaron irresponsablemente a Rodolfo Hernández.

En esa tarima estaban ‘los nadies’, los excluidos por tantos años: negros y negras – abomino del término afrodescendientes-, indígenas, víctimas de la violencia, en fin, los que con su entusiasmo aportaron al triunfo de Petro.

Lo más diciente fue la ausencia de los jefes políticos, a quienes Petro asestó duro golpe en el plexo solar cuando ellos apoyaron a Federico Gutiérrez, los mismos que en segunda vuelta recibieron el gancho de izquierda que los dejó tendidos en la lona.

Astuto como es, César Gaviria se levantó rápidamente del cuadrilátero, ajustó el diente que se le había zafado por el golpe, pidió a uno de sus laderos que le echara agua fría en el rostro, y cogió el micrófono para proclamar que el partido que preside adhiere con sus congresistas a la coalición de Gobierno que operará desde el 20 de julio en el Capitolio.

Con los senadores y representantes liberales, más los propios del Pacto Histórico, más los Verde Esperanza, más los Comunes, más los dos indígenas, más los que van llegando, el nuevo presidente asegura la mayoría en ambas Cámaras que le permitirá que sus iniciativas prosperen.

Roy Barreras tiene mala prensa y muchos detractores que lo sindican de ‘lagarto’ y de cambiar frecuentemente de partido. No creo que sea ni el despreciable reptil, ni el único que en Colombia haya mudado de partido. Una de las personas que más quiero, Juan Manuel Santos, fundó La U y salió del Partido Liberal. Germán Vargas Lleras, también liberal, creó Cambio Radical y se fue. Álvaro Gómez Hurtado, el recio jefe de la derecha, abandonó el partido Conservador y surgió Salvación Nacional.
Y si quieren ejemplo más exquisito, Winston Churchill fue laborista y luego conservador. La política es dinámica, dicen los entendidos.

No hay en Colombia estratega político más efectivo que Roy Barreras, a quien varias veces he criticado en esta columna, pero con quien conservo sólida amistad. Cada vez que el proceso de paz estaba en llamas, el presidente Santos lo enviaba a La Habana a apagar el incendio, y siempre lo lograba. Fue -y es- artífice de la paz, y con eso basta para contar con mi reconocimiento.

No hay entre los senadores del Pacto Histórico alguien mejor capacitado que este vallecaucano para presidir las sesiones de la Alta Cámara, y sacar adelante proyectos tan difíciles como la reforma tributaria para recaudar 50 billones de pesos, y la reforma política que pretende acabar con las listas abiertas para corporaciones de elección popular, que han sido funestas para la democracia. En éstas, cada candidato es un partido; en las cerradas, es el partido el que vota por su lista única.

Tengo la certeza de que el que inicia el 7 de agosto será excelente gobierno. Gustavo Petro sabe que es su momento, y que ese momento no se repite. Él será el conductor de un régimen de izquierda democrática, que de ese matiz sólo ha habido dos en nuestra historia: el de José Hilario López a mediados del Siglo XIX, y el de Alfonso López Pumarejo (1934-1938).

Bienvenido el cambio.