Solo es posible vivir plenamente cuando hay una concentración total en lo que se está haciendo.
La completa concentración en cualquier actividad es indispensable para gozar cada momento y en últimas para el disfrute de la vida en todos sus campos. Íntimamente asociada a la concentración efectiva está la capacidad para mantener el “flujo” (Flow en inglés) de una actividad, cualquiera que esta sea. El verdadero disfrute tiene que ser ininterrumpido. Nadie disfruta realmente de nada, si está constantemente inundado de información proveniente de las redes sociales.
Los celulares se han convertido en el enemigo principal de la buena concentración y del “flujo” en las actividades disfrutables de la vida, que son muchas. Hacen que la persona mantenga una conexión simultánea y permanente con el ruido exterior: reciben, contestan, trinan o reenvían chats, chistes (muchos hirientes) y mensajes sin relevancia alguna. Constantemente consultan, entre otros, Twitter, WhatsApp, Facebook, Instagram, noticieros de televisión, programas radiales, etc.
Según Freud, una persona sana es aquella capaz de amar y trabajar. Y la única forma como se puede lograr una plenitud en estas dos áreas es dedicándose a ellas con fervor. De todas las funciones humanas, el amar es la más exigente. Quien no está completamente comprometido con el otro no ama de verdad. El compromiso verdadero aplica al amor romántico, al parental y a todos los demás.
Quien no está contento con su trabajo no se puede concentrar, y el fracaso y la insatisfacción crónica lo esperan a la vuelta de la esquina. Cuando no se puede fijar la atención, además de los desengaños a lo que eso conlleva, sobreviene la ansiedad, la insatisfacción y un “vacío” que eventualmente lleva al desánimo. Desde las más esenciales funciones como respirar profundamente, en lo que tanto insisten el yoga y la meditación; el comer pausadamente como principio fundamental para una buena nutrición; la exitosa práctica de cualquier deporte o disciplina…todas exigen un grado importante de concentración.
Muchas personas, para combatir esa desazón, optan por ocuparse compulsivamente, distraerse o supuestamente “divertirse” con actividades frenéticas que les ocupan todas las horas. Con lo cual al final del día terminan fatigados, saturados, irritados y con la certeza de haber perdido el tiempo por su apego patológico al ruido exterior. Siempre justifican su conducta, pero no se dan cuenta de que su desasosiego es el resultado de haber permitido que la basura mediática, los videos banales interminables, los videojuegos, o las informaciones basadas en un pobre juicio y las simplemente falsas, les bombardeen sus cerebros inmisericordemente y les roben su atención de los momentos, acciones y personas realmente importantes.
Todos tenemos que hacer en cada instante del día, un mayor esfuerzo por concentrarnos, de verdad, para poder mantener el flujo en actividades constructivas y satisfactorias. Los ejemplos son infinitos: Analizar a fondo un tema. Conversar con un amigo. Cocinar con esmero. Disfrutar de la comida sin afán. Pasear en silencio. Leer un libro. Escribir. Meditar, tema de la próxima columna.