En nuestra región latinoamericana, marcada por profundas desigualdades sociales y raciales, los equipos deportivos multirraciales se han convertido en espacios simbólicos donde se confrontan a las formas de exclusión históricas. Estos equipos representan una alternativa concreta a la discriminación racial, la xenofobia y las ideologías nacionalistas excluyentes que persisten en varios países de la región.
América Latina, aunque se autodefine con frecuencia como una región ‘mestiza’, concentra el poder político y económico en ciertas comunidades que han marginado sistemáticamente a poblaciones indígenas, afrodescendientes y migrantes, lo que ha propiciado que varios sectores de la población denigren del ‘indio’, ‘el negro’, el marginado, y vaya paradoja, solo celebren y se ovacionen, si aquellos marcan el gol, conquistan la montaña en bicicleta o levantan el mayor peso para lograr así el oro olímpico.
Cuando comunidades históricamente marginadas —como pueblos indígenas, afrodescendientes o sectores populares— se movilizan para denunciar su exclusión, la discriminación se hace evidente a través de estigmatizaciones generalizadas. Se les reduce a etiquetas despectivas como ‘esos indios’, ‘esos negros’ o ‘los de la primera línea’, y se descalifica toda protesta que encabecen como violenta, ilegítima o manipulada. Es cierto que algunos de sus integrantes pueden incurrir en errores o actos reprochables, pero eso también ocurre en movilizaciones de otros sectores sociales. Lo preocupante es la práctica sistemática de juzgar al todo por la parte, reproduciendo prejuicios raciales y de clase.
En ese marco, el deporte se ha consolidado como uno de los pocos espacios donde las jerarquías raciales tradicionales se desdibujan a través del mérito y la visibilidad. Este modelo tiene un fuerte impacto en la percepción social, toda vez que al observar equipos deportivos con integrantes diversos se rompen paradigmas de exclusión, se ayuda a combatir prejuicios y se humaniza al ‘otro’. La integración dentro del equipo, el respeto mutuo y el trabajo colectivo ofrecen una narrativa opuesta a la de los discursos xenófobos y nacionalistas que tienden a dividir y excluir. Cuando un niño admira a Egan Bernal, a James Rodríguez o a Óscar Figueroa, se activan modelos de referencia positivos que trascienden el color de piel y el origen social. Este tipo de identificación simbólica es clave en la lucha contra el racismo cotidiano.
En un momento donde América Latina enfrenta el desafío de integrar a poblaciones migrantes, reconocer a sus pueblos originarios y erradicar el racismo estructural, los equipos deportivos multirraciales representan algo más que un ideal: son una prueba viva de que la convivencia y la igualdad son posibles cuando el talento y la humanidad se imponen sobre el prejuicio.
Bien podría aplicarse la reflexión anterior al hemisferio norte, a Estados Unidos y a Europa, donde cada vez toma más fuerza el auge de los nacionalismos a ultranza y la discriminación de aquel que proviene de otros países y representa a otras razas.