Este jueves en la noche se presentó en la Plaza de Toros de Cañaveralejo el cantante argentino Andrés Calamaro. Noche de rock, tangos y epifanías.
Tratándose de Calamaro hay que ponerlo todo en términos literarios: su concierto fue más que un concierto, fue un conjunto de epifanías. Hacia las 8:45 p.m., salió al escenario, hizo un gesto de saludo con la manos y la música empezó. En la quinta canción dijo: ni siquiera Keith Richards viene a Colombia y trae su propia yerba, y sacó una bombilla de mate y bebió. Empezó con A los ojos y siguió con El salmón y Crímenes perfectos. Luego, en la séptima canción presentó a la banda y saludó a los asistentes a su concierto con otra epifanía: "Cali, en esta noche plateada por la luna que alumbra mi cigarro, dijo. Hacia la mitad del concierto, bajo una luz blanca, serenó la dureza del rock y cantó dos tangos: 'Melodía de arrabal' y ' Jugar con fuego'. Lo hizo con el acento fuerte y marcado de la voces de los tangueros, golpeteando el piso con el talón y acompañado por el piano. Abajo y en las graderías había un cántico, voces que repetían: Andrés, Andrés, Andrés. La última epifanía se dio cuando dijo: estoy agradecido con esta tierra, y de un modo simbólico, arrodillado, besó el tablado. Luego vinieron los clásicos del argentino: Sin documentos, La flaca y Paloma. Siete mil personas las cantaron hasta el fin. Sus seguidores vieron a un Calamaro incansable con más de 50 años bajo una pantalla en la que se proyectaban imágenes de su juventud. El cántico seguía. Al final, después de 21 canciones y más de dos horas, dijo: es verdad, Cali es la sucursal del Paraíso. Sí, tratándose de Calamaro, hay que ponerlo todo en términos literarios.