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Desde 1996, Daniel Debouck fue el director de la Unidad de Recursos Genéticos, del Centro Internacional de Agricultura Tropical, Ciat. | Foto: Especial para El País

ENTREVISTA

Daniel Debouck, el mejor frijolero del mundo, que le dijo adiós al Ciat

El exdirector del Banco de Recuersos Genéticos del Ciat ayudó a forjar las colecciones más grandes del planeta de fríjol, yuca y forrajes tropicales. Dijo adión para dedicarse a la docencia.

28 de septiembre de 2019 Por: Adriana Varón, especial para El País

Pudo haber sido un siquiatra, como marcó su examen de vocación cuando finalizaba su bachillerato. También pudo haber sido arquitecto como su padre, pero fue precisamente él quien se lo prohibió. O quizá poeta, como su abuelo, Désiré Debouck (en su honor, una calle en Bruselas lleva su nombre).

Pero no. También pudo haber estudiado sobre tomate, pero justo cuando el gurú del estudio del tomate le dijo que fuera su pupilo –seguro por haber sacado 20 sobre 20 en un examen sobre fisiología vegetal–la semilla de tomate se agotó.

Entonces, ni siquiatra, ni arquitecto, ni poeta, ni tomatero. Unas pocas semillas de fríjol que guardaba el mismo profesor universitario en un cajón de un viejo escritorio fue el pasaporte para ser lo que es hoy: el mejor frijolero del mundo.

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Hace seis años, cuando ingresé a trabajar como comunicadora social al Centro Internacional de Agricultura Tropical, Ciat, ubicado en la recta Cali - Palmira, –y cuando ya se hablaba del retiro de Daniel Debouck– confieso que anhelé esta última entrevista. Y llegó el día de su retiro y llegó el día de mi entrevista.

La charla duró un poco más de dos horas, en un ambiente relajado. Él se olvidó de las cajas que todavía le faltaban por empacar con sus miles de apuntes, libros y revistas que inundaban su oficina. Ya llevaba 41 cajas, y no iba ni por la mitad. Todas selladas y debidamente identificadas con un número. Riguroso.

Hubo tiempo para la reflexión, de cómo estamos destruyendo nuestro capital biológico. “A esto no podemos llamarle desarrollo. Es como si nos estuviéramos comiendo lo que nos toca hoy, pero también lo de mañana. Esto no será sostenible”. Crítico.

También hubo espacio para agradecer por sus premios y reconocimientos como la Medalla Frank N. Meyer, un botánico como él, que murió en plena expedición, o el reconocimiento que le hizo el gobierno de su país que lo honró con la Orden de Leopoldo, la más alta distinción a un belga, o el último, el premio Legado Crop Trust, que lo reconoce como un guardián de la diversidad de cultivos. Pero estos premios, dice, no son solo suyos, son de su equipo de trabajo. Líder.

La nostalgia aparecía por momentos. Esa llegada a Colombia que jamás olvida. Era una mañana de junio del año 77. Llegó a la fría Bogotá, la misma ciudad que lo volverá a recibir cuando se dedique a seguir compartiendo sus conocimientos a los jóvenes.

Siempre lo ha hecho, con los miles de visitantes que llegan a su banco de semillas, en los laboratorios con los investigadores, en el campo con los trabajadores, con el público de a pie que lo ha escuchado en las decenas de conferencias que ha dictado en el mundo. Pero ahora, lo hará desde las aulas de la Universidad Nacional. Comprometido.

La entrevista la hicimos al aire libre, muy cerca de la gigantesca estructura amarilla que se erige en medio de los cultivos, el banco de semillas. Él formó parte del selecto grupo que ideó el banco. Visionario.

Y hubo lugar para los chistes, porque es un científico con un humor muy fino. Mamagallista.

¿Cuántas variedades de frijol ha descubierto?

16 especies nuevas y he podido aclarar el pasado, la relación de ancestros, de tres especies.

¿Cuántas publicaciones científicas?

Ya he pasado las cien. Y el mensaje es contundente, hay que seguir.

¿Cuántos libros?

Uno y medio. Ahora que tendré las horas, me dedicaré a escribir los cuatro capítulos que me faltan del segundo.

Dr. Debouck. ¿Esto será un adiós o un hasta luego al Ciat?

He tenido una experiencia maravillosa en el área de Recursos Genéticos y me voy muy agradecido, por eso puedo decir que es un hasta luego, porque los caminos pueden volver a cruzarse. Cuando es la evolución de una carrera profesional y humana, particularmente, no creo que sea una cosa de ruptura sino de continuidad, de evolución y tratar de seguir avanzando de distintas perspectivas.

Usted vino al Ciat para una pasantía de dos años y se quedó 40. ¿Por qué?

Al inicio era un trabajo de cooperación entre el Ciat y mi universidad en Bélgica y estaban buscando a un joven emprendedor, con ganas. Tenía que hacer un trabajo especial de mejoramiento que implicaba tener materiales de diferentes especies, pero no tenía el material apropiado y empecé a viajar. Me di cuenta que no conocíamos los cultivos que nos daban nuestros alimentos -aún no los conocemos del todo-. Y del otro lado, que estábamos perdiendo un capital biológico inmenso, una pérdida para la sociedad en América Latina. Necesitábamos hacer algo para conservarlo, documentarlo. A través de 40 años, gracias a un magnífico equipo, sabemos más sobre la diversidad que existe en los cultivos de América Latina y hemos avanzando en el paso a la conservación.

No conocemos lo que tenemos y lo que tenemos lo estamos perdiendo. ¿Qué sintió como explorador, como botánico, cuando la Amazonía se estuvo quemando?

Perder o quemar ecosistemas es como tener una biblioteca y que no se hayan leído los libros. Es una tragedia que nos manda un mensaje, usted no puede seguir quemando lo que será su oportunidad económica, laboral, alimenticia de los próximos años y desde la parte científica, es una pérdida neta de oportunidades para el desarrollo futuro de las sociedades humanas.

Dicen que usted es un vestigio del Siglo XIX…

Totalmente de acuerdo.

Un científico en vía de extinción…

Absolutamente.

El mejor frijolero del mundo...

No sé. Le hago una confidencia, es algo raro, que no veo por qué unas cosas buenas del pasado tenemos que sacrificarlas desde el punto de vista de la modernidad, y a cualquier precio. Podemos tener nuevas tecnologías que permitan repensar, acelerar, o comunicar más fácilmente con colegas. Claro que estoy de acuerdo con ello, pero no con sacrificar cosas buenas del pasado. Veo que tenemos la tendencia a trabajar por modas y dejar por fuera sectores que son claves para un progreso armónico de la ciencia y de su aprovechamiento de parte de la sociedad.

¿Cómo lo convencieron para ser profesor?

Yo me siento todavía en buena forma. He tenido el privilegio de hablar con los jóvenes e invitarlos a vivir algo parecido a lo que yo he vivido, que son cosas del pasado que no volverán a ver. Las cosas evolucionan, claro, pero si hay algunos jóvenes que los pueda motivar mi experiencia, yo les daré alguna orientación útil y me ayudará a mí también a guardar conceptos claros, a seguir organizando ideas.

¿Será profesor de tiempo completo?

Nooo, no me vaya a pedir que arranque a las 7 de la mañana y estar a las 10 de la noche corrigiendo. Yo estoy súper jubilado.

Estamos aquí sentados, muy cerca del proyecto Semillas del Futuro que usted ayudó a concebir, el nuevo banco de germoplasma. ¿Cómo ve esta iniciativa?

Es una iniciativa muy interesante. Algunos años atrás, varios colegas y directivas nos reunimos y coincidimos en que, si después de 40 años un banco de germoplasma sigue operando, pues este debe reformarse o terminarse para dar lugar a un edificio más funcional y moderno. Hemos visto toda una revolución informática que tenemos que integrar dentro del edificio y lograr que sea un edificio ecoeficiente. No podemos esperar capturar la atención del público hacia nuestro trabajo, si el edificio es tan llamativo como una caja de zapatos. No tendremos la atención del público, por eso esto debe ser un edificio icónico, como el de Svalbard en Noruega.

A sus 67 años ¿qué le falta por investigar dr. Debouck?

Todavía me falta mucho. Hay muchas plantas secas a las cuales no he podido ponerle un nombre. Necesito volver a los sitios, tengo muchas preguntas por resolver.

Y desde lo personal, ¿deja algo pendiente en el Ciat?

Me gustaría seguir en contacto con mis colegas, pero no soy fanático del correo electrónico, ayuda a evacuar información, pero me parece más importante el sentido de la conversación. Espero que el nuevo edificio Semillas del Futuro tenga un lugar venteado para tomar un café y conversar. Y allí estaré.

Y, ¿cómo se imagina su vida después del Ciat?

Ya no voy a levantarme a las 4 de la madrugada, pero tengo una fisiología que no puedo dormir con la luz, seguro a las 6 ya estaré despierto. Me tomaré un tinto colombiano para estar en forma, arreglaré el apartamento y luego revisaré las tareas pendientes del día: organizar libros, preparar conferencias, terminar de preparar los cursos para la universidad y volver a estar en contacto con la familia, que confieso, no he estado muy cerca. Añoraba que alguien de mi familia viniera a Colombia y ahora me preparo para recibir su visita. Juntos vamos a conocer ese país profundo, que no he tenido el gusto de descubrir.

Íntimo

¿Cuántas tesis ha dirigido?
Más de la docena.

¿Qué libro está leyendo?
‘El mundo hasta ayer’, de Jared Diamond.

¿Qué música escucha?
Me gusta del Llano de Colombia. Tengo una buena colección de CD de trompeta barroca, de Chopin, de Duke Ellington y Louis Armstrong.

¿Aprendió a bailar salsa?
Con ese calor… y uno ahí… no, no.

¿Pizza, pasta, o chocolate con un tinto?
Chocolate con un tinto y cuando estoy por fuera, papitas con picante.

¿Ahora sí usará WhatsApp?
Eso con qué se come.

¿Qué título le pondría a esta entrevista?
Entrevista a un científico aburridor.

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