Una vez, uno de mis grandes maestros escribió que ser hincha de un equipo de fútbol es escoger un color para toda la vida. Para muchos podrá sonar ridículo, pero solo quienes nos hemos enamorado de un club sabemos lo que significa. Por eso hoy, días después de que se aprobara la conversión de la institución a una Sociedad Anónima, quiero escribir sobre el Deportivo Cali de mi vida.
El Deportivo Cali de mi vida nace cuando mi padre, Gustavo, me llevó por primera vez al estadio. No recuerdo el año exacto, pero sí tengo presente que ese día jugamos un clásico en el Pascual Guerrero contra el América que tuvimos la fortuna de ganar en los penales, en una época en donde en Colombia los partidos que terminaban empatados tenían que decidirse de esa manera.
A día de hoy no sé en qué momento exacto me enamoré tanto del Cali. Como sucede con el amor de verdad, simplemente ocurrió. Solo sé que ese domingo nació el Cali de mi vida, ese que se ha ido construyendo con alegrías y dolores.
Una parte del Cali de mi vida pertenece a los recuerdos de mi papá, que mientras caminábamos por las calles de San Fernando me hablaba de un brasileño que se llamaba Iroldo que en los años 60 metía golazos impresionantes. Gracias a sus historias pude imaginarme también las grandes manos de Pedro Zape, los goles olímpicos de un tal Ángel María Torres, la poesía de Diego Umaña, del ‘Pibe’ Valderrama y de Willington Ortiz y los cabezazos de Jorge Ramírez Gallego, el ‘Tigre’ Benítez y Néstor Scotta.
A medida que fui creciendo, el Cali de mi vida dejó de ser una imagen a blanco y negro que yo trataba de recrear, para convertirse en el equipo que me tocó vivir: el Cali campeón con el ‘Pecoso’ Castro, el de la final de la Copa Libertadores de 1999 con la poesía de Máyer, Arley y don Víctor Bonilla, el del Caracho y de Rodallega, el de Andrés Pérez y Hárold Preciado, y el Cali de Rafael Dudamel, el único hombre del club que ha sido campeón como jugador y como técnico.
Pero el Cali de mi vida es más que goles o buenos jugadores. El Cali de mi vida es ese faro que me permitió ser periodista, encontrar grandes amistades, conocer a mi esposa y celebrar un título con mi papá en ese estadio del que algunos se burlan, pero que representa nuestra identidad, porque nada más hermoso y vallecaucano que ver la manera como vibra ese templo en medio del verdor inmenso de nuestro departamento.
Por eso, la única certeza, más allá del positivo cambio de modelo y de dueños, es que este equipo seguirá contando con el amor de una hinchada admirable, y que siempre será el Cali de nuestras vidas.