"Salida para La Nave, Siloé, La Sirena, Brisas de Mayo... Va por toda la Calle Quinta, Parque del Perro, El Estadio, Pascualito, Pascualito…”, anuncia a todo pulmón Felipe, un pregonero de rutas de camperos que trabaja en una de las esquinas del Parque Santa Rosa, exactamente en la de la Carrera 10 con Calle 11.

Tiene unos 30 años y porta un tapabocas en la garganta porque asegura que si se lo coloca en la boca nadie lo va a escuchar ya que su voz la debe sobreponer al ruido estridente de los carros, del tráfico vehícular y de otros vendedores, como el de chontaduros, con quien compite en la misma zona al momento de promocionar sus “productos y servicios”.

Felipe es amable, quizás por eso, pese a que no use correctamente el tapabocas, las mujeres que se suben a las gualas aceptan que les abra las puertas de los vehículos, les cargue las bolsas que traen y les de la mano para ayudarlas a subir a ellos. La recompensa por su trabajo son monedas que les regalan los pasajeros o los conductores de los ‘yipetos’.

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María Hormiga es una de las usuarias de las gualas a quien Felipe ayuda a subir a una de ellas. La mujer trabaja en el Centro aseando el baño de una oficina y vive en Siloé, por lo que para llegar a su casa le sirve cualquier campero que pase por la glorieta de ese barrio de la ladera de Cali. Sin embargo, es selectiva al momento de escoger el vehículo en el que se va a movilizar y por eso no se montó en el primer ‘jeep’ que pasó, ya que iba muy lleno.

“El servicio de los camperos es bueno, pero a veces los conductores quieren meterle mucha gente a las gualas y no hacen respetar el distanciamiento entre los pasajeros. Cuando quieren llevar más personas de la cuenta, yo sí les digo que es peligroso porque estamos en tiempos de pandemia y toca cuidarnos, pero ellos hacen caso omiso e, incluso, hay algunos ayudantes de los choferes a los que les da risa lo que digo”, expresa María.

La mujer aborda una guala roja que adentro lleva 7 pasajeros y entre los que no existe el distanciamiento de 1 metro estipulado la Resolución 677 de 2020, por medio de la cual se adoptaron los protocolos de bioseguridad para el sector transporte durante la emergencia del Covid-19.

A camperos como este ‘yipeto’ rojo -que mide cerca de cinco metros- le caben 13 pasajeros: dos adelante, cinco en cada lado y uno más en el centro (sin incluir a las personas que se van colgadas afuera del ‘jeep’, que suelen ser tres). De acuerdo a la Resolución 677 de 2020, este vehículo -y en general los que prestan el servicio de transporte público- deben circular con un aforo del 35 % en promedio, o el que sea necesario para garantizar el distanciamiento de 1 metro entre pasajeros, lo que para el caso del ‘yipeto’ rojo corresponde a 5 personas.

Esa guala es conducida por Leonardo Puertas, un hombre de 48 años que desde hace nueve años trabaja como motorista de estos vehículos, y quien pese a que vive con un “temor latente” de contagiarse con coronavirus, dice que se ve obligado a trabajar para mantener a su esposa y dos hijos. Porque en este oficio el pan se gana cada día, o cada dos días, ya que debido a la reducción de pasajeros por la pandemia, la empresa para la que trabaja le está asignando turno a los motoristas cada dos días y ya no todos los días.

“El trabajo está duro. Antes yo me ganaba al día entre $40.000 y hasta $80.000, pero ahora lo que más gano son $30.000. Por eso es que a veces, sobre todo en las horas pico, nos toca llevar sobrecupo -de hasta 10 pasajeros- para compensar la poca demanda del resto de la jornada. De verdad que no es rentable estar moviendo 5 personas por cada viaje. Imagínese: un pasaje vale $2200 y solo el combustible cuesta $8000 por vuelta”, comenta Leonardo.

El hombre cubre en su guala dos rutas o “vueltas”. La primera es un circuito comprendido entre la vereda La Sirena y Cosmocentro y, la segunda, entre esa vereda y el Parque Santa Rosa. Su ‘jeep’ está afiliado a Coontransol, una de las 7 empresas que trabajan en la zona de ladera de Cali y que juntas tienen cerca de 500 camperos, que antes de la pandemia movilizaban aproximadamente 50.000 pasajeros al día; mientras que ahora, con 180 vehículos operando, mueven unas 17.000 personas según cálculos del gremio.

“Estamos trabajando casi a pérdidas y por eso las cooperativas estamos prácticamente al borde la quiebra. ¿Sabe por qué salimos? Porque si no lo hacemos la ciudad se va a seguir llenando de más carros piratas y motorratones... Es que usted no se imagina cómo aumentó la informalidad con la pandemia: ahora una persona desempleada que tiene una moto o un carro se la está rebuscando transportando pasajeros”, dice Álvaro Lara, gerente de Transportes La Estrella, que tiene 70 ‘jeeps’, pero ahora solo está operando con 22.

Los conductores de las gualas que lleven más del cupo permitido por la pandemia, se exponen a ser sancionados con un comparendo por el Código de Policía que vale $934.000.

Preocupan gualas en el Oriente

Si en la ladera algunos camperos se ven obligados a llevar más del cupo permitido para compensar la prestación del servicio, en el oriente de la ciudad, la situación es más crítica aún. El País hizo un recorrido por la Avenida Ciudad de Cali, desde el barrio Ciudad Córdoba hasta Manuela Beltrán, en el que pudo evidenciar que muchas gualas circulan con el 100 % de su capacidad y llevan pasajeros que no portan el tapabocas, elemento que es de uso obligatorio.

Diego Ocampo, representante legal de la cooperativa Cootransantahelena -una de las 12 empresas que operan en ese sector con 800 vehículos- asevera que esta es una problemática que se está presentando, principalmente, en camperos que no están afiliados a ninguna empresa de transporte.

“Pero, en general, las cooperativas nos estamos tomando muy en serio los protocolos de bioseguridad. Los motoristas, por ejemplo, deben usar obligatoriamente tapabocas y portar alcohol o gel antibacterial para desinfectarse las manos, así como desinfectar el carro cada vez que salen a hacer una vuelta”, explica Ocampo.

Sin embargo, para la infectóloga María Virginia Villegas estas medidas son “insuficientes” si de prevenir el contagio del coronavirus se trata.

“Sabemos que el covid viaja en las gualas, así como en otros sistemas de transporte público. Por eso lo ideal es que las personas traten de conservar un distanciamiento de dos metros al interior de los vehículos, pero como sabemos que esto es difícil de poner en práctica, la recomendación es que los conductores desinfecten con alcohol los asientos y las manijas de los camperos cada vez que recojan un pasajero, al cual también deberían exigirle que se frote las manos con este producto”, indica la médica.

Para William Vallejo, secretario de Movilidad de Cali, el cumplimiento de los protocolos de bioseguridad en las gualas y, en general, en los demás sistemas de transporte público, más allá de ser un tema de control es un asunto de “autocuidado”.

“Si yo veo que el vehículo está lleno, pues por mí salud y la de mis seres queridos no debo abordarlo. Nosotros hacemos controles, pero hay momentos del día en que la demanda de pasajeros es tan alta que desborda cualquier nivel de operatividad, no solo de los agentes de tránsito sino de la Policía. Insisto, la responsabilidad de cuidarnos es individual”, subraya Vallejo.