El mundo gira y gira, al ritmo de un universo que, curiosamente también gira, dentro de un gran equilibrio de fuerzas opuestas y encontradas, -tal como lo estudia actualmente la física cuántica-, que hace que todo se mueva dentro de unas ‘órbitas circulares y uniformes’, como lo señalaran Copérnico y Galileo en la época del Renacimiento.
Así, pues, que muere la reina Isabel II y la reemplaza su hijo Charles III. Y el mundo sigue girando, mientras por encima de todo el derecho que el ser humano ha construido para preservar la paz y la vida dentro de una coexistencia pacífica, surge la fuerza de la guerra implacable, dirigida por un ser realmente opaco, que ha asimilado en su vivir las enseñanzas dictatoriales, omnímodas y asesinas de los viejos zares y los tiranos soviéticos. Putin, Vladimir Putin, mata, destruye, altera la economía mundial y amenaza con la destrucción brutal que ocasione una gran guerra mundial, en el poder de sus manos, todo inicialmente contra un pueblo pacífico cuyo único pecado es el de querer su propia independencia: Ucrania. Y nada puede hacer el mundo para reprimirlo.
Todo ese endriago dizque nació de la ‘democracia’ soviética, hoy repetida a la manera capitalista, pero manejada por los mismos atropelladores a la manera de ‘Iván el terrible’.
Vaya una diferencia con lo que es la verdadera democracia inglesa, aun con instituciones como la monarquía que nosotros repudiamos con convicción, pero que admiramos al golpe de los sucesos que van marcando su historia. El señor Boris Johnson, líder del partido conservador en la fase final de la vida de la anterior soberana, llega al poder por nombramiento que le hace ésta después de un triunfo de su partido en las elecciones. Johnson activo, siempre en movimiento como aquel universo que enunciamos antes, pierde el poder porque su ministro Chris Pincher gustaba de manosear a los hombres con unas cuantas ginebras encima y porque subió los impuestos en el campo de la clase media. Cayó sin remedio.
Lo sucedió con los mismos procedimientos de la democracia parlamentaria, una dama joven, Lyz Truss. Fue ella la que tumbó a Johnson espectacularmente. Y el rey Charles, en cumplimiento del Bill of Rights, nombró a la Truss para conformar un gabinete. Ella lo conformó con apremio; pero ha sido la Primera Ministra de más corta duración en el alto cargo. Porque igualmente tocó los impuestos y los bajó, entendiendo con la tesis de Keynes que si la gente dispone de dinero puede comprar y así no hay recesión. Mas el cuento funcionó en los años treinta, no ahora.
Lo que sigue es que hoy, con las mismas reglas, sube al poder Rishi Sunak, un hindú nacido en Inglaterra. Brillante figura de 42 años, atlético y de porte arrollador, archimillonario él al igual que su mujer Akashata Murty, así mismo hindú de origen, y frente a los cuales el rey es una especie de pobretón.
Pero la democracia impera. El rey lo nombra -tiene que hacerlo- y toma posesión. Ha triunfado en un país al que los hindúes odiaron y se independizaron. Y los ingleses, en cierta forma también los odiaron a ellos. Es como una especie de venganza de los tiempos, porque no se puede olvidar que Churchill en la plena grandeza de su vida, refiriéndose al más grande de los hindúes de todos los tiempos, el Mahatma Gandhi, dijo de él que solo era “un simple faquir en calzoncillos”.