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Reggio Emilia es una cultura de la reflexión que integra educación y democracia para formar ciudadanos, dice el pedagogo sueco Harold Göthson, quien visitó CDIs e instituciones educativas. | Foto: Especial para El País

EDUCACIÓN

‘Reggio Emilia’, una filosofía que educa para la democracia

Harold Göthson, experto sueco en ‘Reggio Emilia’, dictó talleres con la Fundación Carvajal para promover este nuevo modelo que enseña a ser ciudadano.

9 de abril de 2017 Por: Redacción de El País

Harold Göthson es una autoridad mundial en educación, sobre todo en la filosofía educativa Reggio Emilia, que toma su nombre de la ciudad italiana donde surgió este movimiento reconocido mundialmente por su enfoque innovador sobre la educación.

Además de toda una formación como pedagogo, en 1992 conoció el Reggio Emilia durante la primera exhibición mundial que se hacía de esta filosofía, que casualmente fue en Suecia, su país. Göthson, con el profesor Gunilla Dahlberg, Anna Barsotti y tres pedagogos, abrieron el Reggio Emilia Institute de Estocolmo.


¿Por qué es tan importante el Reggio Emilia? Es una filosofía del aprendizaje que acentúa la relación educación y democracia. Es algo así como educar para una sociedad democrática. Se caracteriza porque los profesores y los elementos que usan no aplican para repetir y repetir. Por el contrario, los estudiantes se forman conjugando el verbo proyectar, es decir, cultivando una actitud pensando en su futuro, algo que Göthson define como esencial para nuestro tiempo.

Para centrarse en la relación educación y democracia, base del Reggio Emilia, los estudiantes deben encontrar cuáles son los desafíos que tienen en su contexto social hasta hallar el contenido (de su proyecto) en su vida cercana. “Por ejemplo, en la zona de ladera nos da idea de crear un grupo de niños que viven con carencias, pero los tienes que hacer conscientes de todas las posibilidades de aprendizaje”, explica el educador sueco.

El otro pilar es la educación en valores, pero no de cualquier valor, sino aquellos que los lleven a convertirse en ciudadanos democráticos.
Para ello, los niños, desde muy temprana edad deben tener en cuenta su subjetividad (qué siente y qué piensa él), la diversidad (qué sienten y qué piensan los demás), la participación (donde se valida lo de uno y lo de los otros) y reconocer el aprender como un valor.

Este proceso permite que cada estudiante se forme su propia opinión, pero cuando se está entre pares, esa subjetividad es desafiada. Ellos también van a necesitar relacionarse y comprender que hay distintas posibilidades de entender la realidad, la de cada uno de ellos. El profesor debe agregar otros puntos de vista, como los de los padres de familia, del contenido que se está estudiando, de los libros, etc. Este aprendizaje amplía el campo mental y las perspectivas del niño, en vez de corregirlo.

Reggio Emilia también se fundamenta en los 100 lenguajes o saberes del niño, metáfora que plantea que el niño cuando llega a la institución educativa no es una tabla rasa, sino que posee un cúmulo de saberes y posibilidades para entenderse a sí mismo y a los demás, los cuales debemos potencializar.

Igualmente, educar con este modelo implica no separar los contenidos de lo artístico o de lo estético. “Dimos esta pelea alrededor del mundo y avanzamos, porque se tiende a pensar que el profesor de matemáticas es más importante que el de teatro, o que el de español es más relevante que el de cerámica o fotografía. Para Reggio Emilia no debemos trabajar estos contenidos en forma aislada, sino dejarles usar a los niños diferentes formas de expresión, en forma integral”, explica el experto.

Para ello deben utilizar el lenguaje para podernos comunicar y el objetivo de ponerlos a trabajar en grupo en el proyecto, es que tengan que negociar y sacar sus conclusiones.

Y en todo esto, la pregunta es: ¿dónde está el profesor? Este modelo educativo es documentativo, donde el profesor no es quien domina el debate. En el modelo tradicional se trata de evaluar en forma retrospectiva qué fue lo que aprendieron los niños, mediante los exámenes.

En Reggio Emilia, al contrario, se hace una prospectiva donde el profesor documenta las diferentes ideas que tuvieron los niños, las provocaciones que sintieron, si fue mejor usar cartas o no, o cómo fue cuando discutimos o si les va mejor usando materiales en tercera dimensión.

Toda esta formación apunta a que el niño interiorice una sola palabra: democracia, que es la razón de ser de la escuela, ciudadanía, los valores, que comprendan que cada niño tiene derechos y su propia voz, pero para no encerrarse en su propia opinión, también debe conocer a los otros y la de los otros.

“Esto nos demuestra que en el modelo tradicional hay una contradicción del contenido que se enseña y el niño, porque creemos que enseñar es muy romántico, pero el problema no son los contenidos, sino las formas tradicionales de enseñar, el problema es cambiar las formas de enseñar”, concluye el pedagogo sueco.

El pedagogo cuestionó también las pruebas que se usan para medir la calidad educativa. Esta tendencia internacional a medir y comparar los resultados de pruebas, como las Pisa, que se ha convertido en una cultura muy dominante, pero para los políticos es legítimo para pensar si estamos haciendo lo correcto, pero tienen que tener también un diálogo más vivencial que basarse en gráficos y estadísticos que no dicen mucho.

De Cero a Siempre

La filosofía Reggio Emilia ha resultado compatible con la estrategia del Gobierno Nacional para primera infancia, De Cero a Siempre, cuyos puntales básicos están inspirados en el Reggio Emilia.

Colombia ha dado pasos muy importantes en educación de la primera infancia, con un programa de armonización desde que el niño sale de casa, pasa al CDI, continúa en transición e ingresa a la educación primaria.

En 5 escuelas de Cali y el Valle se hace el piloto nacional de este modelo, basado en la política nacional de 0 a Siempre.

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