El tarotista vallecaucano Alberto Garcés lo dice sin tapujos, con esa sinceridad desmedida que refleja en sus ojos: “la verdad es que el tarot sale una parte, como un 70 %. No puedo decir que sale todo pues sería yo un adivino y no lo soy. No es que yo vea cosas ni nada por el estilo, solo interpreto símbolos”.

Vea aquí el Horóscopo 2019 del tarotista Alberto Garcés

Esos símbolos que aparecen en las cartas del tarot y que él ha estudiado desde que tenía 12 años de edad, le han revelado, a veces, cosas terribles. Como la vez en que uno de sus mejores amigos y socio en una tienda de arte, que vivía en Santa Marta, no aparecía.

Alberto decidió consultar las cartas y salió en una de ellas la figura de un hombre acostado. “Yo me horroricé. Supe que Carlos había fallecido. Todo el mundo lo buscaba y le dije a una amiga: ya no lo busquen más. Carlos está muerto. Lo vi en el tarot”.

A las pocas horas le confirmaron el fallecimiento de su amigo por un problema del corazón, en el propio apartamento donde él vivía.

¿Hay manera de evitar que suceda lo que aparece en las cartas?

“Algunas veces”, responde el palmirano, sentado en la mesa de comedor de su confortable apartamento, al oeste de la ciudad. Por ejemplo, comenta, en una ocasión a un consultante le salió en las cartas un accidente por problemas en su carro. Él, atendiendo el mensaje del tarot cambió de vehículo.

Cuando regresó nuevamente a consulta le comentó a Alberto que, efectivamente, tuvo el accidente, pero que si no hubiera sido por el cambio de vehículo por uno más fuerte no se hubiera salvado. “Estos son casos en los que quedo muy contento si ayudo a través del tarot”, dice Alberto dejando asomar una sonrisa.

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Alberto Garcés, al igual que el año pasado, invirtió varios días de diciembre con el fin de elaborar el horóscopo, de manera exclusiva, para El País.

Para ello, comenta, “le tiro a cada signo el tarot. Son doce echadas de cartas y se las interpreto a cada signo para hacer los pronósticos”.
Cada signo zodiacal, continúa Alberto, tiene una representación en el tarot con una carta. Entonces uno saca la carta del signo que va a analizar. Por ejemplo, Virgo es la carta de El Ermitaño y enseguida se tiran diez cartas por cada aspecto que uno quiera saber: salud, economía, amor... Según las cartas que salen se sabe qué dicen en cada plano a analizar y así se va construyendo todo el horóscopo”.

Aclara el tarotista que hay elementos fijos, año tras año, como el metal, la piedra preciosa y los aromas que más convienen a los nacidos bajo cada signo. En cambio, los números de la suerte sí son cambiantes anualmente. “En mi caso, estos números los saco al azar a través del tarot. Todas las cartas tienen número. El mundo es numérico, nosotros somos número: tenemos presente el día y el año en que uno nace, nos identificamos con la cédula que es un número, funcionamos con números”.

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Con más de 40 años leyendo el tarot, Alberto Garcés cuenta que siempre ha trabajado agendado, por citas que se solicitan telefónicamente. Varias décadas atrás atendía desde las 8:00 a.m. y a cada hora un consultante, en casas gigantes. Tenía secretaria, chofer, empleados. “Vivía era para sostener una plantilla de empleados”, asegura.

Los tiempos cambiaron y su crecimiento espiritual también. Hoy no vive bajo la presión del tiempo, la gran mayoría de sus consultantes son amigos de hace 40 años, atiende en su pequeño apartamento solo a una persona al día y su lectura de tarot, más que un acto de predicción se ha convertido en una terapia. “Noté que a las personas les gusta venir acá. Vamos a hacer la terapia, me dicen. Ellas se escuchan así mismas, cuentan lo que no le cuentan a nadie. A través del tarot se descubre el miedo, los temores ocultos, la persona se dinamiza con conceptos reales, se le empequeñecen sus problemas y se les acrecienta el potencial que tienen fuerte.

Todo tipo de personas vienen aquí: políticos, empresarios, señoras, señores, jóvenes. Si el grado de confianza es grande ya es una tarde de café con pandebono o té, se hace la charla, la lectura del tarot. Me visitan, yo los estimulo, les hago terapia y a la vez me pagan y compartimos como amigos”.

Ahora el tarot, agrega Alberto, lo estoy direccionando para ayudarles a las personas hacia la búsqueda del crecimiento espiritual, que vivan en paz, que dejen las carreras, les hablo sobre la muerte, pues casi todos pensamos que nunca nos va a llegar, es aterrizar a la persona, es como hacerle un masaje al espíritu, al alma. Direcciono lo que hago a un nivel terapéutico, de darle mucho entusiasmo al consultante y relajarlo para que siga enfrentando los problemas de la vida diaria”.

Esa ‘terapia’ le puede durar a las personas tres meses, a otras un año. Unas más quieren volver a los pocos días. A estas Alberto se ve forzado a decirles: “no, no pueden venir tanto, esto no es tan seguido”.

El diseñador de moda está agradecido con Dios y con los consultantes por poner su granito de arena para “lograr consolidarme como tarotista”. Y reitera que su lectura de cartas se volvió más una sesión de consejería, de prestarle atención a la persona, sin estar corriendo, sin interrupciones del celular o porque toquen a la puerta. “Yo respeto al consultante, si de pronto hay algún inconveniente le explico y le dedico toda la tarde. Si se van tres horas no importa. Yo quiero este trabajo, me gusta hacerlo bien. Me encanta ver que la persona llega alicaída y se va con sus hombros erguidos y la mirada brillante”.

A veces no hace caso

Cuenta Alberto Garcés que en ocasiones hay consultantes que no hacen caso a los mensajes que les envían las cartas.

Como un joven al que las cartas le advirtieron que no hiciera un negocio similar al de la pirámide DMG.

Al cabo de un tiempo llegó donde Alberto a comentarle que estaba en líos judiciales por haber emprendido ese tipo de negocio.

Alberto mismo a veces ha hecho caso omiso a las cartas. Como en aquellos tiempos en que tenía empleados y el tarot le advirtió que lo iban a traicionar.

¿A mí quién me puede traicionar? Lo único que me puede pasar es que me roben una plata que tengo en una alcancía, se decía.

Así que se fue a pasear a Santa Marta. Cuando regresó, “preciso, llegué y me habían saqueado la alcancía”, relata riendo.