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No divida más

Así es que, señor Alcalde, ponga ya a Sebastián de Belalcázar en su pedestal, si quiere con la placa que cuente los horrores de la Conquista, que para ser equilibrados también debería llevar un reconocimiento al legado español.

9 de agosto de 2022 Por: Vicky Perea García

Los caleños somos lo que somos por la mezcla de nuestros antepasados y por los aportes que cada uno de ellos hizo a esta cultura tan peculiar que nos identifica. Yo soy la hija mestiza de los indígenas Vixes, de los conquistadores españoles de quienes heredé el Perea y el García, de los esclavos africanos a quienes les debo esta boca grande, los rizos del cabello que ya no escondo y las ganas de mover las caderas al son de un tambor.

De cada característica que me legaron me siento orgullosa, como debería sentirse cualquier nacido en esta hermosa tierra vallecaucana. Por ello, en lugar de generar divisiones, de quedarnos en un pasado que si bien no debemos olvidar tampoco nos es posible devolver, mejor sería dedicar nuestros esfuerzos a resaltar las maravillas de esa mezcla que somos, de las herencias que nos traspasaron, de la identidad que nos une y del futuro que podemos construir juntos.

¿Acaso hay algo más nuestro que un champús, un manjarblanco, un sancocho, una fiambre o una maceta? En esa gastronomía está el reflejo de la combinación cultural de la que somos hijos. El maíz lo cultivaban 8000 años antes de la Conquista nuestros ancestros indígenas en el valle del río Cauca; de ellos y de los africanos nos viene la costumbre de sazonar todo con hierbas como el cilantro o de envolver en hojas de plátanos la comida; en frituras somos expertos porque así nos lo enseñaron las esclavas encargadas de las cocinas en las haciendas coloniales; y el aporte dulce nos llegó en buena parte desde tierras andaluzas con la influencia árabe que la caracteriza, y también de ese jugo dulce de la caña que los negros saboreaban a hurtadillas en los trapiches.

Igual pasa con la música. Aquí nos emocionamos cuando suenan las marimbas de chonta junto al cununo y el guasá mientras las cantaoras entonan un alabao o se baila un currulao, recordándonos ese pasado africano del que nos apropiamos. Tampoco nos perdemos un ‘Mono’ Núñez en Ginebra, donde el tiple, la guitarra y la bandola, herencia española, junto a las flautas de caña y las zampoñas con las que nuestros indígenas del sur alababan al sol, nos trasladan a los aires andinos.
Y así como en la música también somos amalgama negra, indígena y blanca, patrimonio que nadie nos quita, nuestro color de piel es la fusión de esas tres razas que derivó en una belleza diversa e inigualable. En Cali somos trigueños, mulatos, zambos, mestizos, así nos identificamos, así nos queremos y así nos respetamos. O deberíamos.

Reconocerlo hace parte de mantener vivo nuestro pasado más antiguo, de comprender y aceptar la historia que nos legó la conquista española -con sus horrores y dolores pero también con sus bondades- y de ser conscientes que a partir de ahí se construyó nuestro presente y se escribirá la historia de lo que seremos a futuro.

Ese futuro es el que debería importarnos más en Cali. Uno en el que recuperemos la capacidad de mirarnos como iguales, de ayudarnos para que todos estemos mejor, de trabajar por la ciudad que nos vio nacer o nos acogió.

En ese propósito, los símbolos que hemos construido para recordar la historia tienen un significado importante y deberían permanecer. Lo cual no quiere decir que no se puedan levantar otros que amplíen esa visión de pasado o que proyecten el futuro que esperamos.

Así es que, señor Alcalde, ponga ya a Sebastián de Belalcázar en su pedestal, si quiere con la placa que cuente los horrores de la Conquista, que para ser equilibrados también debería llevar un reconocimiento al legado español. Y construya los monumentos a los indígenas y a los negros que son parte de nuestra identidad. Pero no siga con su discurso hurgando en las heridas históricas para que no dejen de sangrar; no divida más a nuestra sociedad que al final es una sola compuesta por una diversidad bella y única; no acreciente la brecha que sin duda existe y requiere de un trabajo de unidad para que se vaya cerrando.

Cali somos todos: los de hace mil años, los que nos conquistaron, los de ahora, los que llegan de otros lugares y los que vendrán.

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