Habla la casa

Todas las casas hablan de lo que pasa en las ciudades y de estas mismas, de sus habitantes, y de sus ciudadanos pues no todos los que habitan en ellas se vuelven ciudadanos que opinan sobre su ciudad

15 de mar de 2023, 11:35 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 05:51 a. m.

Aunque no emiten palabras, todas las casas hablan: dicen muchas cosas de las personas que las mandaron a levantar, de los que las concibieron y construyeron, de los que las habitaron antes, y de los que las habitan después. También del campo del que forman parte, como es el caso en Iberoamérica de las casas de hacienda; o de las calles, vecindarios, barrios de todos los pueblos y ciudades en la que están emplazadas y de los paisajes suburbanos, rurales y naturales que rodean las casas urbanas, e igualmente los apartamentos, que son viviendas, unas encima de otras, mas no siempre verdaderas casas, a excepción de los de los últimos pisos cuando son proyectados a manera de una casa.

Y por supuesto todas las casas hablan de lo que pasa en las ciudades y de estas mismas, de sus habitantes, y de sus ciudadanos pues no todos los que habitan en ellas se vuelven ciudadanos que opinan sobre su ciudad y la vida en ella y en consecuencia votan inteligentemente por sus dirigentes. Y sobre todo su vivienda dice mucho de los que habitan las casas y las disfrutan; de sus conocimientos, valores, creencias, gustos y experiencias, los que en ellas por supuesto son evidentes, aunque la mayoría de las personas no sean suficientemente conscientes de ello, lo que les dificulta vivir y gozar mucho más de su arquitectura, a lo que les podría ayudar la lectura de algún libro al respecto.

El caso es que todas las casas afectan permanentemente todos los cinco sentidos: ver, oír, tocar, oler y saborear y, a través de estos, la vida cotidiana en ellas: estar, cocinar, comer, dormir y limpiar; también las diferentes actividades que allí se llevan a cabo: estudiar, leer, escribir, comunicarse; las emociones que su arquitectura permite: mirar, callar, intimidar, pensar y soñar; las sabrosas celebraciones que ocasionalmente se brindan en ellas: cenar, beber, charlar, jugar, bailar; y las diferentes sensaciones que generan todas las casas: tranquilidad, alegría, regocijo, curiosidad, seguridad, las que no todos los días siempre serán las mismas al salir o al entrar en ellas al regresar.

En conclusión, es un grave error el de esas historias de la arquitectura basadas sólo en los monumentos y no al mismo tiempo en la de las casas que los acompañan, y cómo convertían un sitio rural en un lugar urbano, aun cuando este fuera apenas el conjunto de una casa de hacienda junto con su capilla, una pesebrera, un pequeño trapiche y las habitaciones de los peones. O cómo las casas (ya sean casas propiamente dichas o edificios) conforman en las ciudades las fachadas urbanas de las calles que integran vecindarios que ‘hablan’ y en los que los ciudadanos hablan; y estos a su vez los barrios, los que caracterizan a las ciudades más que sus monumentos que sólo las identifican.

Lo dicho en esta columna sobre las casas y las ciudades lo dijo poco a poco una casa, tanto en su anteproyecto inicial como en su larga construcción sin planos, y durante su habitación y disfrute parciales por casi una década, lo que obligó a hacer después su levantamiento, pero no definitivo, y que al describirlo se amplió y profundizó en muchos diálogos con la casa al caer la tarde después de haberla vivido al paso del día, y escritos al amanecer después de haberlos soñado por la noche. Y por supuesto los cambios han continuado, corrigiendo errores, agregando valores y programando más cambios para algún día, pues como lo dijo Rafael Moneo “el destino de los edificios es cambiar”.

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, y en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998.

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