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Diego Maradona, exjugador argentino. | Foto: AFP - El País

FUTBOL INTERNACIONAL

Murió el Dios más humano: Diego Maradona (Opinión)

¿Qué nos obnubiló en ese amor expreso por Maradona? Sencillo: vivimos paralelamente su vida, cuando éramos unos chicos. Y las emociones del fútbol se sienten en un presente irrefutable.

25 de noviembre de 2020 Por: César Polanía - Editor de Afición / El País

Tengo tres amigos que aman a Maradona igual que yo: Alfonso, Gerardo y Kike. Kike se atrevió a más. Lo lleva tatuado en la piel. Y hemos tenido largas tertulias de Diego. Recordamos sus jugadas. Evocamos la narración de Víctor Hugo Morales “genio, genio, genio” el día que ‘Pelusa’ les robó la cartera a los ingleses. Citamos sus frases tan profundas y a la vez propias y ajenas a un futbolista. Y tarareamos ‘La mano de Dios’, la canción que Rodrigo inmortalizó: “En una villa nació, fue el deseo de Dios, crecer y sobrevivir a la humilde expresión, enfrentar la adversidad con afán de ganarse a cada paso la vida”…

¿Qué nos obnubiló en ese amor expreso por Maradona? Sencillo: vivimos paralelamente su vida, cuando éramos unos chicos. Y las emociones del fútbol se sienten en un presente irrefutable. No antes ni después. Por eso, los amantes de Di Stéfano, Cruyff, Pelé y Messi no negocian sus preferencias. La de nosotros fue Diego, es Diego y será Diego.

Vimos cómo ese pibe de pelo ensortijado acariciando sus hombros ponía a Boca en la gloria y nos empezaron a gustar esos colores azul y amarillo. Vimos cómo le rompieron los tobillos jugando para el Barcelona, como si quisieran jubilarlo de por vida, y nos dolió. Lo vimos también sacando del foso del sur de Italia a un Nápoles que se puso en la élite con la pierna izquierda del ‘Barrilete cósmico’ y también le prendimos una vela como si fuera un santo. Y lo vimos, al ‘Cebollita’ ese que de niño apareció en un video en blanco y negro anhelando vestir la camiseta de Argentina y ser campeón del mundo, alzar la Copa en el Azteca y erigirse como el mejor de todos. En otras palabras, Diego nos regaló felicidad. Y la felicidad en el fútbol, amigos, tiene otro precio.

Cuando Alfonso, Gerardo, Kike y yo nos deleitábamos con la endiablada gambeta de Diego, que dejaba a su paso cinturas y caderas de rivales rotas, ignorábamos que cada uno existía. Nos unió, muchos años después, ya en la adultez, otra pasión: la del periodismo. Y tuvimos la suerte de coincidir en la sala de redacción de El País. Y entonces Diego estuvo siempre allí, en nuestras bocas y tertulias. Y esa justificada idolatría y mi afán periodístico me empujaron a conocerlo. Entrevistarlo, si era posible. Nunca pude.

Cubriendo para El País el Mundial de Brasil 2014, en Río de Janeiro, dos días antes de la final entre Argentina y Alemania, estuve toda una mañana y parte de la noche anhelando verlo y saludarlo, para constatar que ese Dios que vi en los 80 por la televisión había sido siempre un humano plagado de errores y defectos que, aunque a nadie le importe, cada vez perdoné. Diego grababa en una carpa inmensa un programa de televisión para Venezuela. Pero fui presa de su gambeta, como muchos otros, y ‘Pelusa’ se escabulló como tantas veces lo hizo en la cancha. El día de la final pude verlo. En el Maracaná. A distancia. Difícil acercarse. Imposible. Me resigné. Perdí.

Este miércoles, tras su muerte, cruda y dolorosa, hablé con Alfonso y Gerardo. Muy rápidamente. Pero con mucha tristeza. Con Kike vendrá una tertulia aparte. Como la última que tuvimos hace unos pocos días en su casa. Vimos a Diego bailando y cantando tangos por videos de Youtube. Pusimos el documental de Kusturica donde ‘Pelusa’ canta en un bar abrazado a sus hijas Dalma y Giannina ‘La mano de Dios’, ante la mirada nostálgica de una Claudia Villafañe enamorada y decepcionada, y lo acompañamos a todo pulmón, como si se tratara de esa última sonata de despedida para un Dios que moría.

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