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Las dos Colombias

Por supuesto que Colombia ha progresado en la mayoría de sus regiones. Pero es imposible declararse satisfecho cuando existen dramas como el que se viven en el Chocó y, en general, en el Litoral Pacífico. Es la muestra del desequilibrio que impide tener un país en paz y libre de todas las formas de violencia. Son las dos caras de una misma Nación que debe ser consciente de su obligación de acabar con ese desequilibrio para poder alcanzar una paz verdadera.

13 de julio de 2014 Por:

Por supuesto que Colombia ha progresado en la mayoría de sus regiones. Pero es imposible declararse satisfecho cuando existen dramas como el que se viven en el Chocó y, en general, en el Litoral Pacífico. Es la muestra del desequilibrio que impide tener un país en paz y libre de todas las formas de violencia. Son las dos caras de una misma Nación que debe ser consciente de su obligación de acabar con ese desequilibrio para poder alcanzar una paz verdadera.

De una parte está la Colombia que genera riqueza, donde el progreso es notorio y las cifras de empleo se constituyen en motivo de esperanza y satisfacción. De la otra está aquella que, a pesar de su riqueza natural, lucha en medio de la violencia y el atraso que genera la ausencia de oportunidades y la incapacidad del Estado para servir de árbitro y protector de la sociedad.Esas son las dos caras de nuestra Nación que se destapan a diario en las calles de las principales ciudades, donde el desplazamiento ocasiona graves desequilibrios. Es el fenómeno constante de regiones como el Pacífico, donde las expresiones de violencia que generan las luchas por apoderarse de la economía ilegal superan de manera amplia los esfuerzos aislados por desarrollar una economía formal; donde renglones como la pesca o el turismo que permiten explotar su inmensa riqueza, se marchitan en el abandono de un Estado que nunca ha mirado su vecindad con el Pacífico como la oportunidad que resuelve los problemas de su sociedad.Es el caso del departamento del Chocó. Su riqueza enorme en recursos naturales y las posibilidades que ofrece su vecindad con el Pacífico contrasta de manera casi dolorosa con la tragedia que padecen muchos de sus habitantes. Y sus posibilidades de progreso se diluyen por la debilidad institucional para garantizar la vigencia de un Estado Social de Derecho donde los ciudadanos de bien, la inmensa mayoría de su población, estén protegidos como corresponde.Por eso, y como lo expresó el señor Obispo de Quibdó en entrevista publicada ayer por El País, el Chocó es hoy escenario de una guerra entre toda suerte de organizaciones ilegales y criminales que se apoderan del territorio para imponer el narcotráfico, la minería ilegal y toda clase de actividades ilícitas. Una violencia que según la ONU ha ocasionado el desplazamiento de cuatro mil personas en lo corrido del presente año, destruyendo miles de familias y afectando a comunidades indígenas y afrodescendientes.Según monseñor Juan Carlos Barreto, el Chocó presenta un 80% de necesidades básicas insatisfechas, mientras en el resto del país ese indicador llega al 32%. De ahí que el hambre, la ausencia de servicios básicos y la violencia se confabulan para expulsar a las comunidades de sus lugares de habitación, destruyendo sus culturas y negándoles la posibilidad de tener una vida digna. Es el drama de todo el Litoral Pacífico que se repite con crudeza en una región donde hacen presencia un sinnúmero de organizaciones criminales que aprovechan la debilidad del Estado para garantizar el orden y el progreso de los chocoanos.Por supuesto que Colombia ha progresado en la mayoría de sus regiones. Pero es imposible declararse satisfecho cuando existen dramas como el que se viven en el Chocó y, en general, en el Litoral Pacífico. Es la muestra del desequilibrio que impide tener un país en paz y libre de todas las formas de violencia. Son las dos caras de una misma Nación que debe ser consciente de su obligación de acabar con ese desequilibrio para poder alcanzar una paz verdadera.

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