El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Mi marido maratonista

Voy a cumplir en tres semanas 42 años y siempre he sido la misma: cocino para mis amigos, tomo vino, amo ser periodista, necesito ir al mar muy seguido, respirar aire de montaña y escuchar jazz de vez en cuando.

16 de diciembre de 2019 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

Voy a cumplir en tres semanas 42 años y siempre he sido la misma: cocino para mis amigos, tomo vino, amo ser periodista, necesito ir al mar muy seguido, respirar aire de montaña y escuchar jazz de vez en cuando. Mis afectos son los mismos desde que me acuerdo y los que he adquirido con la vida, seguro me acompañarán hasta el fin. Soy, digamos, una mujer sin sorpresas. No me gusta lo impredecible. Necesito tener casi todo a bajo cierto nivel de control -o todo, diría mi marido-. Las visitas sorpresas, los regalos sorpresa, las llamadas sorpresa, todo eso me descoloca. Soy bastante predecible.

Por eso, cuando a mi esposo le dio por volverse maratonista a los 40, me desconcertó. Un señor guapo, delgado, que jugaba tenis y fútbol de vez en cuando, decidió un día que había encontrado su destino: correr. Y se convenció de ser un “talento especial”.

Me pregunté muchas veces si estaba corriendo de mí. Por qué no. Con dos hijas, una vida relativamente organizada y la cotidianidad que puede ser tan aburridora, me sonaba lógico que en el fondo de su corazón o de su inconsciente, estuviera huyendo de mí.

Cierto o no el hombre siguió corriendo. Y, de repente, en mis viernes en la noche se acabó el tequila porque había que madrugar para correr. Él corría, yo no. Pero igual, si el papá corre, ¿quién cuida a las niñas? Mis sábados en la mañana dejaron de ser para mí.

De repente comenzaron a llegar a mi casa cajas de ropa deportiva y aparatos para medir la presión y no sé qué cosas más que se miden los que corren. Terminé un día persiguiéndolo en una maratón, con tan mala suerte que acababa de pasar justo por dónde yo llegaba agitada a punto de infartarme.

Me pasé el año intentando comprar la camiseta menos pesada, ligera para el viento decían los vendedores, y tomándome un vino a escondidas porque a uno hasta pena le da con el marido que llega sudado, recibirlo con una copa en la mano. A mitad del año, casi tiro la toalla. Mi vida había cambiado drásticamente. Una bicicleta estática se mudó a vivir en mi biblioteca y ahora hablábamos de maratones alrededor del mundo. Terrible.

Pero como la vida es tan mágica y parte del chiste es irse acomodando a lo que ocurre, en algún momento decidí que así como me había acompañado durante tres años en los que me dio por volverme escritora, yo también iba a acompañarlo en esta. Al menos a ver qué tal. Ahora estoy fascinada con mi marido deportista. Ha perdido como 10 kilos. Come saludable. Lo espero para almorzar cuando llega sudado -bañarse es obligación- y entiendo que un sábado en la playa él corre en la mañana mientras yo leo con mis hijas. Termino así mi año. Fascinada con la vida, con las sorpresas, con la posibilidad de reencontrarme con los amigos que adoro y acompañando a mi marido en ser maratonista. ¿Y ustedes? Les deseo una feliz Navidad, mucha salsa, muchos amigos y que no tengan que tomar vino a escondidas. Ahora espero a Diego cocinando y sin hacer mala cara.

Sigue en Twitter @vanedelatorre