Tapar el sol con las manos, no es la solución. Tampoco, dejarnos llevar por la angustia. Sabíamos que iba a pasar: que el número de contagios y de muertes se incrementaría y que empezaríamos a sentir los efectos de la recesión económica. Pero una cosa es saber que algo va a ocurrir y otra, que ocurra. Más, cuando no es claro cómo evolucionarán la pandemia y la crisis económica y social; ni siquiera lo sabemos a dos semanas vista.

Las epidemias no son nuevas, tampoco las crisis económicas. Pero su combinación, en un mundo interconectado e interdependiente, genera un impacto descomunal. No por el número de fallecidos -comparado a otras patologías los del Covid-19 aún son bajos- sino por su rápida expansión territorial y el efecto en la vida diaria de las personas. Y por sus inevitables consecuencias económicas y sociales, que ya empiezan a percibirse.

En La Plaga de Atenas, año 420 AC, un tercio de la población que se encontraba tras sus muros habría muerto; la de Justiniano, que inició en 541 EC y duró dos siglos, devastó al Imperio Bizantino y mató entre 25-50 millones de personas. La Peste Negra de 1347, cobró la vida del 60% de la población de Europa. Similar con las infecciones importadas a América, con la epidemia de cólera en Londres en 1854, y la Gripa Española de 1918.

En cuanto a crisis económicas, en los últimos 250 años para no ir más lejos las ha habido de diferente tipo, causa y dimensión: agrarias, industriales, energéticas y financieras. Entre las más críticas están, la que siguió a la Revolución Francesa en 1789, La Gran Depresión de 1929 que causó una parálisis generalizada y devastadora de la mayoría de los sectores económicos, la Crisis del Petróleo de 1973, y la Inmobiliaria de 2007.

Es más, la combinación de epidemia y recesión económica, tampoco es nueva. Un factor común a las crisis de salud pública ha sido el impacto en la situación económica y social, por falta de mano de obra ligada a la mortandad; por persecución religiosa y xenofobia; por confinamientos prolongados en pésimas condiciones de higiene; por la pérdida de trabajos y escasez de capital, y por el pánico colectivo, acompañado de la desconfianza.

La buena noticia, en medio de la incertidumbre aprensiva en la que estamos sumidos, es que pasará. La humanidad ha transitado situaciones iguales o más complejas, además de epidemias y crisis económicas: hambrunas, guerras, genocidios, desastres naturales, y despotismo político. Y aquí estamos, aquí seguimos. La humanidad ha salido adelante. Esta no será la excepción, independiente del tiempo que tome y de sus consecuencias.

Y no será la excepción, porque en momentos difíciles el ser humano se crece. Así lo hace el colombiano. Lo vemos en acciones colectivas para ayudar a contener la pandemia, en el interés de tantos en proteger el empleo, en iniciativas para darle la mano a los más vulnerables, en quienes llevan con juicio la cuarentena o salen con precauciones. Y en la entrega sin límite de médicos, enfermeros, laboratoristas, y de funcionarios públicos.

Cuando pase, porque va a pasar, confiemos en que esta pandemia nos haya servido para ser mejores personas: para valorar más la salud y menos el dinero, acercarnos a quienes queremos y nos importan, ser compasivos con los menos afortunados, no controvertir tanto por nimiedades, y consentir el planeta. Dejar a un lado tanta mezquindad y odio, vanidades y satisfacciones efímeras. Pero no estamos aún en ese punto: lo más difícil empieza. Lo importante es tener claro el norte, saber que es posible y que lo lograremos.

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