Valle
Tierra Blanca Valle: la comunidad que levantó su fe y su fútbol con las manos de todos
En este corregimiento de Roldanillo se conmemoró la historia de la Capilla de la Medalla Milagrosa y el campo deportivo Guillermo Montealegre, dos obras levantadas en minga que se convirtieron en el corazón espiritual y deportivo del pueblo.
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29 de nov de 2025, 03:57 p. m.
Actualizado el 29 de nov de 2025, 04:17 p. m.
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Ignacio Carrillo Soto caminó despacio hacia las placas recién descubiertas, con ese orgullo silencioso que solo sienten quienes han visto nacer un pueblo con las manos de todos.
A su alrededor, en el corregimiento de Tierra Blanca, jurisdicción de Roldanillo, el ambiente olía a gallina sudada, pasto recién cortado y memoria viva.
Era la fiesta patronal de la Medalla Milagrosa, y por primera vez, en mucho tiempo, la comunidad se reunía para celebrar no solo su devoción, sino también los cimientos físicos y espirituales que la han mantenido unida: la Capilla de la Medalla Milagrosa y el campo deportivo Guillermo Montealegre.
Ignacio, uno de los habitantes más antiguos, contaba la historia con ese tono pausado que tienen los que han visto crecer la tierra paso a paso.
Explicaba que las placas no eran solo metal incrustado en una piedra: eran el acto de justicia que el pueblo se debía desde hacía años. “Esto estaba un poco olvidado… no desconocido, pero sí sin reconocimiento”, decía.

El día en que Tierra Blanca decidió recordar
El evento había reunido familias enteras —los Rojas, Los Fernandez, los Ayala, los Palacios, las Valencias, los Llanos, los Monaño, los Sarria—, Ignacio pide disculpas si olvidó alguno, todas descendientes de quienes alguna vez cargaron ladrillos, donaron terrenos o prestaron sus hombros para levantar las dos estructuras más queridas del corregimiento.
Ignacio hablaba y señalaba la capilla, como quien señala su origen. Recordó que hace 29 años, cuando apenas habían terminado las misiones del sacerdote que predicaba bajo una ramada improvisada, el pueblo comprendió que necesitaba un templo.
El altar que habían construido en la Escuela Marco Fidel Suárez ya no resistía más, y el sueño de tener una capilla propia empezaba a tomar forma.
Pero faltaba el terreno.
Entonces apareció el gesto que cambió la historia: Rosa Elvira Carrillo, junto con sus hermanas Ana Silvia, Livia y Edelmira, decidió donar un lote “con mucho cariño”, como repetía Ignacio.
Y a pocos metros de allí, su esposo, don Guillermo Montealegre, entregó la tierra para el futuro campo deportivo. Fue una doble donación que quedó grabada para siempre en la memoria colectiva.

Una minga que levantó a un pueblo
Ignacio recordaba con detalle la minga de construcción: vecinos mezclando cemento, niños alcanzando baldes de agua, el entusiasmo de los que venían desde Cali, desde la política local o desde la misma administración municipal de Roldanillo.
La capilla logró levantarse gracias a una jugada jurídica del entonces diputado Omar Tirado. En aquel tiempo, el Estado tenía prohibido invertir en templos religiosos. Entonces, Tirado se ideó un plan: declarar la obra como “centro cultural y de descanso”, un lugar para las reuniones de mayores, jóvenes y visitantes. Con esa figura legalísima, la capilla se hizo realidad.
Mientras tanto, el campo deportivo recibía 60 millones de pesos en 1996, una cifra enorme para ese entonces. Desde su nacimiento, el terreno fue cuidado como un tesoro. Ignacio no podía ocultar la risa cuando decía que aquello era “el Wembley nuestro”, y que no sabía si el verdadero estaría “al nivel de este”.
El mantenimiento del campo nunca se volvió una carga económica. No generó ingresos, pero sí unión. Con Luis Ayala como administrador, y la ayuda de varias familias, la cancha se convirtió en espacio para entrenamientos de equipos de tercera división, Incluso de un campeón de la Copa Libertadores como el Once Caldas de Manizales.
También para torneos entre municipios y visitas de jugadores de Cali, Armenia y otros rincones.
Los nombres que no se apagan
Durante la ceremonia, Ignacio mencionó uno a uno los nombres de quienes hicieron posible que Tierra Blanca siguiera siendo un refugio de fraternidad:
Doña Petrona, Doña Silvia, Ofelia Fernandez, las Valencias,Cecilia Llanos, los Rojas, los Montaño,l os Córdoba, los Valencia, Gilberto Ruiz, José Manuel Valencia, Dacier Rojas, Adán Rojas, las familias de Guayabal, Palmar, Irrupá, la familia Sarria y tantos otros, vuelve a pedir disculpas si omitió a algún nombre.
Todos ellos aparecieron en el acto como presencias silenciosas. Algunos ya fallecidos; otros, representados por sus descendientes. Todos recordados.
Una de las presencias más simbólicas fue la de María del Carmen Montealegre, hija de los donantes de los terrenos. Para Ignacio, que todos estén unidos no era casualidad: “Aquí todos somos familia. Por donde uno se meta, se encuentra un Llanos, un Soto, un Rojas, un Ayala…”.

Tierra Blanca antes de Tierra Blanca
Ignacio sabía también que el corregimiento no nació ayer. Recordó la historia que le contaron los ancestros: la región fue un puerto fluvial del río Cauca, entrada natural a Roldanillo y a toda la zona occidental.
En tiempos de la colonia, este territorio fue parte del Hato de los Reyes de España, administrado por capitanes enviados por el mismísimo Pizarro.
En una de esas visitas, dijo Ignacio, un capitán español llegó al río Pescador, vio la claridad del paisaje y exclamó:“¡Mi Tierra Blanca de España!”Y así quedó bautizado el lugar.
El pueblo de hoy
Tierra Blanca tiene hoy alrededor de 600 familias. Está a 2.5 kilómetros de la vía antigua Roldanillo–Zarzal, a 8 kilómetros de Zarzal y a dos horas de Cali.
Turistas europeos llegan cada año buscando hospedaje para las temporadas de parapente, ciclismo y atletismo de cordillera.
El corregimiento vibra especialmente en diciembre, cuando se unen las celebraciones gastronómicas, deportivas y religiosas de Roldanillo y Tierra Blanca.
La fiesta patronal: el corazón del corregimiento
Durante la fiesta de la Medalla Milagrosa, la comunidad se reúne en novenas, encuentros culturales, música y comida.
Llega la colonia roldanillense desde Cali, Cartago, Estados Unidos y otros lugares. Los visitantes buscan el Sancocho de Gallina de Las Oviedo, las empanadas chilenas, y entre risas y abrazos se cruzan historias que unen el pasado con el presente.
Ignacio, mientras veía la capilla llena y la cancha iluminada, lo decía sin necesidad de elevar la voz:“Estas dos obras no son solo construcciones. Son lo que somos como comunidad”.
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