Aunque en una casa siempre lo que prima es lo que primero se ve, la realidad es que no solo se la mira sino que se la escucha, incluso a esas últimas moradas, las tumbas, solo que en estas los sonidos son tan bajos que no se oyen: se sienten. Adentro de las casas hay sonidos, incluyendo músicas, cantos, conversaciones y gratas resonancias, o vienen de afuera bellos ecos lejanos o desagradables ruidos ajenos. Se la escucha desde el exterior como ya en su interior; son ruidos y sonidos, intensos o velados, y en últimas agradables o molestos según como acompañen lo que se ve, toca, huele y saborea, como resultado de la actividad que se lleva a cabo justo en ese momento en casa.

Adentro de las casas hay diversos sonidos, como susurros, voces y risas; músicas para todos los gustos; leves ruidos producidos al moverse sus habitantes; las puertas y ventanas que se abren o cierran, o las cortinas y persianas de estas últimas; el agua de los lavamanos, duchas e inodoros, los lavaderos y cocinas. Pero también están presentes los timbres o músicas de los teléfonos celulares y los timbres de los videoporteros, los sonidos feos y repetidos de las lavadoras/ secadoras, las aspiradoras y el muy insoportable de las licuadoras, ruidos modernos tan diferentes de los entrañables roces de las escobas y trapeadores de antes y de siempre; y qué tal el ruido idiota de una TV hablando sola.

En patios, jardines, huertos caseros y vergeles hay placenteros sonidos de aguas que corren por atarjeas o que caen en fuentes, o leves o ruidosos chorros que saltan en estanques; muchos cantos de pájaros diversos; las hojas movidas por el viento y el viento mismo; la lluvia que cae en distintos tonos y volumen, los truenos lejanos que también alumbran y los cercanos que solo asustan. Y las entrañables carreras y latidos de los perros, que desde su inicio han acompañado a las casas, pues los gatos son muy silenciosos pero igual se los oye; y están los sapos, ranas, salamandras y murciélagos, y otros muchos diminutos animales con sus propios sonidos que solo ellos escuchan y comprenden.
Afuera, de la calle, se escuchan los peatones que pasan y a veces se oyen sus voces sobre todo cuando son alegres niños, y los vendedores que gritan algo musical anunciando sus frutas, o los que sólo ofrecen comprar electrodomésticos viejos con megáfono en mano. Y hasta cada casa llegan los ecos lejanos de la ciudad -campanas, sirenas, trenes, tránsito, aviones- sin los cuales esta estaría como muerta pues no es como el silencio del campo lleno de bellos sonidos cercanos y lejanos; y cada ciudad y en ella cada parte de la misma, tienen ruidos y sonidos que las caracterizan, igual que los colores que se ven, pero más difíciles de identificar. ¿A qué suena su calle, su barrio y su ciudad?

Afortunadamente aún quedan los muy bellos sonidos del exterior, que en ciudades como Cali comienzan por el canto de sus muchos y variados pájaros, el que cambia a lo largo del día acompañado por el de las ramas y las hojas de los árboles movidas por el viento que baja de la cordillera, y el sonido de este mismo; pero también el de la lluvia y el de los truenos lejanos (los cercanos son ruidos que asustan). Y desde luego se escucha como un grato sonido el ruido de fondo de la ciudad sin el cual esta estaría en total silencio, como muerta, murmullo producido por la aleatoria y discreta mezcla de todos los sonidos y ruidos que simultáneamente se producen siempre en todas las ciudades.
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