Entre Colombia y Perú hay una herida de 200 años que sigue abierta en pleno 2025: el Amazonas. Esta selva tropical, la más grande del mundo, ha sido motivo de disputa desde los tiempos coloniales. Un famoso meme que circula estos días lo resume así: “No hay mayor prueba de que dos países sean hermanos que una pelea por un lote”. El ‘lote’, claro, es el pulmón del mundo.
La escaramuza más reciente es por la Isla Santa Rosa, donde habitan unos 2.500 peruanos. El pasado 12 de junio, el Congreso de Perú aprobó la creación del distrito de la isla, que ya tiene alcalde: Iván Yovera. De inmediato, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, protestó. Aseguró que Perú se había apropiado de un terreno que, hasta ahora, no ha sido oficialmente adjudicado a ningún país.
Desde entonces, el tema ha sido instrumentalizado políticamente —el candidato presidencial Daniel Quintero instaló una bandera colombiana en Santa Rosa, lo que caldeó los ánimos—, mientras se ignora el problema de fondo: Leticia, la capital del Amazonas en Colombia, podría convertirse en un pueblo fantasma.
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Al teléfono está William Pedroza, internacionalista y experto en asuntos limítrofes. Como si se tratara de una clase de historia, William se dispone a explicar el largo conflicto entre Colombia y Perú por el Amazonas. Todo se remonta a los tiempos de la Colonia, dice.
Originalmente, la selva amazónica pertenecía al Virreinato del Perú, según disposición de la Corona española. Años después, con la creación del Virreinato de la Nueva Granada que abarcaba Colombia, Panamá, Ecuador, Venezuela, el norte de Perú y Costa Rica, surgió una disputa por un territorio conocido como Maynas, hoy departamento de Loreto, en Iquitos, Perú.
Al comenzar el siglo XIX, España en teoría decide que ese territorio volvería al Perú, pero no hay documentos que lo prueben. Así quedó el asunto hasta el nacimiento de las repúblicas. Y como suele suceder, los debates que no se dan a tiempo se devuelven en contra.
Tras la independencia en 1810, las nacientes repúblicas adoptaron el principio de ‘uti possidetis juris’, un mecanismo del derecho internacional que mantenía las fronteras tal como estaban en tiempos coloniales. Sin embargo, Colombia, Perú y Ecuador siguieron reclamando partes del Amazonas. En 1828, de hecho, estalló la guerra grancolombo-peruana.
– Ya en el siglo XX, después de perder Panamá en 1903, Colombia comenzó a mirar con más atención sus fronteras –dice William–. La disputa con Perú por el Amazonas dio paso a una seguidilla de tratados que intentaban conjurar las disputas, todos fallidos: el Pardo-Tanco (1904), el Velarde-Calderón (1905), el Modus Vivendi (1905), el Porras-Tanco Argáez (1909) y el Tesanos Pinto (1911). En cambio, siguieron las guerras entre ambos países, como la de La Pedrera en 1911: en el Caquetá, pelearon la posesión del Amazonas.
No fue hasta 1922 cuando, tras décadas de tensión, se firmó el Tratado Lozano-Salomón en Lima. Este fijó la frontera en el río Putumayo y dio a Colombia acceso al Amazonas por Leticia. Perú, que buscaba un aliado en su guerra frente a Chile, aceptó. Sin embargo, muchos peruanos no estaban de acuerdo con la decisión. Lo llamaron un “acuerdo entreguista”, que los perjudicaba. En 1932, ciudadanos peruanos ocuparon Leticia y derribaron la bandera colombiana. El nuevo conflicto se resolvió en 1934 con el Protocolo de Río de Janeiro, con Brasil como garante.
– Ese tratado incluyó la asignación de islas en el Amazonas –continúa William–. Perú recibió Tigre, Cotos, Zancudo, Cacao, Serra, Yajuma y Chinería; Colombia obtuvo otra isla Zancudo, Loreto, Santa Sofía, Arara Ronda y la isla Leticia. Una comisión binacional debía seguir reuniéndose para asignar las nuevas islas formadas por la dinámica fluvial, pero nunca volvió a hacerlo. De ahí la disputa actual.
En los años 60 y 70, entonces, el río Amazonas, serpenteante, llevó arena de un lado y del otro y creó una nueva isla al sur de Chinería: Santa Rosa. Perú la ocupó sin acordar nada con Colombia. Instaló alcaldía, policía, colegio, muelle, registraduría. Colombia no protestó. No hubo reclamación, pese a que el tema estaba sobre la mesa desde los años 90.
– Es como si alguien ocupa una casa deshabitada, la remodela, pero sin tener las escrituras. El error de Perú fue apropiarse sin negociar. Pero el error mayor es de Colombia, que durante décadas no hizo nada –concluye William.
No es un asunto menor. Leticia enfrenta hoy un desafío crítico: se está quedando sin río. Los brazos del Amazonas que la bordean se están secando por la sedimentación. El agua arrastra partículas sólidas que se depositan en el fondo, formando capas de lodo y reduciendo el caudal. Hoy, el muelle flotante de Leticia pasa la mayor parte del año en tierra. Es decir: es un muelle inservible.
Santa Rosa, en cambio, se ubica ahora en la parte más profunda del río. Esto amenaza con dejar a Leticia sin acceso directo al Amazonas, obligándola a depender de la infraestructura peruana para el comercio, el transporte y el abastecimiento de alimentos y mercancías.
– La única salida es diplomática. Hay que renegociar con Perú, explorar soberanía compartida, como en la Isla de los Faisanes entre España y Francia, donde por un periodo gobierna un país y en el siguiente periodo el otro, o establecer un régimen común, como el que tienen Colombia y Jamaica en el Caribe. El riesgo es que este conflicto se repita en otras zonas si no se actualizan las fronteras en ríos meándricos como el Amazonas – dice William.
Pero el problema no es solo diplomático. Hay otra amenaza que transforma el mapa del Amazonas: el cambio ambiental.
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Santiago R. Duque es profesor del Instituto Amazónico de Investigaciones Imani, en la Universidad Nacional de Colombia. Ha estudiado lo que viene sucediendo con el río en Leticia.
Además de la sedimentación, el Amazonas, comenta, ha sufrido cinco sequías extremas en los últimos 17 años. La deforestación sin control, por otra parte, acelera el proceso natural de sedimentación. Para Santiago, la geografía del Amazonas ya cambió por estos y otros fenómenos por lo que Perú, Colombia y Brasil deben redefinir lo acordado en 1922.
– Un estudio de 2006 propone una solución: realizar obras 20 kilómetros río arriba de Leticia, en el estrecho de Nazareth, para redirigir el caudal del Amazonas hacia los brazos colombianos. Esto ayudaría a Colombia, que ha perdido caudal, y también a Perú, porque el flujo fuerte por el brazo peruano está erosionando su ribera. Pero cualquier intervención debe negociarse, porque el río es de ambos países –advierte Santiago.
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El abandono estatal colombiano en el Amazonas no es solo diplomático. La bióloga Dolors Armenteras, desde Barcelona, en España, lo explica en audios de WhatsApp:
– En el Amazonas hay pérdida de control territorial y debilidad institucional, lo que ha generado una degradación ambiental persistente. Muchas áreas están ocupadas por economías ilegales transfronterizas. Esto compromete la seguridad de las comunidades – comenta.
En un reciente artículo publicado en Razón Publica, la profesora Dolors desmiente, por cierto, las cifras optimistas que ha dado el gobierno actual sobre su gestión por el Amazonas.
Según el Ideam, 2024 tuvo la segunda cifra más baja de deforestación registrada. Pero en el Amazonas, la pérdida de bosque aumentó un 74%, con 113 mil hectáreas destruidas.
En su artículo, la profesora Dolors escribió:
“Este aumento de la deforestación obedece al regreso de la sequía y a factores persistentes como el acaparamiento de tierras, la ganadería extensiva, los cultivos ilícitos, la minería ilegal y la expansión vial sin control. Todo impulsado por estructuras criminales que dominan gran parte del territorio tras el Acuerdo de Paz y la pandemia. El Estado ha priorizado titulares optimistas y comparaciones engañosas, en lugar de soluciones estructurales”.
En opinión de Dolors, el reto urgente es frenar la deforestación. En una investigación reciente, encontró el que tal vez sea el camino para lograrlo: cuidar las comunidades indígenas.
Según sus hallazgos, los Territorios Indígenas y las Áreas Protegidas del Amazonas mantienen niveles significativamente altos de conectividad de ecosistemas. “Solo el 16% de la tierra de los Territorios Indígenas y Protegidos está impactada por actividades antrópicas (construcción de represas, deforestación, incendios, minería, explotación de petróleo y gas, y carreteras) en comparación con el 38% en áreas no protegidas”.
El asunto vuelve al mismo punto: el abandono del Estado colombiano en el Amazonas tanto en lo diplomático como en lo ambiental. Si no hay un interés genuino en resolver el caso Santa Rosa y la crisis provocada por la deforestación más allá de sumar réditos políticos y votos, Leticia no solo podría quedarse sin muelle, sin río: también sin país.