El caos y la impotencia
Los ánimos empezaron a caldearse porque en esa reforma que consideraba pudientes a quienes se ganan $1,6 millones mensuales, menos de dos salarios mínimos, nunca se contempló una reducción del gasto públic
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4 de may de 2021, 11:40 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 03:03 p. m.
Un alcalde perdido, un presidente que va de tumbo en tumbo, una gobernadora sin poder de decisión. Una ciudad que pone los muertos, un departamento entre la escasez y la impotencia, una sociedad, en sus múltiples facetas, desesperada. Ese es el resumen escueto de esta semana.
Todo comenzó, o al menos así lo hemos creído, con una reforma improcedente que llegó en el peor momento para los colombianos, cuando ni el estado emocional ni los bolsillos estaban dispuestos al sacrificio que se les pedía para llenar las arcas públicas, paupérrimas y a tres semanas de desaparecer, según lo justificaba el ya renunciado ministro Carrasquilla.
Los ánimos empezaron a caldearse porque en esa reforma que consideraba pudientes a quienes se ganan $1,6 millones mensuales, menos de dos salarios mínimos, nunca se contempló una reducción del gasto público ni se planteó la lucha frontal a la corrupción que se roba al año 50 billones de pesos, nada menos que el equivalente a dos reformas tributarias. Pero sí se le pedía a la clase media trabajadora, la de los que han luchado por hacerse profesionales, tratan de salir adelante y tener una mejor calidad de vida, que arreglara el déficit fiscal.
Entonces llegó el día del paro nacional. Y lo que debía ser una jornada si acaso compleja, se salió de madre en Cali. El campanazo de salida de lo que se suponía no duraría más de un día lo dieron los Mizak con la tumbada de Sebastián de Belalcázar, esa estatua que para la mayoría de caleños más que un referente histórico es un lugar turístico bonito que identifica a su ciudad. Y después siguió lo que estaba presupuestado:
bloqueos en las entradas a Cali y marchas por sus principales vías.
Hasta que empezó el caos: cámaras de fotomulta arrancadas de raíz, buses del MÍO incendiados, estaciones destruidas, bancos y entidades del Estados arrasados, almacenes saqueados. Todo ello se daba mientras que quienes sí marchaban en paz llamaban al control y rechazaban esos hechos aislados.
Y desde ahí todo fue de mal en peor. Llegó el refuerzo de la Policía y el Ejército desde la capital, los odios salieron a la superficie, hubo balaceras, muertos, provocaciones de un lado y del otro. Y la ciudad comenzó de verdad a preocuparse por ese panorama dantesco al que se le juntó la otra realidad: el desabastecimiento de comida, las gasolineras exprimiendo los últimos galones y el miedo que empezó a rondar por no tener qué comer, por los helicópteros sobrevolando la ciudad, por las explosiones que se escuchaban por todo lado y las balas que silbaban cerca.
Todo bien condimentado y sazonado por unas redes sociales donde cualquier cosa tiene cabida, así no esté confirmada o sea una mentira, y cuyo propósito pareciera ser echarle más leña al fuego, se queme quien se queme.
Comencé a escribir esta columna en la medianoche del martes, cuando las imágenes de esos pequeños Bagdad en que se convirtieron Siloé y La Luna estremecían el alma, hacían dudar de todo, de todos y de sus verdaderas intenciones. Estaba aún con la resaca de ver horas antes a un alcalde que creía que lo alabaríamos con el cuento del cambio de camisa y de ese “ahora sí Ospina cuidará a Cali”, con el que confirmaba lo que ya sabíamos, que hasta ahora no ha gobernado si no que se ha dedicado al despilfarro.
No fue el único. La tibieza de la Gobernadora mientras el Valle hacía aguas ha sido desconcertante. Y frustrante. Del Presidente no sabe uno que decir, que ya no le hayan dicho. Ahora hay que rogar para que, por el bien de nuestra democracia, en lo que le resta de su mandato lleve a puerto seguro esta nave que se llama Colombia.
Ojalá cuando esta columna se publique, no se haya reportado un muerto más, un saqueo más, una propiedad pública o privada más destruida.
Que los caleños y los vallecaucanos estemos transitando en libertad y en el respeto por el otro así no nos identifiquemos con él. Que nos reconciliemos. Ojalá no tengamos que llorar un día más de impotencia, rabia y dolor.
Sigue en Twitter @Veperea

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.
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