“Cuatro años son muy pocos para un buen gobernante, pero son una eternidad para uno malo”. Esta frase, de Alfonso López Michelsen, cae como anillo al dedo para referirse a una de las propuestas de la reforma política que sacó de la manga el Ministro del Interior Juan Fernando Cristo.

Me refiero a la iniciativa de ampliar a cinco años los períodos de los presidentes y demás funcionarios elegidos por voto popular. Como dijo López, para un buen gobernante cuatro años son suficientes. Pero para uno malo 20 años no alcanzan. Entonces, en vez de ampliar los períodos, lo que debemos es elegir mandatarios capaces.

En cambio, me suenan otras propuestas que contempla la reforma: la de abolir la Vicepresidencia, así tenga por propósito eclipsar la tarea cumplida por Germán Vargas Lleras.

La idea de la Constituyente del 91 de que la persona encargada de reemplazar al Presidente tuviera la legitimidad del voto popular era sana. Pero los hechos han demostrado que esa legitimidad nos ha salido muy costosa.

En democracias maduras esa figura puede funcionar. Pero en la nuestra, los ‘vices’ se han dedicado a explotarla en su propio provecho. Haciéndole oposición al gobierno al que pertenecen, como Angelino Garzón, o sacándole réditos políticos al cargo, como Vargas.

Al Estado, la Vicepresidencia le aporta nada y le cuesta una millonada entre el sueldo del funcionario, el esquema de seguridad, el mantenimiento de la pomposa sede donde opera, etc.

Me dirán que Vargas Lleras sí dio resultados en el tema de infraestructura. Eso es verdad, pero igualitico lo hubiera hecho si lo nombran Ministro de Vivienda o de Transporte.

Es más práctica la figura del designado que no le cuesta al Estado y no llena de ambición a quien la encarna.

El voto a los 16 años es inocuo. Más importante es motivar a los actuales votantes. Labor que le corresponde, sobre todo, a los candidatos.

Tiene más sentido el voto obligatorio. En un país con una abstención que ronda el 60% obligar a la gente a que vaya a las urnas suena sensato. Además, al aumentar la base de votación se les daña el negocio a los mercachifes electorales, con lo cual se le da mayor legitimidad a los comicios.

Lo que no entiendo es que lo establezcan solo para dos elecciones. Si creen que la gente va adquirir el hábito de votar porque lo tienen que hacer dos veces están ‘MFT’. Esa norma se justifica si es de carácter indefinido o al menos hasta que la gente adquiera la noción de lo que vale su voto.

Lo de la financiación estatal de las campañas, sobre el papel suena bien porque nos ahorraría escándalos como el de Odebrecht, es decir los contratistas que financian campañas para que luego les den contratos. Me preocupa la carga que eso implicaría para las arcas públicas, que con el Estado asistencialista en el que nos hemos convertido, ya están bastante asfixiadas.

Y es que entre las casas gratis, el sisbén, las familias en acción y demás prebendas que entrega el Estado, la chequera ya está demasiado comprometida. Como para ahora sumarle la financiación estatal de las campañas.

No se puede confundir Dinamarca con Cundinamarca. Y nuestro limitado Estado no puede seguir adquiriendo compromisos que lo desbordan. Así tengan la mejor motivación.

En síntesis, me temo que la reforma que impulsa Cristo pretende cambiar todo, pero para que todo siga igual. Pero que ese igual nos salga más caro.