Cali vivió el jueves un golpe doloroso con un ataque terrorista que buscó sembrar miedo, confusión y muerte. Ante todo, es necesario expresar nuestra solidaridad con las familias de quienes perdieron a sus seres queridos, con quienes hoy luchan por su vida, y con los comerciantes que intentan levantar de nuevo sus negocios. No estarán solos, seguramente contarán con el respaldo decidido de los actores institucionales locales y de toda la sociedad caleña.
La violencia busca fragmentar sociedades. Por eso, la respuesta más poderosa es la unión. Como lo recordó la filósofa alemana Hannah Arendt: “El mayor poder surge cuando las personas actúan juntas, no cuando están solas.” Cali y el Valle del Cauca tienen hoy la oportunidad de enviar ese mensaje al país: que nuestra sociedad civil es más fuerte que el miedo que pretenden imponernos; que podemos levantarnos del dolor y, en la acción colectiva, encontrar un poder ciudadano renovado.
Este no es solo un momento para respaldar a las instituciones civiles y militares -llamadas a garantizar seguridad y justicia. Es, sobre todo, momento para que la sociedad civil, en toda su diversidad, se ponga de pie y alce su voz. La voz de empresarios, sindicatos, universidades, comunidades barriales, iglesias y organizaciones sociales debe resonar con fuerza: no permitiremos que los violentos nos devuelvan a capítulos oscuros del pasado, ni permitiremos que pongan en entredicho la fortaleza democrática que Colombia ha ganado en los últimos años.
El 2026 será un año decisivo para Colombia. Los violentos deben entender que sus ataques no definen nuestra democracia, la definen nuestras acciones. Este año electoral no puede ser uno más y puede convertirse en un plebiscito ciudadano contra la violencia. Tenemos la responsabilidad de enviar un mensaje inequívoco, que en nuestro país no hay espacio para la intimidación ni para quienes pretenden someter la voluntad ciudadana a través del miedo. Si una ciudad como Cali puede sentirse vulnerable, pensemos por un instante en lo que enfrentan las comunidades rurales del sur del Valle, Cauca y Nariño, golpeadas por la violencia de manera constante.
Fuerza Cali significa que no nos rendimos, que no bajamos la cabeza. Significa unirnos para transformar la adversidad en un grito colectivo de dignidad y de futuro. Que nuestras calles, colegios, fábricas, iglesias y universidades se conviertan en escenarios de construcción democrática, donde se debata con claridad el país que queremos y lo que exigiremos en el próximo cuatrienio, tanto al ejecutivo como al legislativo. Pero sobre todo, una exigencia fuerte al gobierno actual, pues no solo hay una ausencia clara de medidas contundentes en contra de estos grupos, también existe un debilitamiento de la inteligencia militar en este cuatrienio en su asignación presupuestal. Así es muy difícil prevenir estos ataques, y claramente la debilidad en su política de defensa y seguridad muestra el fracaso en este terreno del gobierno nacional. Igual pasa con los programas sociales en territorios periféricos de poca presencia institucional.
No es el momento de callar. Es el de demostrar que Cali y el Valle son territorios que saben levantar su voz y, en las urnas, transformar su indignación en una apuesta por un futuro sin violencia. Porque el silencio, si lo permitimos, puede convertirse en el eco de la violencia. Y no podemos dejar que la violencia marque el destino de nuestra ciudad.