A los seis meses de gestación, un feto mide 35 centímetros, pesa poco menos de un kilo y tiene todos sus órganos formados. Es decir, un bebé que nazca de seis meses tiene casi las mismas posibilidades de vivir que uno que llegue a este mundo a los 9 meses.

Ese es el ‘quid’ del asunto. Eso es lo que tiene molestos con la Corte Constitucional a muchos colombianos, aún los que defienden la interrupción del embarazo.

Abrir la posibilidad de que una madre pueda abortar cuando la criatura que lleva en sus entrañas tiene seis meses de gestación, es “atroz”, como dijo el presidente Iván Duque. Y eso fue lo que hizo la Corte Constitucional.

Ningún país de Latinoamérica, y no sé si del mundo, permite el aborto a esas alturas. Los más progresistas en el tema, Argentina y México, permiten la interrupción del embarazo, por cualquier motivo, pero hasta las 14 semanas de gestación.

Pero como a la Corte Constitucional siempre le ha gustado posar de ‘progre’, optó por romper todos los límites en la materia.

Y es que ese tribunal, desde tiempos de Carlos Gaviria ha actuado como si este país fuera Dinamarca, cuando no llegamos ni a Cundinamarca. La Corte toma decisiones que serían muy oportunas para países con un avanzado nivel cultural. Colombia no lo es.

Una de las decisiones más célebres de ese tribunal fue la de la autorización de la dosis personal de estupefacientes.

Qué duda cabe de que en Holanda o en Suecia esa decisión hubiera sido muy pertinente, pero en Colombia ha servido es para que los jíbaros porten ‘la dosis personal’ para vendérselas a los niños en los alrededores de los colegios, mientras tienen escondido el alijo debajo de un árbol.

No me cabe duda de que el escandaloso aumento de consumo de marihuana y cocaína en Colombia fue impulsado por esa sentencia ‘progre’.

La Corte no entiende que con sus fallos le envía un mensaje a la sociedad: “Fume marihuana, que es su derecho”; “Aborte cuando quiera, que es su derecho”.

Otro concepto que esa Corte puso de moda fue el del libre desarrollo de la personalidad, en nombre del cual se han cometido toda clase de atropellos en este país.

El reciente fallo sobre el aborto no es, pues, un caso aislado. Se suma a las muchas arbitrariedades cometidas por esa Corte, que en mala hora creó la Constitución del 91.

Yo no me cuento entre los enemigos acérrimos de la interrupción del embarazo. Me parece que era sensata la decisión de autorizar ese procedimiento en tres casos puntuales: cuando el embarazo ponga en peligro la vida de la madre, cuando el embarazo sea producto de una violación o cuando el feto tenga malformaciones que le impidan llevar una vida normal.

Con eso bastaba. No éramos los más ‘progres’ del mundo, pero había un equilibrio entre los derechos de la madre y los del niño que lleva ésta en su cuerpo.

Sobraba entonces este fallo. En un país donde la vida ha perdido su valor, los pronunciamientos de una Corte responsable deben ir en el sentido de defender la vida, no de menoscabarla.

Pero este fallo hace precisamente eso: incita a irrespetar el derecho a la vida. Lástima que las víctimas de ese fallo no puedan defenderse y no puedan invocar su derecho al libre desarrollo de la personalidad. Ni siquiera su simple derecho a vivir.

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