La conversación con Adriana Cely comienza con varias horas de retraso a la acordada: las 12:30 p.m. en el asiento trasero de un vehículo de transporte particular, rumbo al Parque Nacional, lugar donde un día como hoy, hace siete años (2012), su hermana, Rosa Elvira Cely, fue brutalmente agredida, violada, empalada y abandonada por su compañero de estudio, Javier Velasco, en cercanías del río Arzobispo.

El caso de Rosa Elvira es reconocido como el feminicidio que impulsó la creación de la Ley 1761 de 2015, que lleva su nombre y condena como un delito autónomo a todos los asesinatos de mujeres por su condición de género en Colombia.

El retraso de Adriana, explica, se debe a la labor que ejerce en la Secretaría Distrital de la Mujer, pues “los casos de violencia contra las mujeres pueden darse en el momento menos esperado”, tal y como sucedió con su hermana en la madrugada de aquel trágico 24 de mayo. No lo menciona, pero es evidente que sacrificó su hora de almuerzo para cumplir la cita.

—Tenía preparado todo para vernos a las 10:00 a.m., pero se nos presentó el caso de una mujer que sigue siendo amenazada por su expareja a pesar de que tiene medida de protección—.

Durante el camino relata que desde la muerte de Rosa Elvira y la captura y judicialización de su victimario, la vida le dio un giro de 180  grados.

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—Antes de esto yo tenía una boutique y trabajaba como diseñadora. No tenía idea de lo que era un feminicidio. Luego de enfrentarme a esta situación tan compleja, tomé la decisión de estudiar trabajo social. Ahora soy feminista, activista, trabajé en el proyecto de ley y hago parte de muchas organizaciones que velan por los derechos de la mujeres. Con el libro, que lleva el nombre de mi hermana, hacemos una campaña pedagógica con la que enseñamos a la sociedad a comprender este delito y respaldar a las víctimas—.

Tras un viaje de unos 20 minutos llegamos al lugar en el que ocurrieron los hechos, donde reposa un monumento en honor a Rosa Elvira.

La conductora del vehículo, un poco sorprendida, se niega por un instante a quitar el seguro. Mira por el retrovisor a Adriana y confiesa: “No puedo creer que usted sea la hermana de Rosa Elvira, solo le quiero decir que su muerte marcó mi vida. Cuando yo tenía nueve años casi fui violada por mi vecino y le conté a mi mamá, pero ella me dijo que me quedara callada”.

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Cae la tarde en la capital y entre vacilantes apariciones de sol y lluvia los primeros botones del rosal que rodea el monumento de Rosa Elvira prometen su florecimiento exitoso en pocos días.

—Parece que se abren por esta época para recordarnos que en este lugar pasó algo que no podemos olvidar—.

¿Lo que pasó con la conductora le sucede a menudo?

Todo el tiempo, el caso de mi hermana tocó a muchas personas y de eso me doy cuenta cuando vengo aquí y encuentro cartas, flores y detalles que las personas le dejan.

Un día que terminé de hacer una grabación y me quedé sola, llegó un muchacho y lo vi ahí frente al monumento como orando, como pidiendo algo, dejó una hoja escrita y luego se me acercó y me preguntó que si yo la conocía y le dije que era mi hermana. Me dijo llorando que él se había sentido muy mal por lo que pasó, se sentó un rato a mi lado y me compartió su historia.

¿Qué significa este lugar para usted?

La primera vez que estuve aquí fue ocho días después de lo sucedido, a cuatro días de la muerte de mi hermana en el hospital a causa de una peritonitis crónica generada por el empalamiento.

Vine para hallar las respuestas y empecé recogiendo los materiales probatorios que no pusieron dentro de la cadena de custodia. Aquí encontré sus zapatos (señala con sus manos), aquí el pantalón, aquí su collar y aquí un esmalte. Más allá estaba el chaleco de la moto de Javier Velasco, a pocos metros de donde comenzó el ataque y desde donde la arrastró para dejarla al pie del árbol, donde la encontraron.

Posteriormente, seguí viniendo y me mareaba, se me bajaba la tensión, se me tapaban los oídos, era terrible para mí. Pero en la medida que fui reparando la memoria de mi hermana, este espacio se fue convirtiendo en un lugar de paz. Vengo frecuentemente a hacer charlas con estudiantes o cada vez que necesito limpiar y volver a empezar.

Mayo tiene que ser un mes complejo

Claro, en mayo sucedió todo, en mayo es el Día de la Madre, el último día que estuvimos reunidos con ella como una familia. Pero también en mayo, en este lugar, florecen las rosas, y eso tiene un significado importante en el tema de conmemoración, no solamente del caso de Rosa Elvira, sino de todas las víctimas de feminicidio, de mujeres que están desaparecidas, de otras que sobrevivieron y de los huérfanos que dejaron las que ya no están.

En estas fechas nos sumamos siempre con actos artísticos, pedagógicos y de información, también para exigir al Estado que estos lugares dejen de ser un peligro para las mujeres y propicios para que vulneren nuestros cuerpos.

¿El asesinato de Rosa Elvira marca un precedente?

Tristemente podría decir que sí. Todos fuimos hechos para algo y puede que este era el propósito de su vida, algo injusto, porque ella sufrió mucho para salir adelante con su hija y terminar sus estudios, y cuando por fin todo se le empieza a dar, pasó esto. Por eso no podemos olvidar que su caso nos dio muchas herramientas y nos mostró muchas cosas.

¿Conserva algo de ella?

Su hija, Juliana, que ahora tiene 19 años. Pero tampoco es que yo viva su ausencia porque la siento siempre a mi lado, es como si solo estuviera de viaje. La veo todo el tiempo en sueños como un ser de luz y eso me da fuerza. El hecho de ayudar a otras mujeres es como si la estuviera ayudando a ella.

¿Cuáles fueron los momentos más difíciles de este proceso?

Hay tantos. El primero fue enfrentarnos a lo que era un empalamiento.
Luego darnos cuenta de que la muerte de Rosa se hubiera podido evitar porque este señor ya había matado a una mujer en 2002, había abusado de una trabajadora sexual en 2008, pero también había violado a sus propios hijos e hijas, y no sabemos a cuántas mujeres más que no pudieron denunciar.

Él debería haber estado pagando esos delitos, no afuera representando un peligro para mi hermana y otras mujeres.

Ver que en la audiencia de imputación de cargos él se reía de todas las cosas que nombraban. Encontrar una carta en su casa donde decía que él la amaba, como justificando que prefirió matarla porque no iba a ser de él.

Fueron muchas situaciones, pero la última que quiero mencionar fue la que se dio a raíz de la demanda que interpusimos contra el Estado. Cuando un abogado de la Policía salió a decir que él no entendía cuál era la afectación a terceros si la víctima ya se murió.

¿Cree que esto sigue pasando?

Después de siete años te puedo decir que sí, y es lo que más me indigna. Los funcionarios públicos no están capacitados para atender los casos, para salirse de sus prejuicios y dejar de culpar a las mujeres por lo que les pasa, las revictimizan. Sigue pasando con las Comisarías de Familia, la Policía, los fiscales, porque todavía no tenemos especialistas con enfoque de género.

¿Hubo justicia en el caso de Rosa?

No, y no podemos llamar justicia a tener a una persona detrás de las rejas. Por otro lado, Javier Velasco no está pagando una condena ejemplar que evite que esto se repita. De los 48 años que recibió por todos los delitos que cometió, incluido el feminicidio de mi hermana, podría llegar a pagar solo 18 años porque tiene beneficios, ya que la Ley 1761 solo se creó hasta el 2015 y esto ocurrió en 2012.

¿Y con la Ley ya hay justicia?

La Ley nos dio muchas herramientas, como en el caso de la niña Yuliana Samboní, por ejemplo, que se logró condena de 58 años sin beneficios.
Marcó un antes y un después en Colombia, solo con poner en el contexto judicial lo que es un feminicidio y cómo se configura. Para mí es impresionante ver la cantidad de universitarios que llevan el tema de género como tesis, eso es un gran logro, porque los jóvenes son los más interesados en hablar de esto gracias a la creación de la Ley. Vamos por buen camino, pero Colombia avanza muy lento, nos falta a nosotros como sociedad despertar un poco más.

¿Conoce otros casos?

El de Lady Johana Morales en Cali, (cuyo cuerpo fue hallado en enero pasado en un canal de aguas residuales), me estremeció mucho por el hecho de que se pusieron en tela de juicio muchos factores. Sería muy importante que no olviden este hecho y que tal y como aquí queremos crear un espacio de memoria para las víctimas de feminicidio, allá lo hagan con esta mujer. También el caso de la chilena Ilse Ojeda en Santander, por el nivel de sevicia y cinismo del victimario, que se quiso hacer pasar por enfermo mental.

En el Parque Nacional hay una placa que lleva inscrito un poema que Adriana escribió para su hermana. Justo cuando está frente a la lámina su celular suena varias veces, señal de que hay que regresar al trabajo, para seguir buscando que se cumplan esas líneas que cierran su escrito y que son una consigna de vida: “imploramos justicia para que ni una rosa más sea herida”.

Poema: ¡Ni una rosa más!

”Niña que recorrió paisajes de vastas fantasías
Que luego de pocas historias cumplidas
Un intruso entró en su vida y con traiciones de su dolor se satisfacía.
Pero como toda una guerrera, la niña su valor fortalecía
Y aunque coraza y fuerza tenía
También fueron víctimas del flagelo ese día.
Cuerpo malherido, humillado y cuestionado Como si fuera indigno o delito ser mujer y estar perdida. La luz de tus ojos ya se apaga
Sólo tu mente y tus recuerdos te sostienen por un día de aquel dolor que tú sufrías.
Tu madre llora, tu hija sufre los golpes de la vida Imploramos justicia
Para que ni una rosa más sea herida”.