Vivir y dejar vivir
Ojalá, y cuanto más pronto mejor, izquierdas y derechas entiendan en este país que no pueden vivir unas sin las otras.
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20 de nov de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:19 p. m.
“Nuestras derechas no son democráticas. Una vez las derechas se hacen el poder, matan. Ese es el gran temor que hay en Venezuela”.
Son palabras del presidente Petro, en entrevista concedida a El País de España, con motivo de sus primeros cien días de gobierno.
“Una vez las derechas se hacen el poder, matan”, dice Petro. ¿Matan todas “las derechas”, una vez se hacen al poder? ¿Matan todas “las izquierdas” cuando están al mando?
No creo. Más bien hay gente que mata a nombre de la derecha y gente que mata a nombre de la izquierda. Y gente que lo ha hecho a lo largo de la historia con esos heraldos como excusa o como razón.
Y de matar a nombre de lo uno o de lo otro hay montones de ejemplos. Desde la propia Revolución Francesa que sirvió de cuna a las dos orillas, cuando los asambleístas tomaron asiento durante el debate sobre el poder de la monarquía. Conservadores, a la derecha. Revolucionarios, a la izquierda. Y así quedó la cosa por los siglos de los siglos.
Aunque quizás no necesariamente ese sea el punto de partida de ambos conceptos. Porque estoy seguro de que, parafraseando al maestro Gabo, cuando muchas cosas aún no tenían nombre, la gente ya tenía claro cuál era el modelo de sociedad o de comunidad que mejor la parecía.
Pues así como corrió sangre en París, ha corrido mucha más por siglos. Justificada por cada uno en su momento.
Por supuesto que la izquierda tiene derecho a reclamar los millones de crímenes que dejaron a su paso en el siglo pasado el nacional socialismo alemán y el fascismo italiano, más el ultranacionalismo del imperio japonés. Todo eso a lo que perfectamente hoy se le llamaría, junto, derecha. Porque lo era, en la medida de que si algo pretendían era acabar con la izquierda.
Pero no le falta razón a la derecha cuando señala los también millones de vidas cercenadas por Stalin a nombre de la revolución bolchevique, o por Mao en la tal ‘cultural’ de Mao. O las arrebatadas, y de la peor forma, por los Jeremes Rojos en Camboya. Eso sin contar nefastos capítulos como los de Ceausescu en Rumania y los Kim en Corea del Norte. Por ahí pasa una larga cuenta.
Y si miramos hacia este lado del mundo, podemos hacer un tratado sobre ignominias disfrazadas de ideologías.
Pongan en una columna los efectos en muertos y desaparecidos de las dictaduras militares del Cono Sur y Centroamérica. Y al frente, las que han causado los Castro en Cuba, Ortega en Nicaragua, y Chávez y Maduro en Venezuela.
Sí, ya sé que no hay proporción en números. Pero como hablamos de vidas, mejor si nadie tira la primera piedra.
En Colombia también. Aquí se ha matado, y desde el poder, o al menos con la aquiescencia de algunos, casi siempre a nombre de la derecha.
Pero igual ahí está a la vista el eficaz oficio de matar de quienes dicen ser insurgencia armada, mezclada con otras cosas.
Por eso, las palabras de Petro, como Presidente que es, huelen a parcialidad. Y a demonización del adversario. Eso que tanto le disgusta a él cuando el señalamiento viene en sentido contrario.
Ojalá, y cuanto más pronto mejor, izquierdas y derechas entiendan en este país que no pueden vivir unas sin las otras. Para que vivan y dejen vivir.

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.
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