Esta semana inicia en Egipto el encuentro más importante de los Estados Parte de la Convención de Naciones Unidas de Cambio Climático, Unccc, conocida como la COP27. Será un evento cargado de frustraciones y señalamientos, ante la evidente dificultad o imposibilidad de lograr la meta de incremento máximo en la temperatura del planeta de 1,5 grados centígrados al 2050, acordado en la memorable COP21 de París, en 2015.

Algunos estudios indican que el calentamiento actual inició hace 300 años y es parte de un ciclo natural del planeta y que es poco lo que se pueda hacer al respecto. Señalan que en los últimos 400.000 años ha habido cinco Eras de calentamiento y cuatro de hielo. Otros análisis atribuyen la anomalía en la temperatura exclusivamente al ser humano (antropogénicas) y en particular a los llamados Gases de Efecto Invernadero, GEI.

Si bien no existe consenso en la comunidad científica sobre la génesis del incremento en la temperatura, necio sería negar que el ser humano ha contribuido a la misma y que se debe hacer lo razonablemente posible para contenerla, con acciones de mitigación. Pero la realidad ha desbordado lo deseable y como lo indica The Economist, es hora de dar mayor énfasis a acciones de adaptación, pues no se cumplirá la meta de la COP21.

Dice la publicación que, de continuar el ritmo de emisiones de los últimos siete años, en solo 10 años en lugar de 30 se habrá alcanzado la meta de incremento en la temperatura de 1,5 grados y, ningún modelo permitiría, ni siquiera por vía del atajo, la carbono-neutralidad para ese año. Para lograrlo, habría que suspender ya, de inmediato, todas las actividades de combustión de fuentes fósiles e incluso si así fuere, no sería suficiente.

El incremento en la temperatura es el resultado de la acumulación de emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de metano (CH4), entre otros, por décadas. Y dependiendo de la época, estos no representan más del 10 por ciento de todos los GEI que se emiten, pues la mayoría se origina en la evaporación del agua de los mares, en el ciclo del agua. Es decir, detener el cambio en la temperatura es más complejo de lo que algunos creen.

De ahí que se sugiera reducir mucho más los GEI, en especial el dióxido de carbono y el metano y, avanzar en la captura, almacenamiento y reutilización del CO2. Se propone, además, la geoingeniería solar: intervenir la luz solar que llega al planeta para enfriarlo, ubicando partículas especiales en la estratosfera que harían que la luz rebote y no entre al planeta, similar al efecto de ‘bloqueo solar’ de las grandes erupciones volcánicas.

Lo anterior ayudaría, en el mejor de los casos, a que la temperatura no supere 2 grados pues la meta de 1,5 grados al 2050 ya es inalcanzable. Por eso y sin descuidar acciones efectivas en materia de mitigación, es prioridad, al menos en países como Colombia, que contribuyen con solo el 0,4 por ciento de los GEI a nivel global, invertir en adaptación. Más con ecosistemas sensibles y decenas de ciudades y de asentamientos en las costas.

La COP27 será agridulce. Distintos gobiernos harán gala de lo que están haciendo para contrarrestar el cambio climático. El de Colombia exhibirá los que considera trofeos de caza a cambio de aplausos y titulares, como el limbo en que se encuentran los nuevos contratos de exploración, el golpe fiscal al sector minero-energético, la prohibición del fracking, y el acuerdo de Escazú. No dirá, claro, que el costo de esa demagogia a mediano plazo será una mayor pobreza y menores recursos para la transición y adaptación al cambio climático.

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