La onda expansiva todavía se siente en las fachadas. Ventanas cubiertas con cartones, techos remendados a la carrera y bolsas llenas de escombros en las esquinas son la huella visible del atentado con un camión cargado de explosivos que estremeció a Cali.

Los restos de vidrio crujen al caminar por la calle. Arriba, en la esquina donde queda el Gane entre la Carrera 8 y la Calle 52, permanece una pequeña virgen intacta, observando la devastación a su alrededor.

Una virgen permanece intacta arriba del Gane. | Foto: Aymer Andrés Álvarez

En el Cipet, Instituto de Formación para el Trabajo y el Desarrollo Humano, William García, director de la institución, calcula que más de 250 personas estaban en clases cuando retumbó la detonación. “La onda expansiva llegó a todos nuestros salones”, relata mientras señala las ventanas rotas en los talleres de sistemas y cocinas, cubiertos de polvo, con lámparas descolgadas y montones de tejas de barro que atravesaron el cielo falso en el segundo piso. No hubo heridos graves, salvo dos personas con problemas auditivos, pero los daños materiales, según sus cuentas, pueden ascender a 100 millones de pesos.

Las ventanas de las salas de sistemas del Cipet quedaron destrozadas tras los atentados terroristas contra la Base Aérea. | Foto: El País

En la esquina de la Carrera 8 con Calle 51, Maricel Ramírez, quien apenas lleva un año en el barrio, recogió los vidrios que cayeron sobre su cama mientras estaba acostada, luego de llegar del trabajo y abrir las ventanas para que le entrara aire.

“Yo no sabía si salir o quedarme encerrada porque decían que iban a detonar otro camión. Me encerré en el baño. Al final salí a mirar, porque uno no sabe qué hacer”, cuenta. Sus mascotas, aterradas, corrieron por la casa. Una incluso se perdió entre el caos.

Negocios con graves daños estructurales. | Foto: El País

Maricel confiesa que pensó en marcharse: “Pero ya pasó esto, toca aguantarse un poquito más”. Luego añade con resignación: “Gracias a Dios no pasó a mayores cosas. Hubo el daño en la ventana, pero hasta ahí no más. Trata uno de descansar y pasar la noche”.

Visita del ministro de Defensa al lugar donde ocurrieron los atentados terroristas contra la Base Aérea. | Foto: El País

El miedo también alcanzó a los comerciantes. Mayerlin Gómez, empleada de un local de venta de muebles, estaba atendiendo a una clienta cuando estalló el camión. “Alcancé a ver que uno de los camiones se estaba incendiando y, pues, yo veía que todo el mundo corría”, recuerda.

Mayerlin Corrió hacia el Super Inter mientras todos gritaban que vendría otra bomba. Ahora, su jefa espera al seguro para definir si podrán volver a abrir: “Los vidrios quedaron vueltos nada, el lavamanos también quedó en el piso, todo quedó vuelto nada”.

Mayerlin Gómez, empleada de un local de venta de muebles, estaba atendiendo a una clienta cuando estalló el camión. | Foto: El País

En la tienda de celulares en la que trabaja Claudia Álvarez, la escena no fue distinta: “Fue un momento de mucha incertidumbre, no poder salir, no poder ver en realidad qué estaba pasando”. Dos de sus compañeros resultaron con golpes al desplomarse partes del techo, pero sobrevivieron. La oficina quedó dañada. “No les puedo negar que hay miedo. Pero yo confío en que esto tiene que cesar, es una guerra absurda que no puede seguir afectando al que va pasando a trabajar, al que tiene su negocio”, agrega.

Partes del techo se desplomaron en la tienda de celulares en la que trabaja Claudia Álvarez. | Foto: Aymer Andrés Álvarez

Los vecinos más antiguos recuerdan que no es la primera vez. Robert Girón, quien vive allí desde hace 47 años, enseña las piezas del carro bomba que cayeron en su antejardín de la Calle 8B, justo detrás del Dollarcity. “No pensamos irnos. No le podemos hacer la gracia al terrorismo”, asegura.

Homenaje del Colegio Militar José Acevedo y Gómez a las víctimas del atentado. | Foto: Aymer Andrés Álvarez

La lista de damnificados sigue. Nora Castro, con 40 años en el barrio y vecina de Robert, había salido de su casa rumbo al Ara para comprar los huevos con los que pensaba preparar un postre.

Comerciantes y residentes resultaron afectados por el ataque terrorista contra la Base Aérea Marco Fidel Suárez. | Foto: Aymer Andrés Álvarez

“Gracias a Dios yo no estaba en la casa”, dice con alivio, a pesar de mostrar múltiples hematomas en sus brazos y señalar las marcas en sus costillas y en la cabeza, pues su vivienda quedó con el cortinero en el suelo, ventanas rotas, escombros y vidrios que los vecinos le ayudan a recoger, además de tejas corridas. En la sala muestra el agujero por donde entró una barra metálica que atravesó desde arriba.

“En el Gane me cayeron esos avisos en la cabeza. La muchacha que atendía quedó adentro, entonces yo pedí auxilio para que la sacaran de ahí, porque eso era un humero, un polvero, una cosa horrible”, evoca.

En medio del caos, Nora, perdió sus gafas y, con asombro, cuenta que los huevos que llevaba en la bolsa ni siquiera se quebraron.

Múltiples techos y ventanas de las viviendas ubicadas en la cuadra trasera de la Carrera 8 quedaron afectados por las esquirlas que se desprendieron tras la explosión en las afueras de la Base Aérea. | Foto: El País

Angie Carretero, en cambio, estaba dentro de su casa con su madre en el momento de la detonación. Después de ver el techo del baño y del comedor en el suelo decidió no dormir la noche del 21 de agosto allí. “Por seguridad física y mental, nos quedamos donde mis suegros. Aquí cayó uno de los cilindros ya explotado”, comenta mientras señala otro hueco en el techo. Su casa también tiene el cielo falso de madera descolgado, lo mismo que varias lámparas. Incapacitada y junto a su novio —con quien trabaja desde casa— confiesa que ya considera seriamente en irse del barrio.