El sueño de extraer oro y volverse rico terminó convirtiéndose en una pesadilla para tres mineros que hoy cuentan su historia. Ellos decidieron transformar su vida y dedicarse al cuidado de la naturaleza.
El espejismo de un trabajo fácil, para el cual no se requería experiencia, pero que sí dejaría millonarias ganancias, fue lo que llamó la atención de estas personas que se dedicaron a trabajar en las minas ubicadas en Los Farallones de Cali.
Las minas La Socorro, El Feo y La Pataqueso llegaron a albergar a cientos de personas que buscaban lucrarse con el oro que extraían.
Carlos Adrián Espitia fue uno de los que se dejó llevar por ese espejismo.
En ese entonces estudiaba quinto semestre de Zootecnia, en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, Unad. Sus amigos se habían dedicado a la minería. “Parecía una opción buena porque no era tan difícil, no era tan ilegal y mucha gente lo hacía”, contó.
Poco a poco fue aprendiendo, se dedicó a extraer el material, perforar la montaña y procesar lo que sacaba. Y aunque vivía en Peñas Blancas, corregimiento de Pichindé, al suroeste de Cali, su trabajo y el estudio empezaron a chocar por falta de tiempo.
“Decidí quedarme en la mina. Hoy pienso que la falta de proyección, de no tener metas claras, hace que uno se confunda y se deje llevar por ese espejismo”, señaló.
Pero la vida dentro ese lugar no era como se la pintaban. Hacía mucho frío, abundaba la humedad y las jornadas eran muy extenuantes.
Cuando las autoridades empezaron a luchar contra la explotación ilegal de los Farallones, los arrieros y las mulas que llevaban la mercancía hasta la mina fueron restringidos.
Desde ese momento cada minero tuvo que empezar a cargar al hombro o en la espalda sus propios víveres y elementos para trabajar. Eran cerca de 6, 8 o 12 horas de camino, dependiendo del peso que cada uno llevara.
Espitia recalca que entendía que la extracción de los recursos naturales traía sus consecuencias, pero que nunca imaginó que fuera su propio cuerpo el que las tuviera que padecer.
“Tengo escoliosis dextroconvexa, la columna se me torció y se me giró, las cavidades óseas se me expandieron, los tobillos y las rodillas se me dilataron por cargar mucho peso y por las largas jornadas”, comentó el hombre que trabajaba en la mina El Socorro.
500 personas en una mina
Daniel Collazos trabajó durante cinco años en la mina La Pataqueso. Allí se encargaba de llevar combustible, alimentos y trabajaba dentro de la mina paleando o taladrando.
Cuenta que le fue muy difícil conseguir otro trabajo, por lo que al ver la necesidad de mantener a su familia, tuvo que ingresar a laborar en la mina.
“No era tan fácil conseguir donde laborar. En el campo había ocasiones en que solo trabajaba dos veces a la semana con un pago de $50.000 al día, pero eso no alcanzaba para los gastos de la casa. Mientras que en la mina a veces conseguía y otras no, pero sí tenía fijo el mercado”, insistió.
De la mina recuerda los olores a humedad, a cigarrillo y a berrinche. “La mayoría de los mineros fumaban, ese olor se combinaba con la humedad y con el hedor de los orines de quienes allí trabajaban, ya que era muy difícil salir hasta el baño”, dijo.
A eso se sumaba que cuando utilizaban la dinamita, el aroma también se concentraba y, por ello, siempre al salir de la mina tenían dolor de cabeza.
Collazos señala que las condiciones eran difíciles porque le tocaba dormir en el suelo, llovía casi a diario y ni el impermeable lograba protegerlo.
La Pataqueso fue una de las que más mineros llegó albergar, se estima que fueron más de 500 las personas que allí se encontraban en busca de oro. Ese sitio se convirtió en el complejo de mineral ilegal que más devastó hectáreas en el Parque Nacional Los Farallones.
“Nos enfermábamos de gripa dos veces al mes, pero no podíamos ir al médico, por lo que tomábamos pastillas y aguapanela”, explicó.
El trabajo decidió dejarlo cuando los conflictos con la ley aumentaron, cuando comprobó que ya no era tan rentable y que ni siquiera sacaba para los gastos mínimos de su hogar.
Gracias a la Junta de Acción Comunal de su corregimiento, en Los Andes, conoció la propuesta de convertirse en guardabosque.
“Hoy me siento agradecido, ahora ayudo a rehabilitar la naturaleza”, comentó Collazos.
De los socavones a las charlas ambientales
Lucía Muñoz, nombre protegido, contó que estar en la mina fue un trabajo arduo.
A ella, le tocó cocinar, estar en los socavones trabajando a punta de cincel y porra, y darle hospedaje a algunas de las personas que trabajaban en la mina. Esto lo hizo para poder generar ingresos y sostener a su familia.
“Era el único empleo flexible que me permitía estar con los míos. Llegué a permanecer 15 días seguidos en la mina, pero era muy duro por el frío, la comida y por no contar con los medios para conservarla”, contó.
Muñoz trabajó con cerca de 90 personas. “Por cuestiones de trabajo vi algo fácil y por eso decidí entrar a la mina. Sí, me arrepiento porque en ese trabajo se estaban explotando los recursos naturales, de donde nace el agua, y yo era consciente de ello, pero lastimosamente en ese momento no tenía más opciones y me pagaban inmediatamente”, sostuvo.
Hoy, Lucía lleva ya 10 meses trabajando con el Dagma, gracias a una convocatoria. “Ahora soy guardabosques y me dedico a dar charlas de educación ambiental”, argumentó.
Una alternativa
Al ser testigos de la explotación ilegal, indiscriminada y destructora del medio ambiente en los Farallones, las autoridades decidieron intervenir.
Fue allí donde empezaron a trabajar de la mano con las comunidades locales y la Fuerza Pública para proteger el lugar.
La tarea se intensificó tiempo antes de que la ciudad se convirtiera en epicentro de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad, COP16, la cual tuvo lugar del 21 de octubre al 1 de noviembre de 2024.
Y es que a pesar de sus paisajes, ríos cristalinos y cascadas, un sin número de personas fueron capaces de talar hectáreas enteras de bosque y contaminar con mercurio nacimientos de ríos. Esa amenaza, llevó a que el alcalde Alejandro Eder robusteciera el pie de fuerza encargado de blindar dicha reserva contra la minería ilegal.
Los operativos, a finales de agosto de 2024, llevaron a que la Policía Nacional lograra intervenir, destruir, incautar, y desalojar tres minas ilegales: El Paisa, El Feo y La Patequeso, de las cuales las dos últimas ya habían registrado incursiones de la Fuerza Pública.
En ese entonces se evidenció en El Feo un intento de reabrir el socavón, el cual había sido cerrado en diciembre de 2023 y se frustró la intención de abrir un segundo.
En La Patequeso se destruyeron 10 complejos habitacionales, una cocina, un baño, tres granuladores o molederos e igual número de motores.
En El Paisa fueron destrozados cinco complejos habitacionales, dos motores y varias herramientas para maquinaria.
De inmediato se dio paso al Plan Farallones, el cual contemplaba dentro de sus etapas, recuperar el control en la zona alta del parque y además garantizar la participación de las comunidades en las acciones contra la minería ilegal, vinculando incluso a personas que trabajaban en esta actividad como guardabosques.
Para la integración de la administración distrital, se realizaron varias mesas de trabajo entre las autoridades, de donde surgió la necesidad de brindar una segunda oportunidad para que estas personas tuvieran un sustento.
“En el 2024, con la apuesta del Alcalde, logramos con el Dagma hacer una integración y contratación de más de 20 personas de la zona rural, brindando una segunda oportunidad laboral y sobre todo capacitándolos al crear la Escuela de Guardabosques de la mano del Sena, con técnicos gratuitos en los recursos naturales”, comentó Lina Marcela Botia, subdirectora de Ecosistemas y Umata del Dagma.
Actualmente, son más de 30 guardabosques lo que están divididos en todos los predios de conservación y ecoparques. “Estimamos continuar con el equipo que tenemos lo que resta de esta Administración, ya que estamos cumpliendo con nuestras metas fijadas en el Plan de Desarrollo”, enfatizó.
Hoy la transformación de una parte de la comunidad es evidente, sobre todo porque ellos ya son conscientes que el trabajo real está en defender la naturaleza.